Péndulo | El hijo del hombre

Ana Carolina De Jesús.-

La misión del Hijo del hombre es que todos sigamos su ejemplo. Foto: photopin (license)

Luego de los destierros, el pueblo hebreo confí­a en el Mesí­as para restaurar el orden y asegurar la tierra prometida por Yahveh a través de la Alianza. Así­, la palabra Mesí­as adquiere un carácter sagrado: es el ungido, le pertenece a Dios y (como tal) tiene la misión de ocuparse de su pueblo. El ocuparse no es otra cosa que una especie de realeza temporal: impondrá autoridad, someterá a otras naciones, hará resplandecer la justicia y la ley de Dios sobre todo hombre. Menuda tarea la del mesí­as hebreo. Se comprende, entonces, las expectativas arraigadas en la esperanza puesta en este hombre y la advertencia que hay a su alrededor: “Se yerguen los reyes de la tierra, los caudillos conspiran aliados contra Yahveh y contra su Ungido” (Sal 2, 2).  En la frase está contenido el conflicto que surgirá contra el Mesí­as, conflicto cuyo fin es impedir la misión.

El cristianismo es heredero de la expectativa hebrea pero de una manera diferente. Ya tienen al Mesí­as, a Jesucristo, y esperan ahora su segunda venida como juez para la consumación de los tiempos. Jesús anuncia la manera: “Así­ que si os dicen: ‘Está en el desierto’, no salgáis; ‘Está dentro de la casa’, no lo creáis. Porque como relámpago sale por oriente y brilla hasta occidente, así­ será la venida del Hijo del Hombre” (Mt 24, 26-27). Jesús prefirió usar el tí­tulo Hijo del hombre antes que la de Mesí­as, pero la emplea bajo la tutela mesiánica hebrea que yace en el libro de Daniel e Isaí­as.

Por medio de ambos profetas descubrimos que este mesí­as no tiene grandes aires de triunfalismos sino que ha sido humillado, ha padecido dolores y fue degollado. Luego de esto, es Yahveh quien lo glorifica. No es el mesí­as autoritario, con grandes majestuosidades ni tampoco exaltado por un pueblo que lo alaba; todo lo contrario: ha sido despreciado por los suyos. Es un don nadie y esto no compagina con las aspiraciones de ningún pueblo que busca a un lí­der, excepto por el pueblo cristiano que ve en esta actitud la fuente de un salvador que busca servir antes que mandar.  Hijo del Hombre es un nuevo tí­tulo con el cual se identifica al mesí­as sufriente, el ungido de Dios que no es otro que Dios mismo.

Jesús se convierte entonces en el nuevo Adán. La restauración mesiánica es trascendental frente al plano temporal y polí­tico. Trascendental porque va más allá del poder: se trata de vencer la violencia que ha condenado al hombre a su perdición.  Si no se comprende de qué va el mesí­as sufriente, René Girard da luz en este aspecto: encarna la figura del chivo expiatorio que expone el mecanismo y la ignorancia de la acción violenta. Solo con la resurrección de Jesús los apóstoles pudieron creer en la real dimensión del mesianismo que anunciaba su maestro, comprendieron la expresión Hijo del hombre que yace en el libro de los profetas.  Y la misión del Hijo del hombre es que todos sigamos su ejemplo y, para ello, San Pablo nos da el siguiente consejo: “no te dejes vencer por el mal, antes bien, vence el mal con el bien” (Rom 12, 21).

* Ana Carolina De Jesús es profesora de la Universidad Monteávila.

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