El viaje sin retorno de El Libertador

Rafael Rodrí­guez Vargas.-

Hoy es un héroe, pero en el pasado Bolí­var fue duramente cuestionado. Foto: photopin (license)

“…Habló de Caracas, una ciudad en ruinas que ya no era la suya, con las paredes cubiertas de papeles de injurias contra él, y las calles desbordadas por un torrente de mierda humana…”.

Gabriel Garcí­a Márquez. El general en su laberinto.

La historia es cí­clica. No existe vida sin un ciclo, por ende, todo vuelve a repetirse. Las predicciones que El Libertador pudiese haber dejado por escrito en sus memorias, cartas y documentos, no son más que el mero producto de una ecuación sencilla que hoy padece nuestro paí­s, y que él mismo habí­a estado a punto de resolver, hasta el momento de su muerte, sin dar descanso a su brazo. Pero nadie le escuchaba.

La unión continental no encajaba con la polí­tica implementada por Santander en la Gran Colombia (a punto de disolverse), ni con su pueblo liberado por el mismí­simo general. Por eso, y por muchas otras razones incontables de í­ndole históricas, Bolí­var se ve casi que obligado a abandonar su tierra, renunciar a su gobierno y dejar a su pueblo. Emprendió un viaje lleno de inmundicias, dolores y fiebres interminables, hasta que su insoportable enfermedad, que parecí­a consumirlo lentamente y que él mismo negaba, hizo su trabajo. Acompañado de su séquito, habí­a decidido llegar hasta las costas caribeñas y salir del continente por el Atlántico rumbo a Europa. Desde Facatativá hasta Santa Marta, atravesando todo el rí­o Magdalena, este serí­a entonces el último viaje de su vida interminable, que jamás volverí­a a repetirse.

Gabriel Garcí­a Márquez recoge una serie de información perdida en el tiempo de las memorias más importantes de aquel viaje. Los amores, las fiebres, los sueños de las fugas secretas a lugares desconocidos más allá de las estrellas junto a Manuela Sáenz, las anécdotas de guerra y la mata de guayabas, los versos recitados por el general (uno de sus favoritos: “el brillo de su espada es el vivo reflejo de su gloria”), juntándolas con la verdadera historia de lo que ocurrí­a en Venezuela con Páez, en Bogotá y la relación de amor-odio entre él y su peor enemigo: “Casandro”, cuya raí­z se ve plasmada en el argumento que sustenta a la novela para darle el sentido realista que buscaba, y así­ de cierta manera esta sirviera de umbral a lo desconocido, a ese importante viaje olvidado por la Historia de Venezuela e incluso olvidado también por la Historia Iberoamericana, creando entonces una magní­fica atmósfera literaria en su obra desde el comienzo hasta el final, y que hace sumergir al lector en un camino sin retorno, tal y como se encontraba El Libertador.

El general en su laberinto es una novela muy peculiar del Premio Nobel y sobre todo es una de las más trabajadas y respaldadas con la perfecta columna documental que la sostiene. En los agradecimientos, al final del libro, Garcí­a Márquez comentaba: “… El historiador bolivariano Vinicio Romero Martí­nez me ayudó desde Caracas con hallazgos que me parecí­an imposibles sobre las costumbres privadas de Bolí­var – en especial sobre su habla gruesa-, y sobre el carácter y el destino de su séquito, y con una revisión implacable de los datos históricos en la versión final. A él le debo la advertencia providencial de que Bolí­var no pudo comer mangos con el deleite infantil que yo le habí­a atribuido, por la buena razón de que aún faltaban varios años para que el mango llegara a las Américas…”.

Fue publicada en el año 1989 y enseguida causó una serie de reacciones negativas por parte de ciertos literatos enfrascados en la clásica forma novelí­stica de la que, según ellos, este libro carecí­a. Uno de los cuestionamientos más frecuentes en el que coincidí­an algunos era que Garcí­a Márquez utilizaba “diálogos secos y mediocres”.

También recibió palabras positivas que enaltecí­an la prosa de Garcí­a Márquez. Esto deja ver que, por más éxitos que se puedan llegar a alcanzar en el mundo de las letras,  siempre una obra podrá recibir crí­ticas diversas. La clave está en saber manejar y respetar las opiniones provenientes desde todo punto de vista. El trabajo del escritor, en cierto modo, es saber resistir el constante bombardeo de comentarios que su trabajo pueda originar, dependiendo de qué tan polémico sea este. Generalmente las peores crí­ticas (es decir, las más fuertes) se hacen a verdaderos genios de la escritura y la ficción, a los mejores en contar historias que nunca serán olvidadas. Qué mejor ejemplo que esta novela corta que regala Garcí­a Márquez, sin duda lo suficientemente buena como para ser criticada cuántas veces sea necesario.

Es evidente que el legado que dejó el Premio Nobel de 1982 es intrí­nseco a las raí­ces de la literatura latinoamericana, y hasta hoy en dí­a siguen comentándose sus novelas más conocidas e incluso las de menor grado de popularidad.

Es importante reconocer a sobremanera que la literatura ha evolucionado y siempre está en constante cambio. No aceptar ese proceso de transformación único de cada época, que trae consigo el surgimiento de nuevos escritores, hace preguntar a quién se le otorgarí­a el Nobel de Literatura si los “mejores escritores” ya han desaparecido. ¿Acaso un Nobel determina qué escritor es mejor que otro?

Creer que un premio otorgado por la Academia es igual al éxito total literario es erróneo en todos los sentidos. Por eso, la variabilidad relativa que lleva consigo la literatura es esencial, es cí­clica. Como todo en este mundo. Entender a la literatura de una forma académica, clásica y superior a todo, serí­a venerar el retraso en nuestra sociedad, pensando sin ver más allá de lo superfluo y conformarse solo con lo tradicional; serí­a entenderla como un mero hecho de estudio y desnudar a las historias sin remordimiento alguno. Privándolas de su principal sustancia, apagarles la llama encendida dentro de su corazón que late desde el primer momento en que el lector toca con el iris de sus ojos, la tinta impresa de las palabras. Deberí­a ser delito que cualquiera, por más estudioso del mundo de las letras que fuese, procediera a diseccionar las páginas más bellas de una obra. Toda novela tiene su grado de belleza y perfección, a su manera. Por eso es tan subjetivo el hecho de analizar a fondo el trabajo de un autor. Entiéndase todo tipo de análisis, ya que no existe la opinión objetiva en el hombre. La literatura debe disfrutarse por sobre todas las cosas.

Entonces, querido lector, la próxima vez que se encuentre frente a una novela cualquiera… sienta, huela y ame sus palabras, aunque sea por un momento. Sin preguntarse por la hora. Sin mirar su time line de su cuenta en Twitter. Sin importarle nada más que ella, la historia hecha de letras editadas en las hojas ajenas, pero que se materializan dentro de nosotros, en nuestro mundo platónico de las ideas.

* Rafael Rodrí­guez Vargas es estudiante de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.

Un comentario sobre “El viaje sin retorno de El Libertador

  1. Muy bien escrito. Me gustó el párrafo final con su recomendación de lectura alejada de redes sociales y cualquier medio electrónico. Solo una crítica: la historia no es cíclica. Sigue escribiendo.

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