Vida en abundancia | Enganchados y liberados

Carlos Lanz.-

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Hay que dejar de lado el teléfono e incentivar las relaciones cara a cara. Foto: photopin (license)

¡Libres de toda atadura! ¡Que nada nos esclavice, que sepamos cuando nos quieren controlar! ¿Suena bien, verdad? Está relacionado con una aspiración de la humanidad desde su origen. Pero hay ataduras que no podemos ver, a menos que nos hagamos sensibles a ciertos cambios culturales que podemos dar por buenos. En nuestras manos hay una tecnologí­a que nos comunica cada segundo con quienes queremos; o que nos permite saber que opinan otros cada segundo; o poder enviar mensajes, fotos y ví­deos de lo que vamos viendo.

Tristan Harris es un diseñador de aplicaciones para Google que dejó la compañí­a para emprender una iniciativa llamada Tiempo bien empleado (Time Well Spent). En una entrevista para la revista The Atlantic nos plantea que la industria de las redes sociales, de manera deliberada,  procura la adicción al uso de estas tecnologí­as, que actualmente están en los bolsillos y en las manos de millones de personas. Utilizan diseños de aplicaciones que hacen que se busquen pulsiones muy í­ntimas de las personas, tal como la aprobación social, al tener que dar like a las publicaciones de nuestros “amigos” en las redes, o al plantear falsos menús de opciones que realmente no permiten elecciones libres y hacen que las personas se queden enganchados con la tecnologí­a. El mecanismo fundamental en el diseño de aplicaciones está en lo que se denomina recompensa variable. A veces obtengo una satisfacción por recibir un like en una publicación, pero a veces obtengo una recompensa menos satisfactoria, lo que hace que reitere la conducta que podrí­a producir un premio. Es muy evidente en aplicaciones como Snapchat o Instagram, en las que los usuarios están buena parte de su tiempo buscando nuevas fotos o ví­deos que retroalimentan su satisfacción de modo variable.

Hay mecanismos neuroquí­micos detrás de las recompensas. En una parte del cerebro denominado la amí­gdala y el hipocampo se encuentran neuronas que producen dopamina. La amí­gdala cerebral está relacionada con la reacción emocional a los estí­mulos externos y el hipocampo al reconocimiento de los ambientes en los que ocurren los estí­mulos satisfactorios. Sabemos que las emociones tiene una función determinante en la toma de decisiones. Las elecciones tomadas bajo el efecto de las emociones satisfactorias hacen que nuestra tendencia a repetir dichas acciones esté reafirmada. La activación de estas neuronas está relacionado con la adicción a drogas, por lo que aquellos adictos a ellas necesitas volver a los mismos lugares y utilizar las mismas sustancias para producir satisfacción nuevamente. Estos cambios cerebrales se pueden hacer permanentes al producirse la activación de genes que perpetúan estas respuestas. Incluso hay cambios en los cromosomas, cambios genéticos permanentes.

Estas mismas recompensas planificadas del diseño de software actúan por las mismas ví­as que la adicción farmacológica. Estamos sometidos a las mismas influencias. Sólo que aquí­ está el refuerzo de una cultura que hace ver que las redes aumentan nuestras interacciones sociales y ciertamente lo hacen. Pero los interesados en generar apego a una conducta en la población para lograr beneficios económicos están respaldados por una concepción del mundo que dispone que se debe dar gusto a cualquier apetencia que aparezca en nuestra conciencia. Por esta misma razón, entre nuestros jóvenes hay una concepción: ciertas drogas son inocuas. El consumo de marihuana ha aumentado sensiblemente, como se puede ver en las estadí­sticas llevadas en el mundo anglosajón. Y en Venezuela existe una cultura que favorece el consumo inmoderado de alcohol, que se estimula desde la adolescencia temprana.

Tristan Harris plantea un código deontológico del diseñador de apps para elaborarlas sin ese potencial adictivo, pero no sabemos si la gran industria de las redes sociales va a hacerle caso. También invita a que sepamos poner nuestros teléfonos de lado muchas veces al dí­a para incrementar relaciones humanas nutritivas, cara a cara.

En esta lí­nea creo que va el modo más humano de vivir nuestros tiempos y que vale para todos los tiempos de la historia. Hay un hábito bueno que debemos practicar: la templanza. Debemos estar vigilantes a nuestras fragilidades. Hay que saber decir que no a los requerimientos que nos rodean para vivir sanamente y favorecer una cultura del encuentro que tanta falta nos hace.

* Carlos Lanz es médico y profesor de la Universidad Monteávila.

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