Mercedes González de Augello.-
Los venezolanos llevamos años padeciendo las consecuencias de un gobierno que le ha dado la espalda al progreso y desarrollo del país, que nos ha llevado a unas condiciones de vida inimaginables para un pueblo acostumbrado a vivir con reglas democráticas y con la amabilidad y alegría que siempre caracterizaron al venezolano. No es necesario extendernos en hablar de las penurias a las que está sometido el pueblo, porque esas las conocemos y padecemos todos, pero podemos decir que escasez, violencia e irrespeto a los derechos básicos de la ciudadanía resumen las consecuencias de este sistema que ha fracasado.
Durante los últimos años y, más claramente, las últimas semanas, hemos visto un país que no se resiste a vivir en estas condiciones y que exige libertad, respeto y paz. Hemos visto a un pueblo que lucha y hemos visto a unas familias que luchan. Vemos las marchas, concentraciones y protestas llenas de madres desesperadas que lo que exigen es comida y medicinas para sus hijos, a tantos padres preocupados por el futuro y seguridad de los suyos, a muchos solitarios abuelos que salen a la calle porque sueñan con un país que les permita volver a reunir en la mesa familiar a todos sus hijos y nietos, que se han tenido que ir a buscar en otros países las condiciones de vida que no pudieron tener en su propia patria.
Lo que vemos en las protestas son familias que se resisten a vivir bajo el terror de la violencia, que no permite que sus hijos jueguen libremente en parques y plazas o vayan a la escuela y a la universidad sin miedo a ser agredidos. Son padres y madres que aspiran un país próspero en el que sus hijos puedan ser felices y construir en un futuro sus propias familias, sin estar obligados a buscar nuevas oportunidades lejos de su tierra.
Consuela el alma ver a tantos jóvenes, esos hijos formados en los valores y rectitud de la familia venezolana, que hoy salen a la calle, valientes, humildes, con la fortaleza que da la verdad, a reclamar sus derechos, a luchar por un país que les de oportunidades, que les permita desarrollar su mente, cuerpo y espíritu cerca de sus seres queridos. Jóvenes cansados de tanta injusticia, que no pueden seguir hundidos en la desesperanza y luchan con toda su irreverencia juvenil por el anhelo más grande que tienen: una Venezuela llena de libertad. En esa lucha han caído algunos, pérdidas de vida dolorosas para todas las familias venezolanas, que enaltecerán por siempre el valor de nuestros muchachos.
Hoy más que nunca la familia es ese motor que alienta al venezolano a seguir adelante, donde consigue cobijo luego de enfrentarse con la dura realidad de las calles de nuestras ciudades y pueblos, donde se recarga de energía después de largas jornadas de protesta y de sufrir la represión desmedida contra un pueblo pacífico y desarmado. La familia es ese bastión que seguirá formando ciudadanos con fuertes convicciones morales, que creen en la paz, la libertad y la democracia a pesar de tantos años de un gobierno que ha intentado arrebatarnos la dignidad. La familia seguirá sembrando esperanza, valor y fe en Dios a todos sus hijos y eso es invencible.
* Mercedes González de Augello es directora de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.
* Rubén Sevilla Brand es estudiante de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.