Noches blancas descubre el genio del primer Dostoievski

Cristian Briceño.-

Dostoievski es uno de los grandes de la literatura universal. Foto: photopin (license)

Una pregunta, amarga por demás, de esas que hacen reflexionar al más sabio o al más enamorado, es la que propone Dostoievski, en medio de un muy particular fenómeno climático en San Petersburgo: ¿vale la pena vivir toda una vida de penurias por un instante de felicidad?.

Noches blancas es un relato corto de Dostoievski, pretérito a sus obras más gloriosas, pero que ya lleva dentro de sí­ cuestionamientos y caracterí­sticas esenciales que el escritor ruso ofrece a lo largo de su enriquecedora y magna labor literaria.

El protagonista no tiene nombre. No, eso no es interesante. Es el narrador. Pero vaya si lo conocemos. Se trata de un hombre desdichado, joven de edad, menudo, tí­mido en exceso, carente de amigos y de relaciones en general, que ve pasar la vida delante de si mismo sin atreverse a acercarse, a tocarla. Este héroe aprecia cada detalle que acontece delante de él, valora considerablemente cada pincelada que se encuentra por la calle, mas sin embargo no deja de sentirse completamente solo. La soledad, uno de los aspectos fundamentales a tratar por Dostoievski, acompaña a este personaje innominado a lo largo de una travesí­a por San Petersburgo, en la Rusia ortodoxa del Siglo XIX.

Un milagro, en clave de humor, pone a este héroe en contacto, por primera vez en su vida, con otra persona: Nastenka, con quién compartirá unas cuantas noches blancas que cambiarán las vidas de ambos para siempre. En las que conoceremos al dedillo sus historias, esperanzas y anhelos, que concluye en un giro desgarrador, que no deja indiferente a nadie que lo lee, pues provoca ira y alegrí­a en partes iguales.

Es esta, pues, una historia de amor en toda regla. Un joven Dostoievski muestra aquí­ su visión particular del amor. Para el héroe se trata de una cuestión enriquecedora, poderosa, por la que vale la pena dar incluso la propia vida, y que es capaz de despojar del dolor incluso al más dejado, al más abandonado.

Como toda historia de amor, y como en toda historia de Dostoievski, hay aquí­ grandes monólogos en los que los pensamientos y discursos son los que dan pie a la continuación de la historia. El drama es dejado de lado por el lirismo en la prosa, es esto lo que mueve hacia delante a los personajes, aunque no por ello deja de estar presente la función novelesca a la hora de conocer el pasado de los protagonistas. La pasión desmedida, la traición, el olvido, e incluso sentimientos adelantados a su época, como la pobreza, realista en exceso, a la que uno se debe como parte de la sociedad capitalista, por encima del sentimiento y la promesa, son parte de esta suite. “Amor con hambre no dura”, pudiera ser una expresión venezolana que es tratada en Noches blancas.

Este es el Dostoievski escritor y psicólogo ruso antes de su tiempo en prisión, de su casi fusilamiento, no por ello menos provisto de un enorme talento prosaico, lirismo, optimismo y juventud, pero desprovisto de su “fiebre”, carente con la cual contagia a otros personajes en su época madura. No se trata esta, por tanto, de una de sus llamadas “obras maestras”, pero si es un buen acercamiento pretérito a sus grandes escritos.

Noches blancas funciona perfectamente como relato de amor. Aunque uno no pueda resistir, una vez que se adentra en la producción de un gigante como Dostoievski, ciertas comparaciones odiosas con sus trabajos más logrados, y es cierto que el viejo ruso, al explayarse en formato de novela larga da rienda a imágenes, escenarios y personajes magnos, grandiosos, no por ello se debe dejar de leer este cuento de juventud, pasión y alegrí­a por vivir.

* Cristian Briceño es estudiante de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.

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