Derecho y revés | ¿Cómo se redactó la Constitución de 1999? (II)

Carlos Garcí­a Soto.-

En 1999 la CSJ estudió convocatoria a una Constituyente. Foto: photopin (license)

Habí­amos señalado en la nota anterior que en la medida en la que en la Constitución de 1961 no se establecí­a la posibilidad de una convocatoria a un proceso constituyente para modificar la Constitución, se planteó la discusión jurí­dica sobre si era posible celebrar un referendo consultivo para que el pueblo se expresara acerca de la Constituyente. En paralelo se planteaba la discusión principal del asunto: si era o no conforme a la Constitución el convocar a una Asamblea Nacional Constituyente no prevista expresamente en la propia Constitución.

En definitiva la duda que se planteaba era si un referendo consultivo era un mecanismo suficiente para convocar a una Asamblea Nacional Constituyente no prevista en la Constitución. Por ello, no se discutí­a si el referendo podí­a o no celebrarse. En realidad, el referendo consultivo era un derecho de los ciudadanos, reconocido incluso en la propia Ley Orgánica del Sufragio y Participación Polí­tica. Lo que no estaba claro es si ese referendo era suficiente para convocar la Constituyente.

Sobre cada uno de estos dos temas se plantearí­an ante la Sala Polí­tico-Administrativa de la Corte Suprema de Justicia dos recursos de interpretación. Tales recursos fueron decididos a través de dos sentencias del 19 de enero de 1999, denominadas entonces como los casos Referendo Consultivo I y Referendo Consultivo II.

Por supuesto, para la Corte no era un asunto menor la solución a esos dos recursos. Porque, tal como se estaban desarrollando los acontecimientos, parecí­a que a la Corte le iba a corresponder dar una solución jurí­dica al conflicto polí­tico-constitucional que se habí­a planteado en el paí­s.

En la sentencia Referendo Consultivo II la Sala Polí­tico-Administrativa resumirí­a su interpretación cuál era el asunto de fondo que tení­a ante sí­:

Si la Constitución como norma suprema y fundamental puede prever y organizar sus propios procesos de transformación y cambio, en cuyo caso el principio democrático quedarí­a convertido en una mera declaración retórica, o si se estima que, para preservar la soberaní­a popular, es al pueblo a quien corresponderá siempre, como titular del Poder Constituyente, realizar y aprobar cualquier modificación de la Constitución, en cuyo supuesto la que se verá corrosivamente afectada será la idea de supremací­a.

Sin embargo, la Corte no dio una interpretación definitiva al problema que se le estaba planteando. Es decir, no señaló con la claridad que quizá se aspiraba si podí­a o no convocarse una Asamblea Nacional Constituyente a partir de un referendo consultivo, a pesar que esa figura no estuviera prevista en la Constitución. En definitiva, si era posible o no convocar a un proceso constituyente sin modificar antes la Constitución de 1961.

Por el contrario, la Corte realizó extensas consideraciones sobre el papel de la Constitución y el lugar de la soberaní­a popular, y si bien en algunos momentos parecí­a que iba a expresar una conclusión expresa sobre el problema planteado, luego el camino argumental se interrumpí­a.

Las respuestas de la Corte Suprema de Justicia

Uno de los principales problemas que se le planteaban a la Corte era que determinara si era posible convocar a un referendo consultivo para que el electorado pronunciara su opinión sobre un proceso constituyente. Sobre este aspecto, la sentencia Referendo Consultivo I, como era lógico, señalarí­a que resultaba “procedente convocar a un referendo en la forma prevista en el artí­culo 181 de la Ley Orgánica del Sufragio y Participación Polí­tica, para consultar la opinión mayoritaria, respecto de la posible convocatoria a una Asamblea Constituyente”.

De tal manera, no habí­a ningún problema jurí­dico en que se consultara al electorado a través de un referendo consultivo sobre su opinión acerca de una Asamblea Nacional Constituyente. En ese sentido, el proceso constituyente era un derecho de los ciudadanos, incluso previsto expresamente en la Ley Orgánica del Sufragio y Participación Polí­tica, como ya se señaló.

Pero el tema fundamental planteado a la Corte serí­a si era posible que se convocara a la Constituyente sin que ésta estuviera prevista en la Constitución.

Sin embargo, en las sentencias la Corte no se pronunció de modo expreso sobre si era o no posible convocar una Constituyente aún a pesar de no estar prevista en la Constitución como un instrumento para la reforma o sustitución de la Constitución. Por el contrario, realizó varias consideraciones, ambiguas, sobre la soberaní­a popular y su relación con el poder constituyente.

El verdadero problema constitucional que estaba planteado, es decir, si podí­a o no convocarse una Constituyente a pesar de no estar prevista en la Constitución, no fue resuelto expresamente por las decisiones de la Corte. En realidad las sentencias, como se dijo, se dedicaron a afirmaciones generales sobre los asuntos planteados. Sin embargo, de varios párrafos de las sentencias podí­a concluirse que en criterio de la Corte, o los Poderes Públicos competentes establecí­an el régimen de la Constituyente, o era preciso modificar la Constitución para incluir la figura de la Constituyente, aún luego de un referendo consultivo en el cual los votantes se manifestaran a su favor.

En la sentencia Referendo Consultivo II se dirá:

“Ciertamente que el asunto que se debate en el presente caso, tiene una especial transcendencia nacional, en la medida en que los resultados de una consulta popular como la que se pretende, serí­a factor decisivo para que los órganos competentes del Poder Público Nacional diseñen los mecanismos de convocatoria y operatividad de una Asamblea a los fines propuestos; o para que, previamente, tomen la iniciativa de enmienda o de reforma que incluya la figura de una Asamblea de esta naturaleza”.

También se señalarí­a de modo ambiguo en la sentencia Referendo Consultivo I:

“Aun cuando el resultado de la decisión popular adquiera vigencia inmediata, su eficacia solo procederí­a cuando, mediante los mecanismos legales establecidos se dé cumplimiento a la modificación jurí­dica aprobada. Todo ello siguiendo procedimientos ordinarios previstos en el orden jurí­dico vigente, a través de los órganos del Poder Público competentes en cada caso. Dichos órganos estarán en la obligación de proceder en ese sentido”.

Hugo Chávez llegó al poder bajo la Constitución de 1961. Foto: Cortesí­a

Sin embargo, otras afirmaciones de la sentencia Referendo Consultivo II eran aún más confusas, y permitieron que se creara la idea en parte de la opinión pública de que sí­ podí­a procederse a convocar a una Asamblea Nacional Constituyente, aun cuando no estuviera prevista expresamente en la Constitución. Por ejemplo, entre otros, señalarí­a en un párrafo:

“Un sistema participativo, por el contrario, considerarí­a que el pueblo retiene siempre la soberaní­a ya que, si bien puede ejercerla a través de sus representantes, también puede por sí­ mismo hacer valer su voluntad frente al Estado. Indudablemente quien posee un poder y puede ejercerlo delegándolo, con ello no agota su potestad, sobre todo cuando la misma es originaria, al punto que la propia Constitución lo reconoce”.

Pero otras afirmaciones confusas llevaban a otra conclusión. Por ejemplo, en la sentencia Referendo Consultivo II se dirí­a:

“Sin embargo, en ningún caso podrí­a considerarse al poder constituyente originario incluido en esa disposición (art. 250), que lo harí­a nugatorio, por no estar expresamente previsto como medio de cambio constitucional. Es inmanente a su naturaleza de poder soberano, ilimitado y principalmente originario, el no estar regulado por las normas jurí­dicas que hayan podido derivar de los poderes constituidos, aún cuando éstos ejerzan de manera extraordinaria la función constituyente.

Esta, indudablemente, es la tesis recogida por el propio constituyente de 1961, el cual, consagró normas reguladoras de la reforma o enmienda de la Constitución dirigidas al Poder Constituido y a un tiempo, incluso desde el Preámbulo, la consagración de la democracia como sistema polí­tico de la nación, sin soslayar, coherentemente, el reconocimiento de la soberaní­a radicada directamente en el pueblo.

Ello conduce a un conclusión: la soberaní­a popular se convierte en supremací­a de la Constitución cuando aquélla, dentro de los mecanismos jurí­dicos de participación, decida ejercerla”.

De ese razonamiento ambiguo parecí­a entonces que podí­a concluirse que el ejercicio de la soberaní­a popular, a través de un referendo consultivo, eventualmente podí­a implicar que esa soberaní­a se convirtiera en supremací­a de la Constitución y, en consecuencia, en una forma de modificación de la Constitución.

La ambigí¼edad de los criterios de la Corte Suprema de Justicia

De tal manera, lo que podí­a concluirse de las sentencias Referendo Consultivo I y II era que el pueblo podí­a expresar su opinión acerca de la Asamblea Nacional Constituyente mediante un referendo consultivo; de esa manifestación de voluntad podí­a derivarse un mandato polí­tico los Poderes Públicos para que establecieran un mecanismo institucional que permitiera convocar un proceso constituyente; pero la soberaní­a popular no podí­a estar limitada por los Poderes Públicos.

Que, por una parte, la Corte aclarara que era posible convocar un referendo consultivo para que el pueblo se expresara acerca de la Constituyente, y, por otra parte, que la Corte evadiera un pronunciamiento expreso acerca de si era posible desde el punto de vista constitucional la convocatoria a una Constituyente para sustituir la Constitución de 1961, dejarí­a entonces el asunto sin resolver de modo expreso por la Corte.

Como señalarí­a posteriormente el profesor y miembro de la Asamblea Nacional Constituyente, Allan Brewer-Carí­as:

“Lejos de decidir con precisión la cuestión constitucional planteada respecto de la posibilidad constitucional de la convocatoria de una Asamblea Constituyente y de la necesidad o no de reformar previamente la Constitución, tanto la sentencia Caso Referendo Consultivo I como la Caso Referendo Consultivo II, dejaron abierta la discusión constitucional” (Golpe de Estado y proceso constituyente en Venezuela, Universidad Nacional Autónoma de México. México, 2002, p. 73).

De hecho, y como ha advertido Lolymar Hernández Carmargo, los argumentos terminaban siendo contradictorios entre sí­:

“La Corte no podí­a reconocer la existencia de un poder constituyente originario e ilimitado sin desconocer la vigencia de la Constitución que le daba respaldo a todo ordenamiento jurí­dico y a su existencia como máximo tribunal de la República, por el contrario, si reconocí­a –como hizo- la vigencia del sistema jurí­dico y de la Constitución como norma suprema no podí­a vulnerarla haciendo uso de la noción ilimitada del poder constituyente originario” (El proceso constituyente venezolano de 1999, Academia de Ciencias Polí­ticas y Sociales, Caracas, 2008, p 167).

Pero a pesar de la ambigí¼edad de los criterios de la Corte Suprema de Justicia, parte de la prensa darí­a su interpretación a lo interpretado por la propia Corte. Así­, por ejemplo, en El Nacional se darí­a una lectura a las sentencias que favorecí­a la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente a partir de la celebración del referéndum consultivo.

Como señala Lolymar Hernández Camargo, “lo más acorde con la institucionalidad y estabilidad del sistema era haber hecho una reforma general de la Constitución vigente. Sin embargo, en la opinión pública dominaba la tesis de la constituyente, como la panacea, como una forma de empezar de nuevo, de constituirse de nuevo, que garantizaba la solución a todos los problemas de una forma casi mágica” (El proceso constituyente venezolano de 1999, cit, pp. 140-141, nota 28).

Por supuesto, el gran riesgo polí­tico y constitucional de convocar una Asamblea Nacional Constituyente que no estuviera prevista y regulada en la Constitución, era que esa ausencia de regulación fuera una ocasión para que la Asamblea se autoproclamara como soberana y como exenta de cualquier regulación que limitara su actuación. Ese riesgo se verificarí­a luego en los hechos, cuando la Asamblea Nacional Constituyente actuó sin sujetarse a los Poderes Públicos ni a la Constitución.

En todo caso, correspondí­a al Congreso, cuando se incorporara a sus sesiones ordinarios en enero, decidir si procedí­a a realizar una enmienda o reforma a la Constitución, que incluyera la figura de la Asamblea Nacional Constituyente como un mecanismo válido para sustituir la Constitución de 1961.

* Carlos Garcí­a Soto es profesor de la Universidad Monteávila.

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