Kelvin Brito.-
Lo que ocurre actualmente en Venezuela no es excepcional en nuestro mundo. Tenemos ejemplos extremos de naciones donde la situación era mucho más agravada que lo que hoy vivimos. Del inmenso abanico de modelos es lugar común citar a la Unión Soviética y China, por su elaborado y consolidado sistema totalitario comunista. Ambos -paradójicamente- se vieron inmersos en discusiones para dilucidar cuál de ellos era el más fiel en llevar a la práctica los postulados de Marx.
La novela Rebelión en la granja, una de las dos obras más representativas de George Orwell, está edificada sobre el modelo concreto de la URSS y cuenta lo ocurrido a partir de 1917 en la ya extinta confederación. Lo curioso de la publicación es que encaja perfectamente en los gobiernos que intervienen en la esfera privada del individuo.
George Orwell fue el seudónimo usado por Eric Arthur Blair; quien era natural de India, donde nació en 1903. Es una de esas mentes valiosas que abundan en la historia y literatura universal, pero que fallecen prematuramente y son reivindicados póstumamente por la historia.
En 1922, luego de haber cursado estudios en Eton, ingresó a la Policía Imperial de Birmania, tal vez impulsado por su ascendencia materna con ese país. Es menester destacar su peregrinaje por diversos países de Europa occidental al dejar el cuerpo policial en 1928, andanzas que no estuvieron exentas de penurias padecidas en naciones como Francia e Inglaterra.
El territorio que lo marcó y definió por el resto de su vida fue España, donde a partir de 1936 se involucra en la Guerra Civil de ese país. Luego le vemos prestando servicios como reportero en la BBC de Londres durante la Segunda Guerra Mundial, al tiempo que se forja una fama como periodista, novelista y ensayista, tres facetas en las que se desenvolvió magistralmente.
En Inglaterra es donde publica Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1949), dos obras que lo consagraron como referente imprescindibles de la literatura universal. Fallece en Londres en 1950.
Una voz en el silencio
Uno de los puntos que más llama la atención cuando se lee el estudio introductorio de Rebelión en la granja, es el referente a las dificultades de publicar la novela. Pero no es porque el escrito fuera malo. En lo absoluto: las evidencias de comunicaciones privadas entre Orwell y las casas editoriales así lo demuestran. El problema está en el contexto en que se escribió la obra.
Estamos hablando de los años 1944-45, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, y donde el grueso de la intelectualidad inglesa no dudó en aliarse con la URSS. Incluso llegaban al escenario inverosímil en el que criticaban abiertamente las acciones que Winston Churchill tomaba, pero de la potencia totalitaria del este no se decía nada peyorativo. Era una especie de pleitesía tácita para con los soviéticos.
Orwell hace énfasis en su prólogo que esta descabellada actitud de la intelectualidad -que pretende tapar el sol con un dedo- va contraria a su condición misma:
El servilismo con el que la mayor parte de la “intelligentsia” británica se ha tragado y repetido los tópicos de la propaganda rusa desde 1941 sería sorprendente, si no fuera porque el hecho no es nuevo y ha ocurrido ya en otras ocasiones. Publicación tras publicación, sin controversia alguna, se han ido aceptando y divulgando los puntos de vista soviéticos con un desprecio absoluto hacia la verdad histórica y hacia la seriedad intelectual…
Se captan pues las dificultades que tuvo Orwell en publicar su invención, si tenemos presente la condición de los medios, ya por hacer de la vista gorda y rendirle tributo a lo soviético, ya por miedo a la opinión pública, o porque era evidente que los cerdos representaban la dirigencia política soviética en su obra. No se rindió, pese a cerrársele puerta tras puerta. Y como el que persevera vence, los frutos tan ansiados se dieron cuando publica la novela bajo el sello de Secker and Warburg de Londres.
La rebelión de la granja
La historia se desenvuelve en la Granja Manor de Inglaterra cuyo dueño, el señor Jones, mantiene en situación de esclavitud a los animales que en ella habitan. Azotes, injusticias, miseria para los animales, elementos todos que conforman el panorama esbozado en el primero de los diez capítulos que componen la novela.
El Viejo Mayor, un cerdo anciano muy respetado por la comunidad animal –que no deja de recordarnos a Karl Marx-, resuelve hablarle a todos sobre una profecía, una posible revolución en la que los animales expulsarían a los humanos y tomarían el control absoluto de las granjas. Por supuesto, no sabe cómo ni cuándo ocurrirá esto, pero deja abierta la posibilidad y cumple con alertar a los animales.
Al poco tiempo el Viejo Mayor fallece, y aproximadamente al año ocurre la revolución, donde los animales efectivamente controlan la granja y expulsan a Jones y compañía. Como necesitan un liderazgo, se decide escoger a los cerdos, los más inteligentes de todas las clases de animales. De esta especie, destacan tres líderes: Napoleón, caracterizado tanto por su actitud silente como por su astucia; Snowball, el vocero diligente; y Squealer, joven prospecto consagrado al arte de la persuasión que adquiere más protagonismo conforme avanza la trama.
En un principio hubo organización y los animales se las arreglaron para sobrellevar la granja -a la que rebautizaron como Granja Animal-, sin los humanos que, por cierto, en más de una ocasión intentaron reconquistarla. Como siempre, no faltaron los disidentes que vieron sus intereses afectados.
Los cerdos, prestos a la lectura y la escritura, idearon una bandera alusiva a la granja y la revolución, y promulgaron siete mandamientos, que rezaban así:
Todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo.
Todo lo que camina sobre cuatro patas, o tenga alas, es un amigo.
Ningún animal usará ropa.
Ningún animal dormirá en una cama.
Ningún animal beberá alcohol.
Ningún animal matará a otro animal.
Todos los animales son iguales.
Los animales no se aislaron, y consiguieron un nexo con el mundo exterior mediante el señor Whymper, que era el único humano que podía pisar la granja. Hasta en las novelas las leyes tienen sus excepciones.
Sin mucho esfuerzo se llega a la conclusión de que los mandamientos no permanecieron inmutables: los cerdos, conforme transcurren los hechos, se van des-animalizando y se parecen más al señor Jones e incluso, pueden ser considerados peor que éste. Y es justo en este punto donde es menester destacar los tres ejes sobre los que gira la novela: distorsión, persuasión y terror.
Distorsión del pasado y de la realidad, que hacen los cerdos para con el resto de los animales, al cambiar los mandamientos a su conveniencia, contradecirse en lo sostenido con anterioridad y ofrecer cifras irreales sobre el desarrollo de la granja.
Persuasión de la que se vale Squealer para convencer, al resto de los animales, de la culpabilidad de Snowball en todo lo malo que ocurre en la granja, y de justificar los privilegios que cada vez más van adquiriendo los cerdos y los perros sobre el resto de los animales.
Terror, que emplea Napoleón cuando se lleva -adoctrina- a los perros y los cría, haciéndolo sus secuaces para que en caso de alzamientos, y “conductas contrarias al animalismo”, acaben con los implicados al instante; aniquilando cualquier intento de oposición al régimen.
Resta ahora invitarlos a ustedes a leer esta novela, de las mejores que existe cuando se habla de sátiras políticas. Por lo demás, cualquier parecido con la Venezuela de hoy es pura coincidencia…
* Kelvin Brito es estudiante de Derecho de la Universidad Monteávila.