Rafael Rodríguez Vargas.-
«â€¦Hay que rescatar a Bolívar […] Por eso es que he dicho hay que cambiar el nombre a la moneda venezolana…» (Renny Ottolina. El Show de Renny, Caracas, 1972).
La ecuación es sencilla si se comprende de dónde vinimos. Es el primer paso para saber hacia dónde nos dirigimos. Conocer nuestra historia y luego existir, porque eso es lo que somos. Esta es la variable y todo lo demás es un mero producto notable en donde la Historia de Venezuela se puede hacer lineal, es decir, sin elevaciones hipérbolas que alteren el curso de su esencia plena.
Y precisamente fue Renny Ottolina quien, por poco, lograba reducir esa variación trigonométrica en la ecuación con su verbo tan clásico y tan poderoso, y con sus ideales y valores socio-culturales capaces de multiplicarse hasta trascender a futuras generaciones y prevalecer por siempre, volar por encima de las nubes, más allá del Churún-Merú… Donde entonces confirmó en su corazón, alguna vez, el indecible amor platónico que le tenía a Venezuela. Jamás había amado a nadie igual. Nunca.
Su pensamiento político, económico, antropológico e incluso filosófico había permanecido en los años 70 en todos los medios de comunicación del país. Renny invadía las pantallas de todos los venezolanos durante una hora y media, y, además, en su medio preferido de toda la vida, en donde había empezado con tan solo diecisiete años: la radio. Allí Â pasaba mucho tiempo hablando de economía, sin duda, una materia que lo apasionaba y de la que él jamás se consideraba un pensador aunque, en efecto, sí lo era, sobre la base de intuición natural propia acompañada de su intelecto erudito, desbordado de una ética y dignidad moral tan grande que era capaz de encantar a todo aquel que lo escuchara tan solo un momento. Todo esto gracias al logos tan poderoso que reflejaba, y a su conocimiento profundo de incontables tópicos relevantes, especialmente sus preocupaciones por el país, en todos los sentidos y clases sociales.
Lamentable fue que alguien como él no pudiese vivir lo suficiente como para hacer cumplir sus más grandes deseos y proyectos, dedicados solo a esta patria que hoy padece de un mal sin cura que parece expandirse tan rápido como la metástasis celular. De nuevo se impuso la suciedad de la política, aplastando ideales y amores a cualquiera que ose intentar cambiarlo todo para bien. Eliminar lo incorrectamente establecido en la sociedad contaminada de antivalores. Es la batalla que empezó Bolívar y que algunos, pocos, han querido continuar, pero no los han dejado terminar. Otros no la han sabido interpretar, por ello modifican cada uno de los factores operacionales y manipulan masas con valores absolutos imaginarios no aplicables. Para entender mejor: esa batalla es la ecuación, sencilla, pero sin resolverse aún. El problema es que se espera que “alguien” sea capaz de terminarla, lo cual es erróneo, pues se debería culminar no sobre la base de la fórmula alcahuete de la resolvente, menos al cuadrado perfecto, sino más bien entre todos nosotros: el demos.
Una parte de esta ecuación era el pensamiento socio-económico y moral de Renny Ottolina con respecto a rescatar a Bolívar y su nombre, su legado y sus ideales. Uno de sus más fuertes anhelos era que, para empezar a respetar al Libertador, tenía que eliminarse su nombre de algo tan vil como el dinero. Como buen observador e impulsor de la opinión pública venezolana mencionaba citas en sus programas a vox populi y con cortesía, mientras fumaba y seguía leyendo la prensa.
Discutía distintas opiniones a manera de engendrar un intercambio de posiciones en un breve segmento de su programa dedicado al análisis, en donde invitaba a la audiencia a reflexionar sobre situaciones clave que perjudicaban al país en la época, prediciendo así los posibles daños sociales, culturales y económicos en ese presente vivido que afectarían a un futuro más próximo que tardío.
En uno de sus últimos programas trató a fondo este tema tan complejo y polémico, inclusive hasta nuestros días. Le refutó la premisa propuesta por el aquel entonces presidente de la Sociedad Numismática venezolana. Antonio Sívoli, la cual rezaba «que la moneda se llame bolívar nos hace recordar a cada instante, al difundirse por el mundo, algo que sentimos».  Al leer esta frase, Renny comentaba: “señor Sívoli, yo creo sinceramente que usted está equivocado. Porque yo quisiera saber si cuando le dicen que algo cuesta siete bolívares, usted está pensando en siete libertadores. Todo lo contrario. El uso del nombre de Bolívar en algo tan vil como el dinero significa que cada día su nombre pierde importancia ¡Es todo lo contrario! Nadie en el mundo entero cuando le hablan del bolívar piensa en Simón Bolívar. Más bien piensan en cuál es la equivalencia en dólares de un signo monetario, que es diferente. Quienes tratan de acaparar bolívares, no están tratando de acaparar gloria, ni de acaparar libertadores de América, porque no hay sino uno. […] Que tenga la efigie de Bolívar nuestra moneda esa es una cosa. Las monedas inglesas tienen una efigie de Isabel de Inglaterra y de Felipe, y no se llaman chabelas por eso. La moneda española tiene la efigie de Franco y no se llaman francos. […] Se puso Bolívar a la altura de ser medida del papel toilette y lo hacemos cada día pues, para horror nuestro. Cuando se separe el nombre de Bolívar de la moneda, ese día lo habremos ganado de nuevo. Sobre todo que habrá una campaña, que yo la concibo, en que cada persona que conteste un teléfono en oficinas públicas o en oficinas particulares, al contestar debe decir: ¡Bolívar no hay sino uno! ¡La moneda se llama peso! ¡Buenos días! Discúlpeme señor Sívoli, pero cuando aquí se diga millones de veces esta frase, ¿sabe cuál va a ser el resultado? Que la moneda se va a llamar peso, y que Bolívar, no va a haber sino uno, que es lo que yo quisiera…”.
Ottolina tenía fe en su patria y creía por sobre todas las cosas que, para esa época, en un corto plazo hacia el futuro, Venezuela daría un gran paso hacia adelante y marcaría un límite (para mejor) entre el ayer y el hoy, pues las circunstancias estaban dadas para ello. Pero que “ese gran paso solo será dado en la medida que tengamos conciencia de nosotros mismos como país, y en la medida en que acudamos a nuestra historia para saber de dónde venimos y sintamos un apoyo para saber a dónde nos vamos a proyectar”. Le oían, más no le escuchaban. Y su campaña, su deseo, su más profundo sueño, se vio sepultado en la tierra infértil de hoy. Por eso que estas líneas sirvan de resurgimiento crepuscular de ello, que llenen de honor su nombre, que sean discípulas de sus palabras olvidadas. Y que, sobre todo, se multipliquen.
* Rafael Rodríguez Vargas es estudiante de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.