Alicia ílamo Bartolomé.-
Aprobar con alegría la muerte del tirano es una reacción pagana. Podemos alegrarnos de la muerte del santo confiados en que nace a una eternidad feliz, estará viendo a Dios. La otra muerte debe entristecernos porque no sabemos si esa persona tuvo tiempo de arrepentirse de sus monstruosos pecados y adónde irá. No puede ser causa de regocijo que un alma caiga en el infierno. Y sin embargo…
Sí, esta reacción gozosa ha sido de muchos ante el deceso del gran criminal cubano. Yo misma la tuve en el momento de recibir la noticia, pero enseguida me autocensuré, dije una oración y lamenté mi fragilidad humana. Por supuesto que a todos nos puede pasar lo mismo, tener una actitud inapropiada ante hechos que nos representan el fin de una pesadilla y esto no tiene nada de malo mientras no permanezcamos en esta actitud, mientras pensemos, como en esto caso, que la muerte del tirano es un alivio, pero no un motivo de fiesta.
También puede suceder lo contrario: grandes manifestaciones de pesadumbre y elegías inmerecidas para el difunto que dejó en su paso por la tierra más dolor que logros, más destrucción que obra fecunda. La mayoría de las veces estos duelos y lamentos son obligados por los deudos herederos y continuadores del horror, como sucede en esa espantosa sucesión de líderes siniestros en Corea del Norte y ocurrió en Haití. Es la mezquina explotación del miedo para provecho personal que obliga a llorar sin sentir pena, sino terror ante el inminente y cruel castigo por no sumarse a la ficticia pesadumbre. ¡En qué mundo loco vivimos!
Con los tres párrafos precedentes no pretendo dar lecciones de moral, porque no me compete ni soy especialista, sino buscar caminos de reflexión para nuestro propio destino. No sabemos cuán cerca está un cambio político en este país, tal vez aún lejos, para nuestra desesperanza, pero tarde o temprano vendrá. Mi inquebrantable optimismo me anuncia que más temprano que tarde. Quiera Dios. Sin embargo, más importante que el momento es lo que va a provocar. Debemos estar preparados para no caer en acciones absurdas que ensombrezcan una fecha gloriosa, como sucedió a la caída de Pérez Jiménez. Él y sus compañeros del gobierno se fueron del país tranquilamente y quienes pagaron los platos rotos fueron los esbirros segundones de la Seguridad Nacional, los menos culpables porque recibían órdenes de arriba: fueron linchados por un pueblo enardecido.
Eso no debe suceder ahora. Fuera la venganza y la continuación de los desmanes que padecemos hoy. La violencia engendra violencia, así esta se perpetúa y destruye una nación. Aprendamos la magistral lección de Nelson Mandela. Si no hubiera tenido el tacto e inteligencia para contener la sed de venganza de sus hermanos del pueblo negro, oprimido y maltratado largos años por los colonizadores blancos, como él mismo lo fue en su prolongado e injusto encarcelamiento, Sudáfrica no sería el gran país que es en la actualidad.
Aplicar la justicia debida es necesario porque sin justicia no hay paz, pero jamás desbordarla por la retaliación. Celebremos construyendo, jamás destruyendo.
* Alicia ílamo Bartolomé es decana fundadora de la Facultad de Ciencias de la Comunicación e Información de la UMA.
ConfÃo en que somos un paÃs de avanzada que sabrá adoptar una posición mesurada a pesar de actuar como se actúa en caos.