Francisco J. Blanco.-
Cada palabra que tecleo en mi computadora habla con susurros esquivos y dice que nos queda poco. Con los pasillos casi vacíos de la Universidad no me queda otra que ir hasta mis adentros y volver en mí para encontrar alguna señal de ella.
El 9 de julio de 1937 nace en Inglaterra un joven que desde muy temprana edad se dio cuenta que podía ver colores según los sonidos que percibía. Se dio cuenta que tenía un buen ojo para la fotografía, una sutileza con la cuchilla para hacer collages, una motricidad fina apta para pintar y un gusto por los colores intensos.
Este joven, al conseguir la titulación necesaria para entrar en los círculos de artistas de la época, en la década de los 60 viaja a California, y uno de esos fines de semana viaja a Las Vegas y se hospeda en el hotel Luxor y pasa el tiempo dibujando su entorno.
Ya consagrado, hace amistad con el marchante de arte John Kasmin, quien toma parte de sus trabajos iniciales y los dona a al museo de Liverpool y ellos en su tienda de recuerdos reproducen unas postales con las pinturas de este artista que no es otro que David Hockney.
No recuerdo como esta postal llegó a mí. Pero por toda esta semana me ha acompañado en mi escritorio y no sé por qué… Pero verla me da paz.
Hockney, quien aún vive, es reconocido por ser uno hijo de su generación con todas las letras, por ser de los artistas contemporáneos que impulsó el arte pop, lo que me llevó a reflexionar, sobre eso mismo, sobre el significado de ser contemporáneo, sobre lo que significa ser un hijo del hoy.
Creo que esa es una respuesta fácil. Muy fácil si no eres de acá, si no vives en este país, si no te manejas en esta ciudad. Porque nuestra esquina del mundo, lo que no es flecha es baldío, las cosas mutan constantemente y saber quién eres, al menos a mí, me resulta complicado.
Una amiga, que recién conocí, me comentaba en una de nuestras tertulias que uno tiene saber muy bien quién es, sobre todo con todo lo que está ocurriendo en la ciudad. Un intelectual que habló en la radio hoy en la mañana decía que nosotros como pueblo debemos ahora, repensar quiénes somos y qué queremos de nuestro país. El profesor más laureado que tuve en la universidad dijo una vez que los venezolanos no saben quiénes son y por eso no progresan.
Yo sé quién soy, creo saberlo, creo saber lo que quiero, pero, ¿eso es suficiente? El reflexionar sobre mí es suficiente para marcar la diferencia, el saber quién soy es suficiente para aseverar que en realidad soy hijo de mi tiempo, porque capaz soy hijo de nadie, capaz no necesito ese título, capaz no necesito necesitar para conseguir calma, para estar en paz.
Pero lo curioso es que la pregunta siempre está, y te la dejo para que como yo te pique en la cabeza, ante todo esto, de quién eres hijo tú, del hoy, o de nadie.
* Francisco J. Blanco es profesor de la Universidad Monteávila.