Rafael Rodríguez Vargas.-
Y todavía se refracta en mi retina aquella luz perenne, crea la imagen del código vítreo más hermoso, sin jamás captar ni un solo movimiento. De solo ver el mismo cielo caerse encima un sábado a las doce del mediodía, luego de haber perdido mi primer partido, se me queda en blanco la mirada, y entonces, vuelo. Ya correr y patear balones, no sería más que una metáfora para mí.
Poco se sabe de él, solo por curiosidad le ha parecido llamativo aquel primer balón encontrado en el camino. Estaba solo. Y después de chutar el penalti más importante de su vida, recordaría entonces ese momento, sin olvidarlo, por el resto de las eras.
El amor fue a primera vista, aunque suene muy cliché. Todo se lo debería a sus padres, quienes lo iniciaron en su primer entrenamiento cuando él ya se había decido a dejar la natación en definitiva para empezar a recorrer un camino entero con el mismo balón a sus pies. Aquella tarde, al escuchar latir su corazón más rápido de lo normal, lo supo: estaría dispuesto a dejarlo todo por jugar al fútbol. Fernando entonces encontró lo verdaderamente trascendental dentro de él y siempre lo recordaría desde ese primer momento.
Aquel equipo que lo vio dar sus primeros pases fue el colegio Promesas Patrias, donde entrenaba dos días a la semana en Fuerte Tiuna. Durante toda la temporada jugó de delantero centro. Tenía una rapidez incalculable y una llegada sublime al área, en parte debido a sus piernas largas y delgadas que siempre lo diferenciaban de otros jugadores. Con el número 23 se había registrado y nunca olvidaría esa camiseta, ni a su entrenador, “Chicho”, y, sobre todo, nunca olvidaría su primer gol.
Más tarde sus padres decidieron mudarse de la zona, razón por la cual a Fernando se le hacía extraño continuar con el fútbol una vez que ingresa al colegio San Agustín El Marqués. Se concentraría en hacer amigos, en pleno proceso de adaptación a una nueva vida. Ya el fútbol no estaba en sus planes.
Sin embargo, un año después, luego de pasar recreos enteros jugando al fútbol con potes en aquella cancha de asfalto, que en realidad era de baloncesto, sentiría de nuevo el llamado para empezar de cero con una pasión interminable que lo perseguía. Su madre lo motivó para que continuase con lo que había dejado sin terminar en su primer equipo.
Subiendo aquellas escaleras, hacia la cancha, le latía de nuevo el corazón como la primera vez. Entonces corrió hacia un círculo de dieciocho niños vestidos de azul y blanco, rodeando a un hombre de unos 25 años. Era Said Contreras, su primer entrenador en Deportivo Agustinos: “¡Vaya papa! ¡Una vuelta al campo!”, le dijo.
Desde ese momento, al terminar de correr, hubo de inmediato una conexión importante entre él y la cancha, de otro mundo, le cambiaría su vida. Le comentó a Said que su posición nata siempre había sido en la ofensiva, como delantero. No podía sentirse más cómodo en otra distinta. Allí comenzó todo.
En la primera temporada con los Agustinos haría nueve goles. Estuvo entre los tres primeros goleadores del grupo A. Mientras tanto, también jugaría para la segunda platilla, es decir, el grupo B, siendo entrenado por el hermano de Said, Abdul Contreras (el entrenador que literalmente “sacaba la chicha” hasta más no poder). Sin embargo, en esa oportunidad, Deportivo Agustinos no lograría un título en la categoría pre-B, liga Hermano Calvo.
A medida que Fernando se sentía más confiado empezaron a hacérsele natural los goles. Durante la segunda temporada su récord estaría en diecinueve, siendo el máximo goleador, y llevándose su primer trofeo en reconocimiento a su destreza. Aunque, de nuevo, no tuvo la dicha de levantar un título con su inolvidable equipo.
Pero el día llegó. Fue la tercera temporada, la más importante de su vida en el colegio, desde que empezó. No solo por el hecho de conseguir obtener su mayor récord que nadie pudo romper (32 goles en 30 partidos). Sin duda se volvió a llevar el galardón de máximo goleador. Aunque seguían sin ganar un título, él se concentraba en llegar hasta ese sueño. Levantar una copa con su equipo, conformado por casi todos sus amigos de la infancia y que hoy en día lo siguen siendo. Después de todo, de eso se trata la vida.
Y no los olvidaría cuando el año entrante, durante las pruebas de inicio de temporada, lo ascendieran a la liga César del Vecchio, pero él decidió entonces rechazar esa oportunidad para seguir con sus amigos en la liga Ascenso. Entre ellos recuerda algunos con sus apodos que quedaron de la época de Said-Abdul: Fioravanti (“Colorado”), Christian Rodríguez (“Birdy”), Felice Policastro (“Felich”), Juan Andrés (“Potter”), Rafael Rodríguez (“Rafa”), entre otros…
Y dice: “tuvimos éxito, al fin. Fuimos los mejores en la temporada regular. Llegamos a las instancias últimas, a la primera final que disputamos contra Salernitana. Perdimos 3 a 1”.
Luego de un tiempo él decidió optar por algo más profesional, viendo que en las venas le corría fútbol en vez de sangre. Su primera prueba fue en Atlético Sucre, la cual le sirvió de experiencia a pesar de no quedar seleccionado. Siguió probando, así que su rumbo fue entonces hacia Atlético Venezuela, en donde para el momento estaban en prueba unos 72 jugadores, de los cuales solo dos fueron seleccionados. Fernando era uno de esos dos.
Sin embargo, el deseo no fue suficiente. La vida como futbolista debía equilibrarse con lo académico. Y a sus padres ya se les estaba complicando el vaivén de todos los días para con los entrenamientos y partidos. Así que solo duraría tres semanas de pretemporada. No quería perder el ritmo, así que decidió inscribirse en el equipo donde jugaban todos sus amigos cercanos, el Centro de Capacitación y Entrenamiento de Fútbol Brasileño (C.C.E.F.B). Apenas llegó lo nombraron como tercer capitán del equipo. En esa temporada fallaría un penalti decisivo en un partido oficial de jornada contra los Agustinos.
En el último partido contra el Caracas FC tenían todas las posibilidades de ser campeones, pero el entrenador decidió salir con todo el equipo suplente y perdieron. Después de eso Fernando decidió no volver a jugar en el C.C.E.F.B.
Durante el verano, estuvo en un try out del Empoli FC, donde no fue seleccionado. Entonces sintió un vacío en el estómago, como primer síntoma del rompimiento con su amada. Ya no sentiría lo mismo. Ella, la pasión, no iluminaría aquel lucero desde ese rechazo visceral.
El rencuentro no fue pasajero, mucho menos sencillo. Como toda relación, siempre hay pros y contras. Lágrimas derramándose de a ratos. Y aunque parezca demasiado romántico, verdaderas historias de amor.
Como la de Fernando, que a pesar de no haber llegado a ser un jugador profesional entendió el verdadero significado de vivir el fútbol. Que nunca es suficiente cuando se vive tanto algo, que ese algo a medida que se sienta se pueda convertir en tu camino, y recorriéndolo te haga trascender. Pero que, sobre todo, se materialice.
* Rafael Rodríguez Vargas es estudiante de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.