Señales de ellas | Selva adentro

Francisco J. Blanco.-

No es lo bonito que sea, es cómo te hace sentir. Foto: Francisco J. Blanco

Esta semana de tres dí­as está descoordinada con mi energí­a en alto contraste. Los pasillos están poblados en una frecuencia confusa, por ello ha sido más interesante encontrar unas gratas señales de ellas.

Yo ya ni podí­a escuchar los sonidos de la ciudad, en algún mes del 2010. Estaba tan abrumado con Madrid que me sentí­a absorto de sentidos y cada calle era una canción que recordaba completa, cada esquina una pelí­cula de esas que veí­a cuando era joven, cada paso, hoy, un recuerdo.

De Sol a la Montera, de la Montera a Gran Ví­a, de Gran Ví­a a Fuencarral, de Fuencarral a Prí­ncipe, de Prí­ncipe a Santa Isabel y en Santa Isabel, El Reina Sofí­a. Ese museo que muestra la suite de arte moderno de la familia real.

Entrando por su ascensor particularmente amplio, llegas a la mí­tica sala 206, donde está el Guernica y sientes, literalmente sientes, como por una fuerza natural el aire sale de tus pulmones y entras en un oblivion agónico por el solo hecho de ver esa realidad en blanco y negro. Bajando por las salas entre tanto color y geometrí­a estaba ahí­, impoluto, como si estuviese desde 1929 esperando por mí­, Composition nº1, avec rouge et noir de Piet Mondrian.

Alrededor del 1910 aquel profesor de primaria de esa escuelita en ímsterdam, pintaba los paisajes de su ciudad al mejor estilo de la corriente impresionista, pero algo no le era suficiente. Su idea de belleza no era la representación de lo real, sino generar en el otro la abstracción de lo verdaderamente bello, queriendo representar la estructura del universo en una composición geométrica de colores primarios, sumando el negro y el blanco. Este hombre que pasó su vida queriendo estar “en presencia de lo real, donde el arte ya no hace falta” (palabras textuales) realizó sobre un lienzo de 1mX1m la Composition nº1, avec rouge et noir y lo firmó como Piet Mondrian.

Este cuadro fue comprado por el curador oficial de la familia real española para ser exhibido en su museo particular, y en algún mes del 2010 yo lo vi. Ahí­ algo cambió en mí­. No entendí­a qué, pero las palabras de mi esposa en ese momento se tatuaron mi vida: “no es lo bonito que sea, es cómo te hace sentir”. Esa frase retumbó en mí­ como ese árbol que se cae en medio de la selva y nadie está ahí­ para escucharlo, excepto que yo si estaba ahí­ y por alguna razón esos cuadrados blancos  me hicieron sentir bien.

Luego bajé a la tienda del museo a comprar el afiche de aquel Mondrian pero era muy caro y aún tení­a viaje por delante. Entonces encontré una postal, del mismo artista pero otra obra, y por esta semana de tres dí­as está en mi corcho recordándome que lo importante no es lo que se vea, sino cómo te hace sentir y que te haga sentir bien.

Estamos en Cuaresma. Momento donde debemos recogernos y realmente ponernos en un contacto más sublime con la divinidad, con lo verdaderamente trascendente. Una época de sacrificios, pero este sacrificio no se debe quedar en una privación fatua de algo material, en la “renuncia” temporal de un bien, por más imperfecto que sea.

Creo fielmente que el verdadero sacrificio es el que ocurre dentro de nosotros, el que nadie ve pero que sabemos que está en todo momento, es conducta no observable que nos hace daño, ese pensamiento que no nos ayuda, eso es lo que se debe cambiar, y el sacrificio es realmente ser fuertes de voluntad y lograrlo. Para así­ no sentir como el aire se nos es sacado de los pulmones, para no ver más nunca nuestra realidad en blanco y negro.

El sentirse bien no es otra cosa que la chispa que motoriza el cambio del mundo, una quimera de oro hermosa, no por ser de oro, sino por ser posible, porque nuestra llama interna se transforma en pro actividad,  eso se convierte en la balanza que equilibra el alma, eso estar en presencia de lo bueno, eso es, trascender.

Todo esto ocurre desde nuestro recogimiento, desde nuestra interioridad, ahí­ donde somos solamente nosotros, ahí­ en medio de nuestra selva… Adentro.

* Francisco J. Blanco es profesor de la Universidad Monteávila.

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