Javier Rodríguez Arjona.-
¿Por qué, con motivo del inicio del curso, tenemos una Misa del Espíritu Santo? Porque la misión del Espíritu Santo es configurarnos con Jesucristo. Hacer que tú y yo nos parezcamos a Jesús. Y ese objetivo intenta conseguirlo sin sacarnos de nuestro sitio vital. Por tanto, si nosotros ahora formamos parte de una universidad, será aquí y dentro de la dinámica propia del quehacer universitario donde el Espíritu Santo buscará iluminarnos y encendernos.
El quehacer universitario debería estar orientado, en definitiva, hacia la búsqueda de la verdad y el fomento de la virtud. Para eso es muy conveniente que tengamos una actitud de asombro frente a la realidad, contemplándola. Intentando aprenderla.
Quizá no lo sabes, pero si lees los Evangelios podrás fijarte con qué frecuencia pregunta nuestro Señor. Jesús hace muchas preguntas en el Evangelio. Y nosotros, que queremos seguir sus huellas, podemos imitarlo también en eso. Inquirir sobre lo que ocurre en nuestro entorno y dentro de nosotros mismos. Preguntas serenas, pertinentes, reflexivas, que nos ayudan a situarnos en el hoy y el ahora del ejercicio de nuestra libertad como personas.
El Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, es quien iluminará nuestro entendimiento y encenderá nuestra voluntad para avanzar por esa senda contemplativa. Con su ayuda progresaremos en el conocimiento de su Voluntad para cada uno de nosotros.
En la universidad conseguiremos enseñar y aprender la ciencia teórica y práctica que nos haga doctos en la materia de nuestro estudio, y ahondaremos en esa búsqueda de la verdad a la que conducen todos los caminos del saber. Sin perder de vista el objetivo esencial: ir logrando esa realización personal, que para una persona de Fe consiste en parecerse a Jesucristo, y cumplir en nuestra vida la ilusión de Dios para nosotros: que todos nos salvemos y lleguemos al conocimiento de la verdad.
En el claustro universitario se encuentra una amplia diversidad de actitudes acerca de lo que venimos a buscar en la universidad. Desde la actitud sencillamente utilitarista, incluso mercantilista, hasta la sabia búsqueda de la verdad y más allá todavía. Y se me ocurre que caben todas, siempre que se vivan con cierto sentido de responsabilidad.
Es conocido el ejemplo de los tres obreros que colocaban ladrillos en una construcción. Interrogado el primer obrero sobre lo que estaba haciendo, respondió: -«Coloco ladrillos». El segundo contestó: -«Levanto una pared». El tercero afirmó: -«Construimos una catedral». Todos dijeron la verdad, evidenciando distintos niveles de comprensión de aquello para lo que habían sido contratados.
La contemplación nos lleva a captar el conjunto y la finalidad de nuestros esfuerzos a partir de la realidad concreta. Y la realidad concreta no supone una pérdida de la visión de conjunto.
Ojala todos, desarrollando las diversas actividades de cada jornada, pueda responder a la hora de preguntarse por la verdad de lo que hace aquí: estoy luchando por ser santo, pues eso es lo que el Señor espera de mí: colocar el ladrillo y hacerlo bien. Levantando la pared en la que estoy trabajando. Y consciente que estoy edificando una catedral. Y, además, que no lo hago yo solo, porque la santidad involucra siempre a los demás. La santidad es personal, pero no solitaria. Estamos luchando por ser santos en el quehacer universitario, y tenemos que ayudarnos unos a otros. animándonos a tratar a Dios.
Al inicio del curso invocamos al Espíritu Santo, porque sabemos que necesitamos de Dios y sabemos que Dios ha querido que lo busquemos a Él. Por eso rezamos, oramos, intentamos movernos a la luz del Señor. ¡Ven Espíritu Divino, ilumina nuestras inteligencias y llena de tu amor nuestros corazones!
* Javier Rodríguez Arjona es el capellán de la UMA.