Kelvin Brito.-
Querido por muchos, odiado por otros tantos. Padre de la democracia “a la venezolana” –en palabras de Germán Carrera Damas- para una parte de la intelectualidad; padre del populismo, la corrupción y la demagogia para otro sector.
Rómulo Betancourt es hoy por hoy, con 35 años de su fallecimiento, un personaje que levanta las más disímiles pasiones en la población venezolana. De lo que no cabe duda es que es uno de los individuos más controversiales e importantes de nuestra historia; y que consolidó, con creces y reveses, un sistema democrático, con un partido político moderno, con una economía basada sobre la sustitución de las importaciones y en la diversificación económica. Betancourt trascendió a la historia como “el presidente de la reforma agraria”, que hubiese sido un éxito de no ser por el desvío y tergiversación de sus directrices.
Pero no faltaron errores imputables a sus obras: Acción Democrática, cuya popularidad fue en detrimento conforme pasaron las décadas; y la democracia venezolana, que se hizo la vista gorda en ciertos aspectos y dio lugar a injusticias y escándalos. Esto es tan cierto por cuanto va acorde al deber ser.
Sí: la democracia –y cualquier sistema en general-, al ser hecha por hombres; seres imperfectos por naturaleza, tienden hacia la imperfección. Por algo no existe un período o un gobernante perfecto. Así las cosas, está bien que ese tipo de cosas ocurra. Lo que no está bien es basarse sobre las anteriores afirmaciones para justificar una mala administración.
Betancourt fue un hombre, pues, tanto alabado como criticado por todo tipo de personalidades. Y Pedro Estrada no dejó escapar la oportunidad que le brindó el periodista Agustín Blanco Muñoz, en el libro Pedro Estrada habló, para manifestar sus pareceres con respecto al político guatireño. No es objetivo de este artículo juzgar las declaraciones del ex-jefe de la Seguridad Nacional, pero sí es interesante escuchar un testigo directo de su época, pese a la evidente subjetividad con la cual es abordado el tema:
(Blanco Muñoz): En relación a Betancourt, usted había hecho algunas referencias sobre el momento en que se produce su expulsión…
(Pedro Estrada): Betancourt dice en un libro, o en unas declaraciones, que yo había sido extremadamente gentil con él. Pero como él no podía nunca ser agradecido, agregó que eso había ocurrido porque era la época del General López Contreras, quien era un demócrata. Y recuerdo que bastante criticó él a López cuando estuvo en el exilio. Pero después dice que es un demócrata y que el cambio mío se produce cuando el “enano de Michelena” entra al poder. Y que fue entonces cuando adquirí el bien ganado nombre de “El Chacal de Gí¼iria”. Eso está publicado.
(Blanco Muñoz): Yo me refería a aquello de que usted le había ayudado incluso a sacarle las maletas cuando iba saliendo…
(Pedro Estrada): No, eso no es verdad. Para eso había ordenanzas en la policía. Lo que dicen es que eso sucedió cuando se fue a Washington a buscar a Diógenes Escalante. Pero tampoco es cierto. La última vez que Betancourt y yo nos vimos fue en el Edificio Panamerican, en la compañía de aviación, en el momento en que él estaba buscando sus pasajes para irse a Washington, junto con Valmore Rodríguez y Raúl Leoni. Puedes buscar en Caracas a Eduardo Lesseur, quien sigue siendo el propietario de esa oficina, y quien es amigo mío de muchos años. Él puede narrarte este último encuentro, allí en el mostrador. También te lo puede referir otra persona que estaba allí, Margarita Gibson, hoy casada y residenciada en Miami.
(Blanco Muñoz): Pero Betancourt dice que cuando estuvo preso le fueron extremadas las atenciones…
(Pedro Estrada): Sí, ciertamente, él lo dice como si hubiera adulación en todo aquello. Lo que ocurre es que se había establecido una especie de camaradería. A él, por ejemplo, le traían cosas sus copartidarios, tortas, comidas, etc. El me ofrecía y yo le tomaba el pelo y le decía que comiera primero, ante el supuesto de que le hubieran echado algo raro a los comestibles. Y cuando lo visitaba su mujer, yo los dejaba solos en el cuarto. Y asimismo venían sus amigos y lo visitaban.
(Blanco Muñoz): ¿Usted personalmente lo apresó?
(Pedro Estrada): Sí, personalmente. Eso fue en la casa de Ponce, su cuñado, casado con una hermana de Betancourt. Era la firma de Ponce y Benzo entonces. El tenía mucho dinero y lo escondió en su casa. Yo fui con Luis Bujanda. La casa era esquina y tenía dos salidas. Y yo le dije a Bujanda que se fuera por la parte de atrás de la casa y yo cubrí la parte de adelante. Entré por la puerta central. Betancourt andaba en pijama, y lo primero que me dijo fue: no me mate. Me lo llevé con Bujanda en un automóvil.
(Blanco Muñoz): ¿No hizo ninguna resistencia?
(Pedro Estrada): Absolutamente ninguna. Claro, yo entré a la casa con la pistola en la mano, como era lógico.
(Blanco Muñoz): ¿Y se utilizaba en aquella época orden judicial para realizar un allanamiento o detención?
(Pedro Estrada): Sí. Había una orden del juez para el allanamiento de determinadas casas.
Extraído de Blanco Muñoz, A. (1983). Pedro Estrada habló (Cuarta edición) (págs. 80, 81, 82). Caracas: CDCH-UCV-Expediente.
Queda muy claro cuán tensas fueron las relaciones entre los dos personeros; dos visiones contrapuestas de dos sistemas distintos. Si se logró, con la presente reflexión, tener una opinión distinta y aceptar toda voz que disienta de la de nosotros; en fin, a respetar –aunque no se comparta- las ideas de los demás, entonces el objetivo fue logrado.
Porque ése es el sentido, el alma de la democracia: aceptar las opiniones que no se compartan siempre y cuando sean respetadas, pues por algo la democracia se fundamenta en la opinión pública. Y si a eso aspiramos regresar en un futuro -no tan lejano-, los jóvenes que no vivimos en democracia debemos irnos creando una mentalidad plural que acepte las discrepancias del adversario y así evitar un retorno a la desgracia.
* Kelvin Brito es estudiante de Derecho de la UMA.
Quie interesante Hijo gracias miles por explicarme cosas que no sabÃa de esa Época. QDTB Y TE CUIDÉ HOY, Mañana y Siempre. TQM.
Excelente, querido Kelvin.