Estefanía Maqueo A.-
Mucho se ha hablado sobre la situación económica, política y social que atraviesa Venezuela en estos momentos. Sin indiferencia, las personas han manifestado su inconformidad y deseos de ayudar a un país que, lastimosamente, pareciera nunca saldrá del pozo profundo en el cual está sumergido. Cada día nuevas noticias desalentadoras ocupan la primera plana o un espacio dentro de la prensa, las cuales refieren a la crisis de los billetes de 100 próximos a desaparecer, la liberación de presos políticos, los saqueos ante la escasez de productos de primera necesidad, etc. Sin restarle importancia a los acontecimientos anteriormente mencionados, sí hay que enfocarnos en un tema que, aunque no ausente, ha ocupado un lugar secundario en los contenidos de interés sobre la crisis venezolana, tal como es la cultura.
La cultura puede ser definida en dos palabras: contenido y manifestaciones. La primera toma en consideración aquello que deseamos mostrar y que refiere a la identidad que poseemos ante el lugar al cual pertenecemos; la segunda es la manera como la vamos a demostrar. Así, la cultura puede ser expresada a partir de producciones artísticas, literarias, pictóricas, etc., bajo las cuales los autores manifiestan su punto de vista ante situaciones que ameritan su atención. Es decir, la cultura es el medio por el cual se permite la libertad de expresión.
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando la libertad de expresión es suprimida? Evidentemente se pierde la manifestación cultural del país y, por consiguiente, la expresión artística de sus autores.
Ese día ha llegado en Venezuela. El pasado 14 de diciembre la película del director venezolano Ignacio Castillo Cottin fue eliminada de la cartelera del cine nacional por orden del juez Salvador Mata García ante la demanda de los familiares del boxeador venezolano, quienes alegan que el film atenta contra la memoria de “El Inca” y el bienestar de los hijos de este.
Aunque una demanda tiende a ser muy común ante estas situaciones puesto que los autores siempre están en constante amenaza por lo que escriben, lo curioso aquí es saber por qué un juez decide no solo acatar la demanda de los familiares sino censurar la película a dos semanas de su estreno que, además, prometía ser una de las mejores del año 2016. La respuesta es muy sencilla: se tiene miedo. Y este miedo radica en que, lastimosamente, las instituciones gubernamentales no desean que el espectador piense, razone, y emita un juicio crítico a partir de la propuesta que Castillo y su equipo promueve: el boxeador Edwin Valero como un ser humano con complejos y temores, y no la figura pro-gobierno que varios años atrás intentaron vendernos. Para ellos quizás lo más sencillo sea desaparecer la película del país y refugiarse en la idea de que va en contra de las leyes venezolanas que protegen a los niños, niñas y adolescentes, pero no se dan cuenta que con ello promueve la llama de la curiosidad que muy difícilmente se podrá apagar.
Y es que eso es la cultura más allá del conocimiento y la manifestación: es la curiosidad. Esa curiosidad que mueve al artista, escritor, lector, a indagar más y más con el propósito de mostrar su punto de vista aunque no sea del gusto de los demás. Es el objetivo de dar a conocer la identidad de una nación, sus costumbres y tradiciones a partir de situaciones y personajes que traen consigo la idea del autor. Es El Inca de Castillo Cottin que muestra un país sumergido en la pobreza y delincuencia cuya única forma de surgir es ser apadrinado por el poder.
Sin embargo, Venezuela quiere cerrarle los ojos a su cultura. Y no hablamos solamente de las figuras políticas, sino de sus ciudadanos, quienes son testigos de los actos que se realizan y que, lastimosamente, se quedan bajo el papel del espectador que no hace nada puesto que imagina o supone que está viendo una película que pronto terminará. Y ejemplo de ello es el hecho de que, sin haber visto El Inca, los familiares y el juez encargado del caso decidieron censurarla. Otra raya más al tigre, como se diría coloquialmente en Venezuela.
No obstante, todavía quedan esperanzas. Pocas, pero siguen allí. La lucha por regresar a las salas de cine una película que, de seguro, más de uno querrá ver ante la curiosidad que genera el hecho de ser censurada, permite que uno de los objetivos se cumpla: el espectador se incluye dentro del proceso cultural.
Y es que cerrar los ojos a la cultura no es una opción. Hay que seguir promoviendo las diversas manifestaciones artísticas, generar incomodidad, alzar la voz ante las situaciones que se presentan, transformar la ficción en una alienación con el otro. Es un proceso difícil pero no imposible.
Mientras tanto, seguiremos en la lucha. El Inca apenas está comenzando a boxear. Habrá que esperar hasta su próximo nocaut.
* Estefanía Maqueo A. es profesora de la Universidad Monteávila.