María Eugenia Peña de Arias.-
Es la práctica habitual en América Latina desde cuando nos reconocíamos como colonia española. Es lo que hemos visto a lo largo de nuestra historia. Es lo que encontramos en nuestra vida cotidiana cuando tenemos que lidiar con cualquier norma. Es lo que vemos en las redes sociales: se acata pero no se cumple.
En los grupos de WhatsApp es común establecer unas reglas de interacción: qué se puede o no publicar, hasta qué hora se puede enviar un mensaje, cómo tienen que ser estos mensajes, y un etcétera que dependerá de lo dedicado y creativo que sea el administrador. Sin embargo, estas reglas se acatan pero no se cumplen. Se envían mensajes a deshoras, que no son pertinentes al grupo en cuestión, con todos los emoticones que están prohibidos en las normas… Y aunque siempre hay alguno que intenta recordar lo acordado, con mayor o menor énfasis y delicadeza, al final siempre terminamos preguntándonos si de verdad tenemos que estar en el grupo. Posiblemente permanezcamos en él porque por algo nos metimos en su momento.
Esa práctica tan nuestra de no respetar los modos y los fines tiene un alcance global en las redes sociales: la figura del trol. Un trol es alguien que participa con comentarios que son irrelevantes, no guardan relación con el tema, irritan y molestan a los participantes en el foro. Lo hace para divertirse, o para molestar, o para distraer la atención de lo realmente importante.
Cuando una conversación se desvía del tema por culpa de un trol, este ya ha comenzado a cumplir su objetivo. Los administradores de los grupos o quienes llevan las cuentas se preocupan y tratan de intervenir, y entonces el efecto puede ser aún peor. Lo mejor suele ser ignorarlos.
Seguramente ya le pusimos la etiqueta a alguien que participa en alguno de nuestros grupos. Pero vayamos más allá y pensemos cómo se comportan los trols en las redes, en lo que se refiere a la situación actual del país: llenan las redes de desesperanza, sus mensajes destilan odio, ven malas intenciones en cualquier acción de los dirigentes políticos, atacan a las personas e instituciones que odian, hacen comentarios viscerales, difunden rumores que apuntan directamente a lo que las personas temen. Nos resulta sencillo identificarlos en el bando opuesto a nuestra postura política, si es que nos hemos dado la oportunidad de relacionarnos con personas que piensan de modo diametralmente opuesto al nuestro. Pero si estamos atentos, seguramente encontraremos alguno entre las personas con las que tenemos afinidades ideológicas.
Luego de un mes de protestas, es común que algunos ánimos decaigan y por ello los trols tienen ocasión de hacer su trabajo. No lo permitamos. Primero, porque este tiempo de Pascua es ocasión para recordar que el mal está vencido. Segundo, porque la esperanza no es circunstancial, y cuando nos convenzamos podremos experimentar que es a prueba de balas y de gases. Tercero, porque nadie sabe cómo terminará esta película, pero como el Cantante podemos estar seguros de que “todo tiene su final, nada dura para siempre”.
Los trols también se neutralizan con optimismo, alegría, serenidad y paciencia, virtudes todas muy necesarias y que no deberían escasear en las redes sociales.
* María Eugenia Peña de Arias es decana de la Facultad de Ciencias de la Comunicación e Información de la Universidad Monteávila.