Economí­a para la gente | Lo visible vs. lo invisible (VI)

Rafael J. ívila D.-

La inflación limita el acceso a la educación. Foto: photopin (license)

En el artí­culo anterior continuamos revisando algunos efectos colaterales de la inflación, que tal vez no se ven muy claramente, no son muy evidentes: las consecuencias causadas por las formas en que el gobierno trata de resolver la inflación, y que podrí­an resumirse en un corregir errores con errores. Y por esta razón es que creo que ha valido la pena analizarlas con detalle; empeño que culminaremos en este artí­culo, para en los sucesivos hacer algunas reflexiones en cuanto al tema inflacionario.

Ya hemos revisado el caso de los salarios, las tasas de interés, las gavetas bancarias, el tipo de cambio, alquileres, aranceles, cuotas de importación, y precios de algunos bienes y servicios, como regulaciones impuestas y precios que el gobierno comienza a controlar, en su búsqueda de detener la inflación y que no resuelven el problema de fondo, sino que originan otros.

Sigamos ahora con otros controles que los gobiernos aplican y que terminan siendo un corregir errores con errores. Recordemos que para resolver el problema inflacionario los gobiernos acuden a controles de precios, con el argumento que si la inflación es el alza de los precios, entonces la solución es sencilla: controla el precio. Otros controles aplicados y sus consecuencias, lo que se ve y lo que no se ve:

Con los servicios en los sectores salud y educación se da una situación similar. La inflación que se refleja en el encarecimiento de los precios de estos servicios limita el acceso que a estos tienen las personas que no puedan costearlos. Dado esto, y como se entiende comúnmente que el Estado “debe velar” por que todos los ciudadanos tengan acceso a servicios de salud y educativos de calidad, el gobierno construye y opera una red de hospitales y escuelas públicas. Pero dado que la operación de esta red la lleva el gobierno, y es financiada con recursos de los contribuyentes, ciudadanos mediante el pago de impuestos, dinero de todos y de nadie a la vez, gestión y recursos sin dolientes, los incentivos están dados para que el servicio que se presta sea de baja calidad.

Al recibirse un servicio de baja calidad en la red pública, y como es lógico y natural que las personas en temas tan importantes como la salud y la educación, quieran lo mejor para sus hijos y familiares, la demanda se avalancha sobre, se concentra en, las empresas privadas prestadoras de estos servicios, que no necesariamente prestan el mejor servicio posible, pues la poca competencia originada por altas barreras de entrada no las incentiva a hacerlo, pero al menos es mejor servicio que el que presta la red pública. Este aumento de la demanda presiona el precio de la salud y la educación al alza. Si a esto se suma que las personas cuenten con un seguro privado de salud, la presión es mayor.

Entonces se da una situación de servicios costosos que no necesariamente son de calidad, y de clí­nicas y centros de salud abarrotados de pacientes en atención y en espera; y de colegios e institutos de educación superior sin cupo y largas listas de espera para que los niños y adolescentes entren a estudiar. Es decir, como es natural, la presión se concentra en las mejores clí­nicas y en los mejores colegios y universidades. Esta situación de largas listas de espera de pacientes y estudiantes, genera desincentivos a prestar un excelente servicio.

Otro aspecto relevante es que los mejores médicos y profesionales de la enfermerí­a, y los mejores maestros y profesores, se verán atraí­dos por las mejores clí­nicas y colegios y universidades para prestar sus servicios, originándose un cí­rculo virtuoso, pues las empresas que puedan cobrar un mayor precio podrán contratar mejores profesionales de la medicina y de la educación, que a su vez harán que la empresa preste un mejor servicio, reforzando el precio que puede cobrarse. Esta situación, en la que los centros de salud y educativos privados atraen a los mejores profesionales, deja sin estos a los centros que conforman la red pública, quedándose esta con no tan buenos profesionales, lo que redunda en un servicio de menor calidad, que se presta a las personas para quienes no son asequibles los servicios privados; cuestión terrible. Y aquí­ se presenta una de las formas como los gobiernos tratan de resolver un aspecto del problema: legisla, regula, para obligar a médicos y a profesores y maestros a prestar sus servicios en los centros de la red pública, unas horas al mes. Y el problema se agrava si el entorno más bien estimula la fuga de talentos: profesores y médicos que prefieren emprender caminos a otras latitudes.

La salud sufre aplicación de medidas económicas erróneas. Foto: photopin (license)

Toda la situación descrita es caldo de cultivo preciso para generar un clima de opinión que clame por una intervención del gobierno. Lo visible es lo costoso y de regular calidad del servicio de salud y de educación; lo invisible, qué ha generado a esta situación, cómo se llegó hasta aquí­: la polí­tica inflacionaria del gobierno y su tratar de corregir errores con otros errores. La sensación es que las clí­nicas, colegios y universidades son muy costosas, y que algo hay que hacer para controlar sus “desmedidas ansias de riqueza”. Si el gobierno cae en la tentación y da el paso y regula los precios máximos que pueden ser cobrados por los servicios en el sector salud y educación, comienza a ahogar paulatinamente a estas empresas, que buscarán la forma de seguir subsistiendo ofreciendo servicios que caigan fuera del paraguas regulatorio. Como es de esperarse aumenta la demanda debido a la regulación del precio, lo que para una oferta con desincentivos a incrementarse, genera escasez que se traduce en centros de salud colapsados y salones abarrotados, y largas listas de espera de pacientes y estudiantes. Y hacen su aparición en escena los mercados paralelos: centros de salud y de educación atomizados y en la penumbra, con no necesariamente las mejores condiciones de salubridad y calidad.

Todas las regulaciones descritas en las entregas de esta serie de artí­culos tienen en común que resultan del deseo de hacer justicia en la sociedad. Eso es lo visible. Pero terminan perjudicando al ciudadano de a pie; esto es lo invisible. La verdadera seguridad social no está en aplicar la “lista” de regulaciones y controles que ya se ha expuesto, sino en que la ciudadaní­a goce de un entorno en el que las empresas demanden cada vez más personas para trabajar, ofreciéndoles empleos de calidad y a largo plazo.

Ya decí­a Bastiat que el buen economista era aquel que no sólo ve lo que todo el mundo percibe, lo evidente, lo obvio, sino que también ve lo que nadie percibe, aquello que con el tiempo surge y estalla.

Como ha podido verse en esta serie de artí­culos, los gobiernos tratan de corregir el problema inflacionario, no atacando la raí­z, sino atacando consecuencias de la verdadera causa. No van al fondo, se quedan en la superficie, tal vez porque si van a la raí­z, quedarí­an al descubierto como responsables del problema. Y al quedarse en la superficie, tratan de resolver el error original con otro error, es decir, tratar de corregir errores con errores, no resolviendo el problema, sino agravando el asunto.

Pedimos al gobierno que nos defienda de la inflación y sus nefastas consecuencias… ¿Pero quién nos defiende de las consecuencias generadas por las terapias que aplica el gobierno tratando de resolver la inflación?

Entonces, como ha podido verse en las lí­neas precedentes, el aumento de la cantidad de moneda por parte de las autoridades monetarias de un paí­s, la inflación, termina generando nefastas consecuencias a corto y largo plazo, que son pagadas por el ciudadano de a pie: desempleo, devaluación y depreciación de la moneda, altas tasas de interés, altos precios de bienes y servicios, escasez, tensión importadores vs. exportadores, pérdida de competitividad, mercados paralelos “negros” en los que se mimetizan los malos con los buenos; a fin de cuentas, descontento social.

Entender la economí­a polí­tica de los controles, identificar ganadores y perdedores, nos permite entender por qué es difí­cil cambiar el statu quo.

Bueno amigos, dejémoslo en este punto por los momentos. Y hasta aquí­ nuestro análisis de las consecuencias causadas por las formas en que el gobierno trata de resolver la inflación, y que podrí­an resumirse en un corregir errores con errores. En el próximo artí­culo reflexionaremos sobre la inflación, lo que se ve y lo que no se ve, sus ganadores y sus perdedores.

* Rafael J. ívila D. es decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas y director del Centro de Estudios para la Innovación y el Emprendimiento de la Universidad Monteávila.

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