Alicia ílamo Bartolomé.-
En la segunda mitad del siglo XX, como consecuencia del Concilio Vaticano II, se empezó a decir la santa misa en lengua vernácula. Al respecto tengo algunos recuerdos simpáticos. La oía un mínimo grupo en una pequeña capilla de la catedral de Nuestra Señora de París, el sacerdote no tenía a mano un misal en francés, se le ocurrió pedírselo a una feligresa que casualmente era mi hermana Cecilia (+). Se desconcertó un momento al ver las lecturas en español, pero las leyó con decisión y marcado acento. Como me quedaba allí por un tiempo, compré mi misal en latín-francés. Antes de regresar a Venezuela hice un corto viaje turístico, además de en francés y en español, me tocó oír misa en inglés, en holandés… ¡y en mallorquín! ¡Ah… qué falta me hizo el latín!
Uno viajaba, podía estar en Alemania, Rusia o Checoeslovaquia y, sin embargo, cuando asistía a la santa misa era entrañable oír en todas partes el Dominus vobiscum, así fuera entonado con los más extraños acentos, pero se reconocía, ¡se estaba en casa! Por supuesto, es una gran decisión conciliar acercar más al pueblo al memorial del Calvario entregándolo en su propia lengua, eso no lo discuto, después de todo es una minoría la que puede viajar, sobre todo hoy: en Venezuela, ni los que podíamos podemos. Eso no quita señalar que, en cierta forma, con la ausencia del latín en la sagrada liturgia, la Iglesia Católica pierde, no sólo un poco de su universalidad en la celebración eucarística, sino de su misterio, como me decía en aquel entonces una agregada cultural de la Embajada de Venezuela en Francia, no muy creyente, pero para ella era importante la solemnidad sonora y un tanto incomprensible de la lengua del Lacio.
Cabe recordar lo que muchos han olvidado o no lo saben: el Vaticano II no descartó el latín de la Iglesia. Por el contrario, instó a que se celebrase al menos una misa en latín en los templos y parroquias donde hubiese varias.
La lengua milenaria y tradicional de la Iglesia no iba a ser enterrada. Seria como olvidar su filiación y origen. Lo que ha sido archivado es este mandato pasivo. No se cumple. No sé si los sacerdotes de las últimas generaciones han aprendido el latín en los seminarios o si en esto fue puesto a un lado. Sería lamentable, porque el clero diocesano no podría abocarse a este rescate en las parroquias. Sin embargo, estoy segura de que en las congregaciones religiosas y otras familias canónicas de la Iglesia el latín sigue en el pensum de estudios, entonces a ellas les toca resucitar esta lengua y se los pido encarecidamente, tras haber tenido la experiencia que paso a relatar.
En estos días de encierro obligado he oído la santa misa por el canal EWTN fundado en Estados Unidos por la Madre Angélica, oficiada por los sacerdotes de la también fundación de ella, los Franciscanos Misioneros de la Palabra Eterna (F.M.V.A.). El oficio suele ser cantado y las oraciones ordinarias en latín, las lecturas en inglés traducidas en voz al español. Con meticulosa y piadosa precisión, estos frailes nos entregan el esplendor de la liturgia en la lengua olvidada. ¡Cuánto se los agradezco!
* Alicia ílamo Bartolomé es decana fundadora de la Facultad de Ciencias de la Comunicación e Información de la Universidad Monteávila.