Francy Figueroa Domínguez.-

Hace un año que empecé a trabajar en la Universidad Monteávila. Como para Dios nada es coincidencia, era Miércoles de Ceniza, nada más oportuno para que iniciara mi experiencia en una institución con verdadera inspiración cristiana y con un capellán en los pasillos, con la misión siempre bien lograda de acercar la palabra a los jóvenes.
Éste era un rol totalmente nuevo para mí, graduada de Comunicación Social y con Especialización en Periodismo Digital, que inicié justamente hace 10 años en esta misma casa de estudios. En ese momento egresé totalmente enamorada de la universidad, de su trato personalizado, del cariño para ejecutar cada tarea, de su preocupación por la persona como un individuo.
Me tocó dar clases de Televisión a la semana de haber llegado a unos jóvenes decepcionados de la asignatura por la falta de profesor. Tamaña responsabilidad: aunque yo hubiera ejercido por 7 años la labor de producción en un canal internacional no era nada comparado con 50 chamos en un aula, con la cabeza llena de sueños.
Muchos de ellos tienen acceso ahora a lo que nosotros nunca tuvimos cuando estudiamos: son fotógrafos profesionales, redactores freelance, community managers en empresas de innovación, asistentes de producción con los más reputados directores de la ciudad. La pregunta seguía en mi cabeza, unida al vértigo de pensar: ¿y yo qué le voy a enseñar a estos chamos?
Hubo que arrimarse, entonces, a los profes que ya tenían experiencia en esta área, sentarse a aprender sobre pedagogía y recursos, escuchar cada sugerencia, aceptar cada metida de pata. “Es que esto de ser profesora no está en mi sistema, yo no estudié para esto”, pensaba. Aún así asumí el reto y me siento enormemente afortunada de poder vivirlo todos los días.
Para estos chamos un 09 significa el fin del mundo, asumen que es amor verdadero si el noviazgo acumula más de 3 meses, y los problemas económicos de los adultos les resbalan. Noto que los jóvenes están por encima de la crisis que percibimos los que tenemos 30 y de la que no paramos de hablar, como si eso fuera a resolverla. Y no es que no se vean afectados, es que no han conocido otra cosa que no sea el optimismo.
Me emociona ver cómo los jóvenes que están a punto de graduarse enfocan sus Proyectos Finales de Carrera a recoger fondos para ONGS que apoyan una causa que les mueve. Qué bonito que descubran el valor de la amistad en los pasillos de la UMA y qué honor ser parte de los momentos más valiosos en su formación profesional.
Aunque pareciera que vivo las mieles de los primeros años de esta relación laboral y aún no sufro del síndrome del burnout, agradezco la oportunidad de crecer con ellos, de oxigenarme cada día con su visión de la vida y los “problemas” que padecen, de sus ganas de irse del país a seguirse preparando para ser mejores personas, o de quedarse luchando para capear el temporal.
En la UMA entendí el sentido de la frase “elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar un día de tu vida”, porque yo trabajaría aquí aún si no me pagaran por ello (y espero que Recursos Humanos no lea esto).
*Francy Figueroa Domínguez es la secretaria de la Facultad de Ciencias de la Comunicación e Información de la Universidad Monteávila.