Rafael J. ívila D.-
El fenómeno inflacionario tiene nefastas consecuencias para el ciudadano de a pie. Entre ellas pueden destacarse, inicialmente, la pérdida del poder adquisitivo del dinero, y, secundariamente pero por ello no menos importantes, las causadas por las formas en que el gobierno trata de corregir la inflación.
Para resolver el problema inflacionario, luego de por supuesto buscar culpables en otra parte y no en las políticas monetarias expansivas (recortes artificiales de tasas de interés y emisión acelerada de moneda, aumento de la base monetaria), aunadas a las políticas que espantan a las inversiones (la primera responsabilidad del Banco Central, la segunda del Ejecutivo), los gobiernos así acuden a controles de precios, con el argumento que si la inflación es el alza de los precios, entonces la solución es sencilla: controla el precio.
Entre los precios en la economía que el gobierno comienza a controlar suele estar el tipo de cambio.
Una mayor velocidad de emisión de una moneda en relación a la velocidad de emisión de otra, va cambiando el valor relativo entre ellas (sus precios relativos: el tipo de cambio).
Las expectativas de alta inflación también presionan al alza al tipo de cambio, es decir, a la cantidad de dinero doméstico que debe pagarse para obtener una unidad de alguna moneda foránea. Dicho de otra forma, presiona al alza al precio relativo de la moneda doméstica y la moneda foránea. Si la gente siente que una moneda perderá capacidad de compra, poder adquisitivo, más rápido que otra, pues simplemente la gente la abandona y corre a refugiar sus ahorros, el fruto de su esfuerzo y trabajo, en la moneda que preserve su poder de compra, la más «dura». Esto va alterando los tipos de cambio, elevando el precio de la moneda «fuerte» en términos de la «débil». La fuerte se encarece, por oferta y demanda. Dicho de forma sencilla: necesitándose más unidades de la moneda débil para adquirir la fuerte.
La devaluación de una moneda frente a otras es un reflejo de la relación entre tasas de inflación de los países a los que pertenecen las monedas en comparación, es decir, es un reflejo de las políticas inflacionarias de los gobiernos de dichos países, combinadas con su entorno económico propicio o no a la inversión y el emprendimiento. Pero como ésta, que es la verdadera causa, es menos visible, el gobierno se erige nuevamente como paladín de la justicia y sale en “defensa” del desprotegido ciudadano de a pie. En esta tarea controla, fija el tipo de cambio, determinando con su pretendida omnisciencia (de nuevo la fatal arrogancia) el precio máximo que debe pagarse oficialmente para adquirir una unidad de la moneda extranjera. Si este precio controlado es inferior al precio que estaría dispuesto a pagar el mercado para adquirir tal moneda, entonces habrá un exceso de demanda sobre la oferta del bien (la moneda), haciendo que su precio ascienda. Sería la reacción del mercado. Pero no puede ascender porque está controlado el precio.
El exceso de demanda sobre la oferta insuficiente que habrá originará escasez de la divisa. Entonces, si el que preserva las divisas en el país, que suelen ser los bancos centrales en las llamadas reservas internacionales, comienza a ver que debido a la alta demanda empiezan a mermar sus reservas, entonces con alta probabilidad tratará de corregir el problema, no viendo sus causas sino con otro error: el control cambiario. Y crea instituciones para que apliquen las nuevas normas y velen porque el comportamiento de los ciudadanos sea “acorde”. La justificación que normalmente tienen los controles cambiarios es evitar, detener, la fuga de divisas del país, por una razón de soberanía, estabilidad y nacionalismo. Pero lo curioso es que nunca se detiene realmente la fuga de divisas. Siempre el mercado consigue salidas, como el agua entre los dedos.
Por supuesto, se comienza a buscar y a señalar culpables: aquellos ansiosos de riqueza, insaciables que especulan con la moneda. Pero es que aunque ellos aparecieran, la culpa la tiene la política inflacionaria del gobierno y su constante ahuyentar a la inversión. Es la raíz del problema. Mientras no se corrija el problema de fondo, que es la inflación, y que sólo la origina el gobierno, seguirá habiendo presión para que se encarezca la divisa y no cesará la fuga de capitales.
La razón por la que el tipo de cambio podría descender y por la que se detendría la fuga de divisas, es que las personas demandaran más la moneda doméstica que la foránea, y esto no ocurriría por un simple motivo nacionalista, ocurriría porque sienten que con el tiempo la moneda doméstica no perderá valor más rápido que la foránea, es decir, que sienten que la moneda doméstica es más fuerte que la extranjera, y entonces así la prefieren, la demandan. De nuevo: lo visible vs. lo invisible, y corregir errores con otros errores.
Vale la pena recordar que la vigente no es la primera experiencia de régimen de control cambiario que hemos conocido. Ya son varias y ninguna ha resuelto el problema de fondo. Podría cualquiera preguntarse: ¿si ningún régimen cambiario ha funcionado (resolviendo los problemas que supone va a resolver), por qué este sí lo haría? El problema de fondo se resuelve con respeto a la dignidad y a la libertad de la persona, Estado de Derecho, igualdad de oportunidades, respeto a la propiedad privada, seguridad jurídica y personal, libre empresa y responsable empresa, libertad y estabilidad monetaria y de reglas que promuevan el emprendimiento y la inversión, que es lo que a la larga genera oportunidades de empleos de calidad y sustentables. Este entorno hará que la gente aprecie al bolívar, quiera preservar el esfuerzo de su trabajo en él, y terminará resultando, reflejándose, en una moneda fuerte y estable, y dejaremos de preocuparnos porque se están fugando los capitales, las divisas.
Ningún régimen de control cambiario ha resuelto, ni resolverá, el problema de fondo; sólo agravarán la situación de pobreza y escasez, reducirán el bienestar del ciudadano de a pie.
* Rafael J. Avila D. es decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas y director del Centro de Estudios para la Innovación y el Emprendimiento de la UMA.