Francisco Febres-Cordero Carrillo.-
Estimadas autoridades académicas, comité organizador del congreso, panelistas, participantes. Un saludo muy especial al doctor Carlos Ayala Corao: la Universidad Monteávila se siente honrada de su presencia entre nosotros: bienvenido.
Permítanme brevemente contarles dos encuentros que me hicieron pensar en los derechos humanos y su dificilísima y efectiva realización en Venezuela.  Â
Hace unos meses me topé con una señora que esperaba los resultados de una prueba que le estaban aplicando a su hija mayor. Entablamos una buena conversación, y como cosa que se ha vuelto normal caímos en el tema de la crisis y el desastre nacional. Me dijo que parte de la culpa la tenían los activistas de derechos humanos y la LOPNA, ya que tanto los activistas como la ley eran absolutamente discriminatorios y evitaban una sanción justa ante los atropellos que a diario se cometen. Los derechos humanos, dijo enfática, se le aplican a unos y se le dejan de aplicar a otros; todo depende de quién sea quien.
Ese mismo día nos reunimos tres profesores para almorzar. Un buen alumno se acercó a saludarnos y le invitamos a sentarse con nosotros. Refiriéndose al doctor que estaba a mi lado, el muchacho nos dijo: este es uno de los mejores profesores que he tenido en la universidad, lástima que su materia no tiene nada que ver con mi carrera. Ah sí, y qué materia te dio el profesor, le pregunté. Y para asombro de todos, nos dijo: me dio Ética…
Sin darnos cuenta asistimos a un divorcio estructural. Los cimientos que sostienen a las instituciones que rigen la vida social se van como separando de la unidad armónica que conforman los elementos que le dan cualidad de vivible. La ética es uno de esos cimientos. Pero no la ética reduccionista que la identifica con un código de preceptos que indica lo que se puede y no se puede hacer, en lo que se debe y no se debe hacer. Me refiero a la ética entendida como arte de vivir, como la búsqueda de la felicidad, como la búsqueda que hace más plena nuestra vida de itinerantes.
Me preocupa en particular el divorcio que hay entre la ética y el derecho. Se viven y pregonan como esferas distintas, sin posibilidades de interacción. Sin ámbitos recíprocos de influencia. Por un lado, en el ámbito privado, la ética con autonomía propia y sin repercusiones en la vida social; y por otro, en el ámbito público, la reductiva concepción del derecho como fuerza coactiva del estado para evitar la violencia o el descalabro social. Esto influye decididamente en la manera en que se conciben los derechos humanos, porque en el fondo es una manifestación de una concepción antropológica materialista que no entiende ni acepta la realidad dual –espíritu y materia- que define lo que es el hombre como persona.
En su tratado de Ética, el profesor Gabriel Chalmeta Olaso escribe que “a decir verdad, el hecho primario en la fundamentación de los derechos humanos no son los deberes correlativos, sino la dignidad inconmensurable que todo hombre posee, y de la que participan –en mayor o menor grado- todas las dimensiones de su ser que hace posible o integran el buen ejercicio de su libertad (…) La realidad de los derechos humanos presupone el ser en relación de la persona con la libertad de otras personas (y por tanto) todo hombre, en virtud de su dignidad de persona, se pone ante la actividad libre de los demás hombres como un valor absoluto, como un bien que ellos deberán promover o, al menos, respetar para alcanzar beatitud”.
Cuando estudiaba en la universidad me llamaba la atención los textos de los filósofos de los años 60 y 70 del siglo pasado que hablaban de la desconstrucción de las narrativas del poder; de la construcción de la realidad desde el lenguaje; de la subjetividad interpretativa a la hora de entender la verdad, el bien y la belleza; del reletavismo como supuesto teórico del entender antropológico; del texto y el contexto y la interpretación amañada del espíritu y del querer de algún autor. Estos temas me parecían irrealizables en la realidad, y suponía que eran asuntos academicistas que no pasarían de ser textos interesantes aportados en un aula de clase.
Hoy me doy cuenta de que estaba totalmente equivocado. La situación del país me ha enseñado que la buena o la mala filosofía tienen una aplicación práctica y tangible en la realidad y el vivir cotidiano de los hombres. En Venezuela asistimos asombrados a un espectáculo sin igual. Quienes hoy ostentan el poder falsean la realidad a través de interpretaciones legales, narrativas idealizadas, montajes fotográficos, manipulaciones del pasado y promesas de futuribles inalcanzables. Todo envuelto en mentira, con el único propósito de detentar el poder y someter a los ciudadanos a los más viles ultrajes de su dignidad personal. En este contexto, el derecho se ha convertido en instrumento, herramienta y medio para desconocer, manipular, transgredir, atacar, vituperar y conculcar la justicia. El derecho ha dejado de ser manifestación excelsa de la cultura entendida como una proyección de la intimidad del hombre que busca perfeccionarse él, y desde él mismo a la sociedad.
Actualmente estamos en un proceso de diálogo bajo el supuesto de que dirimirá los conflictos que nos agobian. Este diálogo tiene que ser desde la verdad y desde el reconocimiento por parte del gobierno de que sus políticas han destruido la institucionalidad en Venezuela; sin cinismo, dobles caras y burlas al ciudadano común. Y a los demócratas del país se les exige firmeza en las exigencias y dejar de un lado la búsqueda desmedida de bienes particulares, proyectos personales o ganancias partidistas.
En Venezuela tenemos, entre muchas cosas, la tarea de devolverle al Derecho y a la Justicia el brillo que le son propios. Tenemos que descubrir el prestigio de la verdad y la recuperar el sentido común que favorezca el progreso y el desarrollo moral, espiritual y material del país.
El realismo de los poetas griegos nos puede asombrar. Déjenme leerles un pasaje de los versos de Hesíodo:
¡Oh Perses! escucha la justicia y no medites la injuria, porque la injuria es funesta para el miserable, y ni siquiera el hombre irreprochable la soporta fácilmente; está abrumado y perdido por ella. Hay otra vía mejor que lleva a la justicia, y ésta se halla siempre por encima de la injuria; pero el insensato no se instruye hasta después de haber sufrido… La justicia se irrita, sea cualquiera el lugar adonde la conduzcan hombres devoradores de presentes que ultrajan las leyes con juicios inicuos. Vestida de tinieblas, recorre, llorando, las ciudades y las moradas de los pueblos, llevando la desdicha a los hombres que la han ahuyentado y no han juzgado equitativamente. Pero los que hacen una justicia recta a los extranjeros, como a sus conciudadanos, y no se salen de lo que es justo, contribuyen a que prosperen las ciudades y los pueblos. La paz, mantenedora de hombres jóvenes, está sobre la tierra, y Zeus que mira a lo lejos, no les envía jamás la guerra lamentable. Jamás el hambre ni la injuria ponen a prueba a los hombres justos, que gozan de sus riquezas en los festines. La tierra les da alimento abundante; en las montañas, la encina tiene bellotas en su copa y panales en la mitad de su altura. Sus ovejas están cargadas de lana y sus mujeres paren hijos semejantes a sus padres. Abundan perpetuamente en bienes y no tienen que navegar en naves, porque la tierra fecunda les prodiga sus frutos. Pero a los que se entregan a la injuria, a la busca del mal y a las malas acciones, Zeus que mira a lo lejos, el Cronida, les prepara un castigo; y con frecuencia es castigada toda una ciudad a causa del crimen de un solo hombre que ha meditado la iniquidad y que ha obrado mal. El Cronión, desde lo alto del Urano envía una gran calamidad: el hambre y la enfermedad a la vez, y perecen los pueblos. Las mujeres no paren ya, y decrecen las familias.
¡Oh Perses! retén esto en tu espíritu: acoge el espíritu de justicia y rechaza la violencia, pues el Cronión ha impuesto esta ley a los hombres. Ha permitido a los peces, a los animales feroces y a las aves de rapiña devorarse entre sí, porque carecen de justicia; pero ha dado a los hombres la justicia, que es la mejor de las cosas. Si en el ágora quiere hablar con equidad alguno, Zeus, que mira a lo lejos, le colma de riquezas; pero si miente perjurando, es castigado irremediablemente: su posteridad se oscurece y acaba por extinguirse, en tanto que la posteridad del hombre justo se ilustra en el porvenir, cada vez más.
Traigo a colación estos versos de la antigí¼edad clásica porque reflejan la los valores que el pensamiento y la praxis occidental heredaron de la antigua Grecia, esto es, la universalidad del saber, la pluralidad del pensamiento, la imposibilidad de acercarse a la verdad desde un mismo ángulo, la importancia del diálogo, la confianza en la razón para penetrar la realidad y la vigencia en el tiempo de los clásicos del pensamiento que muestran la esencia inmutable de la naturaleza humana. Sin ánimos de exagerar, ojalá estas enseñanzas del pensamiento griego sean parte del espíritu que anime a este Congreso de Derecho que hoy se reúne en este recinto de la Universidad.
La realización de este congreso está más que justificada y no necesita más explicación. De parte de toda la comunidad universitaria, especialmente de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas y de los Centros de Estudio que organizan este evento, les damos la más cordial bienvenida con la seguridad de que de este foro saldrán importantes aportes para la recta aplicación de justicia y por ende para la democracia venezolana.
* Discurso del rector de la UMA, Francisco Febres-Cordero Carrillo, durante instalación de VI Congreso Internacional de Derecho Constitucional y IV Congreso de Derecho Administrativo. Noviembre 2016.