Carlos Lanz.-
En los dulces días de mi infancia tuve grandes dificultades para adaptarme a la “cultura corporativa” de mis buenos maestros, los padres salesianos. Don Bosco, santo fundador de la congregación, había recibido del Señor la misión de educar y llevar a cielo a los niños que encontrara sueltos por las calles de Turín, que en aquel tiempo se industrializaba rápidamente, siguiendo los vaivenes de la historia. Aquellos pequeños, muchos de ellos huérfanos, deambulaban sin guía, sujetos a los peligros de la calle. El método de Giovanni Bosco: oración, Eucaristía y mucho deporte. Por ello, luego de las clases, en los recreos, era mandatorio jugar futbol, deporte soberano de los hijos del Mediterráneo.
En mi familia no se recuerda ningún deportista ni afición al ejercicio; era yo un niño regordete, sedentario, con aficiones más librescas que corporales y no entraba en el canon. Pero, aunque era esencial el deporte, mi poca deportividad no fue óbice para que me graduara e hiciera buenas amistades, que conservo hasta estos días. No obstante mi sedentarismo consuetudinario, siempre he conservado en mi memoria las buenas amistades que hicieron mis amigos deportistas y los buenos momentos que pasaron.
Las evidencias de la moderna ciencia médica nos hacen ver que los griegos de la Hélade una vez más tenían razón. Los griegos consideraban que la paideia, la formación integral del hombre, debía tener el cultivo de actividad física regular, aparejada a la preparación en todo aquello que hacía del hombre un ser cabal y miembro responsable de su sociedad. Desde la década de los setentas se ha venido acumulando evidencia de que los problemas importantes de salud pública en los adultos son enfermedades relacionadas con el estilo de vida, tal como el tabaquismo, que incide determinante en la enfermedad coronaria y en el cáncer, o el sedentarismo que contribuye en el sobrepeso, relacionado con la prevalencia de la diabetes tipo II.
El ejercicio físico constante y regular contribuye con el mejoramiento de la condición cardiopulmonar, y aun con la eficacia del pensamiento y el aprendizaje, así como en el retardo de las deficiencias cognitivas relacionadas con el envejecimiento. De tal manera que el lema de la Organización Mundial de la Salud para este tema es “el ejercicio es medicina” y recomienda una “dosis” de 150 minutos semanales de ejercicio aeróbico moderado, tal como una caminata enérgica. Por supuesto, debe ser realizado previa evaluación médica y adaptándola a la capacidad de cada quien. Se considera un asunto de salud pública inaplazable y hay programas de promoción de actividad física en los niños, que también padecen de sedentarismo. Un niño o adolescente debe hacer, al menos, 60 minutos de ejercicios diarios, y muchos niños, en muchas partes del mundo, no llegan ni de cerca, por estar apoltronados, ya sea por estar viendo TV o adheridos a los videojuegos.
La salud es un componente de una vida plena, pero no el todo. Nos recuerda el Catecismo de la Iglesia que “la vida y la salud física son bienes preciosos confiados por Dios. Debemos cuidar de ellos racionalmente teniendo en cuenta las necesidades de los demás y el bien común… La moral exige el respeto de la vida corporal, pero no hace de ella un valor absoluto”. Como todo lo humano hay una proclividad a la exageración y a hacer un culto a la salud y al cuerpo, cuando lo importante es el desarrollo integral del hombre. Hay que estar sanos para servir a Dios y a los hermanos; los hombres y las mujeres de nuestro país, y del mundo.
Volví a los predios de mis buenos padres salesianos, a la piscina donde aprendí a nadar. Dejé, espero que de modo habitual, mi sedentarismo, y nado varias veces a la semana. En la vuelta a la infancia se encuentran las cosas realmente valiosas. Porque de los que son como niños…
* Carlos Lanz es profesor de la Universidad Monteávila.