Quebrados, pero la esperanza prevalece

Carla Fanelli.- 

Fotografí­a: Mary Ann González.-

En medio de una tarde familiar, con la batidora en las manos, intentando levantar el merengue para complacer a mi nonna con una bandeja de suspiros, se nos fue la luz. Nuestro primer pensamiento fue Maduro #$3*-#.

Al principio, pensamos que volverí­a en cuestión de minutos o de pronto en la noche. Comencé a sentir impotencia cuando noté que no tení­a señal, lo que hací­a era mirar por el balcón, y veí­a cómo bajaban los vecinos con sus hijos para entretenerlos.

Hasta que de pronto escuché «se fue la luz en todo el paí­s», de inmediato sentí­ miedo, corrí­ a buscar a mi nonna y juntas encendimos una radio de pila para ver que decí­an en las emisoras, solo comentaban lo que ya sabí­amos: «No hay luz».

Las horas pasaban y no fue hasta que cayó la noche que comprendí­ realmente la gravedad de lo que estaba causando la falta de electricidad, pensé en los niños hospitalizados, recién nacidos, abuelos enfermos y pare de contar.

Mi nonno es un italiano bastante particular, con un tono de voz exagerado y con un carácter descabellado. No bastaba con la incertidumbre, el miedo, la impotencia y tristeza en la que nos encontrábamos sumergidos en mi casa, sino que ahora le sumábamos la rabieta de mi nonno gritando en dos idiomas o hasta tres debido al dialecto, en contra del gobierno.

Hacia tanto tiempo que no hablaba con mi nonnita por las noches como aquella vez, en cierta parte lo hací­amos con la esperanza de «ya va a volver». Sin embargo, no sucedió, nos quedamos dormidas en la sala a la luz de las velas.

Cuando desperté y noté que aún seguí­amos sin rastros de luz, comencé a sentir mayor irritación, desespero, por primera vez temí­ por toda mi familia, no sabí­a nada de mi madre. En cada plato de comida que me serví­a me preguntaba ¿a cuantas personas se les dañó la comida?, ¿cómo harás ahora?, pero sobre todo ¿cómo puedo ayudar?

La radio nos elevaba los nervios sin parar y recuerdo con bastante nostalgia como mis abuelos comentaban entre ellos que nunca habí­an pasado tantas necesidades como hoy en dí­a, a pesar de que mi abuelo vivió la segunda guerra mundial y los padres de mi nonna fueron sobrevivientes de un campo de concentración.

Ambos aprovecharon la ocasión y me contaron anécdotas para hacer comparaciones con Italia, Polonia y Venezuela. Y yo en medio de los dos, le di gracias a Dios por estar allí­ para ellos y al mismo tiempo los abarrotaba de preguntas.

Puedo decir con propiedad que en ningún momento me tomé la situación como algo normal, me molestaba la indiferencia de muchos vecinos, me llegué a sentar a leer y no me concentraba, solo pensaba en las personas que podí­an morir, en las ganas de saber que ocurrí­a y qué pasarí­a con todos nosotros.

Cuando llegaba la luz por un par de horas y lograba ver las noticias me rompí­a con cada una, he sentido odio, algo que nunca habí­a sentido por nadie excepto por el gobierno actual. Deseo con toda mi alma un cambio, deseo que se respeten nuestros derechos, pero más aún deseo y añoro que la mentalidad del venezolano cambie, que cambie para bien, que podamos ayudar al prójimo sin nada a cambio, me dolió ver los altos precios de hielo y de comida cuando lo que se estaba viviendo era inhumano.

Soy una venezolana más afectada, deprimida y llena de impotencia como el resto. Solo pido que ese ‘’tiempo de Dios’’ sea más pronto de lo que pensamos. Continuo llena de esperanza, pero esto nunca pienso olvidarlo. 

*Carla Fanelli es estudiante de la Universidad Monteávila

*Mary Ann González es estudiante de la Universidad Monteávila

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