Reflexiones universitarias | Trabajo y santidad (IV)

Fernando Vizcaya  Carrillo.-

La luz permite salir de las tinieblas. Foto: photopin (license)

Sólo se conoce donde hay luz. Es la otra idea ligada a la de luminosidad. El concepto está amalgamado a “salir de tinieblas”, de poder leer. Sólo en la luz se puede conocer, y conocer es una forma de lectura de lo que tenemos alrededor.

En la liturgia del sábado en la noche, la Misa de Resurrección al entrar el sacerdote en el templo a oscuras canta un pregón: “Luz de Cristo…”. Lo hace en tonos que van alzándose, va subiendo la intensidad de voz y de luminosidad también porque el templo se va llenando de luz. Refleja la liturgia que Cristo es la Verdad,  el que des-vela, el que produce el camino que se podrá ver y por lo tanto es posible de amar, porque se conoce.

Pero el camino se hace andando, pero con un ritmo, de forma armónica, y la distancia se va acortando por esa armoní­a del movimiento que produce como nos recordaba San Josemarí­a: “verso a verso, el poema sencillo de la Caridad”, y también en otro texto: “la formación, en tiempo adecuado y en lugar adecuado”. Es decir, poéticamente tiempos buenos y espacios buenos para el hombre.

El trabajo se enriquece con el conocimiento. Pero lo que produce ese mejoramiento es la razón práctica del hombre, que quiere por ese movimiento, amar a Dios. Y como somos seres sociales, requerimos a otros para la labor que puede transformar el mundo. Así­, pensamos con San Josemarí­a, que lo escribió en la homilí­a Virtudes Humanas: “…en esta batalla de amor nadie pelea solo…—ninguno es un verso suelto…”. El deber caritativo del apostolado a través del trabajo ordinario, haciéndolo con la conciencia (en todos sus significados), con los colegas y compañeros del hacer bueno:
él es el rubio espigador que labra/para la siembra de multitudes/el Milagro sonrí­e en su palabra/multiplicando el pan y las virtudes… (1918)

Así­, sólo es trabajo ofrecido a Dios el que lleva por dentro la lucha por la buena intención, sabiendo que a veces no la llegamos a alcanzar. Logrando virtudes a través de ese hacer cotidiano, sin ninguna discriminación de la acción por razones sin razonamiento, dando la dignidad al ser humano. Acciones repetidas que logran la naturaleza del santo, del hombre justo, porque le da a los demás —comenzado por Dios— lo  que  les corresponde.

Vemos con claridad y patentemente entonces, la necesidad de la justicia, como decí­a Platón en Leyes: “la pobreza en la polis, no viene de la disminución del patrimonio, sino que es producto del aumento de la avaricia de algunos ciudadanos”. Y eso se puede evitar cuando buscamos la dignidad del otro, estamos en la lucha cristiana por hacer lo bueno, lo justo, buscando el bien común y no buscando el bien particular.  En esa articulación de ideas dice el Padre San Josemarí­a: “desentierra ese talento. Hazlo productivo y saborearás la alegrí­a de que, en este negocio sobrenatural, no importa que el resultado no sea en la tierra una maravilla que los hombres puedan admirar…lo esencial es entregar lo que somos y posemos” (Es Cristo que Pasa)

Dice uno de nuestros poetas latinoamericano:

Las manos de mi madre/saben lo que ocurre por las mañanas

cuando amasa la vida/horno de barro, pan de esperanza.

Las manos de mi madre/llegan al patio desde temprano

todo se vuelve fiesta cuando ellas juegan con otros pájaros

con otros pájaros que aman la vida/y la construyen con sus trabajos

arde la leña, harina y barro/lo cotidiano se vuelve mágico.

* Fernando Vizcaya Carrillo es decano de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Monteávila.

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