María Eugenia Peña de Arias.-
Por los años 50 del siglo pasado David Manning White estudiaba a Mr. Gates, nombre con el que denominó al editor de noticias de un diario, a quien consideraba el personaje clave en el proceso de producción de noticias. Mr. Gates era un individuo bastante poderoso, que discrecionalmente decidía qué era noticia y qué no.
Estudios posteriores demostraron que los editores de los medios de comunicación tienen un papel importante pero no determinante a la hora de establecer la dieta informativa que cada día suministran estas instituciones, una dieta de la cual depende en buena medida la salud de la sociedad. Si esa propuesta mediática es plural, incluyente, ponderada y verdadera, los ciudadanos tendrán insumos para tomar decisiones racionales sobre lo que compete a todos. Si por el contrario esa dieta es baja en veracidad, carente de proporción y magnitud, servil a fines particulares, posiblemente a la sociedad le cueste mucho ponerse de acuerdo sobre qué es lo público, qué es lo importante y cuál es el mejor modo de alcanzar el bien común.
Hasta los tiempos 1.0 los medios de comunicación tenían el sartén bien agarrado por el mango en lo que a su agenda se refería. Lo que era noticia, cuál era la más importante, cómo había que tratar los temas, se decidía día a día en las reuniones de la mesa de redacción y se plasmaba en la portada del diario, los minutos de los noticiarios audiovisuales y los portales noticiosos. Y mientras los medios ensayaban fórmulas para compaginar la agenda del día a día –la agenda caliente- con la agenda de los temas investigados que querían proponer a la opinión pública –la agenda fría-, llegó la web 2.0 y trastocó esas agendas.
Ahora los medios no solo no tienen el monopolio de la producción de información, sino que tampoco tienen la voz cantante, por defecto, a la hora de definir la agenda pública. Los ciudadanos, mediante las visitas que hacen a determinados temas y noticias, pueden posicionar una agenda distinta a la propuesta mediática.
Mr. Gates está encarnado actualmente por la organización informativa, por los ciudadanos y también por los algoritmos informáticos que manejan las plataformas 2.0, los cuales van proponiendo agendas personalizadas según los hábitos de navegación de los usuarios y de los relacionados en sus redes. Los riesgos ya comienzan a plantearse. En un estudio realizado en España el año pasado por el Center for Internet Studies and Digital Life de la Universidad de Navarra, se señala que el 70% de los consultados tiene miedo de perder informaciones importantes al recibir noticias más personalizadas, y al 66% le preocupa no conocer opiniones contrarias a la suya.
Esto es, definitivamente, importante. Estos temores apuntan a los peligros que puede traer consigo la fragmentación del espacio público. Un ambiente cultural signado por el relativismo y el individualismo, más la posibilidad abierta por la tecnología para evadir lo que no interesa o no se comparte, pueden favorecer un ambiente social más propenso a los totalitarismos o a las decisiones privatizadas. Julián Marías afirmaba en su Tratado sobre la Convivencia que la concordia es fundamental para la vida social, más que el consenso; que no se trata de que todos estemos de acuerdo sino de que aprendamos a vivir con nuestras diferencias, encontrando lo que une sobre lo que separa. Para ello es esencial conocer al otro, y reparar en su existencia pasa por tener noticia de él. Información plural, incluyente, ponderada y verdadera: un reto que ya tenía planteado Mr. Gates en los 50 y que tienen que asumir quienes gestionan los avances tecnológicos al servicio del derecho a la información.
* María Eugenia Peña de Arias es decana de la Facultad de Ciencias de la Comunicación e Información de la Universidad Monteávila.