Carlos Lanz.-
Las epidemias dejan su huella en el destino de las variadas culturas desde el comienzo de la historia. Las enfermedades infecciosas determinan cuánto han de vivir y cómo han de morir muchos, especialmente los niños. Muchas familias veían cómo fallecían sus pequeños a tempranas edades, víctimas de la difteria, el sarampión y la viruela. Johann Sebastian Bach tuvo 20 hijos, de los cuáles la mayoría pereció a consecuencia de infecciones durante la infancia. El siglo XVIII Europa sufría grandes epidemias de viruela que diezmaron a la población, desfigurando a muchas personas, ya que la enfermedad cursaba con lesiones de la piel, llamada pústulas, que al drenarse dejaban grandes cicatrices. La enfermedad no hacía reparos en la condición social de los enfermos. La esposa del Emperador José II de Austria murió a consecuencia de la viruela y Mozart sobrevivió a esa afección cuando tenía 11 años.
El impacto histórico de la enfermedad es digno de ser recordado. Cuando Colón y su tripulación llegaron a la Isla de la Española buena parte de la población autóctona falleció a consecuencia de la viruela. De modo semejante ocurrió en Perú, donde se estima que sobrevivió un 10% de la población del imperio inca. Los naturales de América carecían de toda inmunidad, por lo que sucumbieron en mayor número a los efectos de la viruela, enfermedad de por sí letal en Europa.
Una de las iniciativas más ambiciosas y nobles que haya emprendido país alguno la realizó España a principios del siglo XIX. La Real Expedición Filantrópica dirigida por Francisco Javier Balmis y José Salvany, entre 1803 y 1806, intentó a gran escala la inmunización contra la viruela en los niños de España y sus colonias de Indias y Filipinas, logrando llevar la vacuna contra la viruela siguiendo el método de Edward Jenner. Esta notable galeno británico observó que las mujeres que ordeñaban contraían la viruela vacuna (de allí el nombre de vacuna para la inmunización así lograda) por lo que quedaban inmunes a la viruela humana, por lo que se le ocurrió inmunizar a un niño con el fluido que salía de la pústula de una muchacha que trabaja con las vacas, logrando que el niño quedara protegido de la infección de viruela. Era un modo primitivo de vacunar, abriendo la piel del receptor poniéndolo en contacto con el suero que salía de la lesiones cutáneas de los inmunizados.
La Real Expedición Filantrópica salió con 22 niños previamente inmunizados y recorrió todo el imperio español, pasando desde las Islas Canarias hasta Filipinas. A Venezuela llegó en 1803 y fue tan clamorosa su actuación que Andrés Bello le dedicó una obra de teatro llamada Venezuela Consolada. Actualmente podemos gozarnos en que esta enfermedad está erradicada de la faz de la Tierra. El último caso fue en 1973.
Podemos contrastarlo con la indolencia de nuestras autoridades en tomar en cuenta las necesidades de salud de la población. En tres ocasiones CECODAP se ha intentado el reconocimiento de la crisis de los medicamentos y el TSJ ha negado los recursos de amparo. Pareciera que la salud de los niños no le duele a algunos.
* Carlos Lanz es profesor de la Universidad Monteávila.