María Eugenia Peña de Arias.-
La indignación de una madre al ver alterado el apellido de su hija en una prenda de vestir escapó del espacio del chat del colegio y se hizo viral. Al mismo tiempo que el país se conmovía por la represión que se veía en las calles de diferentes ciudades, se reía con los memes, ediciones, chistes que le concedieron fama –fugaz, pero fama al fin- a la niña cuyo apellido se asemeja lamentablemente a Mozzarella, tipo el queso. En cuestión de instantes Paparoni se convirtió en peperoni y Titina en vulgaridad.
Podría pensarse que es propio de la idiosincrasia del venezolano reducir la tensión con un chiste; que ante tanta indignación y frustración por lo que unos venezolanos pueden hacerle a otros venezolanos, una broma nos conecta con lo que realmente somos: gente de buen humor, alegre y con chispa, que al mal tiempo le pone buena cara. Y eso está bien.
Pero también el caso de la chica Mozzarella puede ser un llamado de atención a cómo nos comunicamos por los chats de WhatsApp y plataformas similares. Ya el escribir con emojis destruye una primera barrera contra los sentimientos desbocados, los íconos permiten concretar una idea que a lo mejor no se expresaría con palabras. Pero los voices son un paso más allá. El proceso racional de pensar, codificar y comunicar se reduce a lo visceral, a eso que se siente cuando la equivocación se confunde con bullying, o la mamadera de gallo se concreta en una camisa. Además, no hay tiempo de arrepentirse. Una vez que se suelta el ícono del micrófono, el mensaje se envía, y con él la indignación que puede resultarle graciosa a los demás. Basta con que alguno de esos demás decida enviarlo a otro chat o publicarlo en una red social para que la chica que se apellida parecido a Mozzarella se convierta en celebridad.
El problema es que esa chica tiene que lidiar ahora con su camisa equivocada y su imagen vapuleada. Posiblemente en tres días ya nadie se acuerde de ella, pero ella sí se acordará del escarnio público. Por eso, vale la pena recordar algunos principios básicos de comunicación que pueden ayudar a preservar nuestra intimidad y la amistad.
Stuart Hall dejó claro que codificación y decodificación son momentos que se reclaman pero que son autónomos en el acto de comunicación. Es decir, que nadie puede garantizar que la gente decodifica el mensaje según la intención del emisor. Por eso, vale la pena controlar todo lo posible las condiciones de recepción, eligiendo bien al interlocutor. Lo que va dirigido a uno no tiene por qué ser enviado a muchos, los mensajes a García en tiempos 2.0 seguro le llegan a García y a millones más.
Además hay que cuidar la emotividad a la hora de comunicar. Las redes sociales y los chats de plataformas de mensajería nos resultan cercanos, como hablar cara a cara con un amigo, pero es solo ilusión. Los mensajes pueden ser fácilmente sacados de contexto, y lo que puede ser un mensaje que causa risa al grupo de representantes de un salón se convierte fácilmente en “Navidad con los Mozzarella”.
Y finalmente hay que recordar que una broma inocente, de la que seguro “más nadie se va a enterar”, tiene una gran facilidad para hacerse viral y se puede rastrear al protagonista… o víctima. Por eso, hay que pensar dos veces y rectificar la intención antes de presionar la opción de compartir.
* María Eugenia Peña de Arias es decana de la Facultad de Ciencias de la Comunicación e Información de la Universidad Monteávila.
Este tema da para muchas consideraciones. Alguna como la de la apreciada Decana y otras que pueden surgir de un conversatorio interesante sobre la necesidad de unas normas de convivencia entre los comunicadores de carrera y los que van corriendo…nos entendemos.
es peligroso el tema del whatsapp
Post muy interesante, lo voy a compartir. Un saludo.