Kelvin Brito.-
De varios intelectuales se ha escrito aquí; numerosos párrafos hemos dedicado para acercarnos a su existir. Lumbreras de Venezuela que han dejado huella en el país, construyendo, con su pequeña o gran contribución, esas cosas que distinguen nuestro vivir.
Hoy a otro hombre de letras nos vamos a referir. Se trata de Leoncio Martínez, caricaturista, periodista, dramaturgo, poeta y publicista, luchador en buena lid. Fiel reflejo de una época que similares circunstancias nos ha tocado vivir.
En la Caracas de 1888 nació Martínez, y a corta edad decidió iniciar su devenir: ya a los 11años caricaturista era su perfil, en un pequeño periódico en el que de vez en cuando se le ocurría escribir.
Rodeado de intelectuales, modesto en el vestir. Con José Rafael Pocaterra, quien escribiera contra la dictadura sin fin; incluso con Francisco Pimentel, el gran “Job Pim”, fundo el diario humorístico “Pitorreos”, con el que va creciendo su obsesión febril.
En los años veinte va alcanzando su cenit, al fundar el semanario “Fantoches”, donde se elaborara la sátira de la dictadura, que una década más tarde se dejara de imprimir.
Muy trajinado fue su existir. De la cárcel a la libertad transcurrió su vivir. Nunca dejo de expresar su sentir, luchando por una mejor Venezuela, la Venezuela del porvenir. Y transcurrió sus años así, tratando de su mensaje transmitir.
Ya para 1941 su carrera llega a su fin. A la edad de 52 años, “Leo” el gran poeta, memorable periodista, al cielo se marchara a escribir.
Una no desdeñable fama alcanzo en esa Venezuela, como pueden percibir. Pero con lo que alcanzo gran éxito fue con una lírica que empezó a difundir, concebida seguramente en una catarsis de cárcel, en la que salió y entro sin fin. “Balada del preso insomne”, patente reflejo de su pensar e insistir:
Estoy pensando en exilarme,
en irme lejos de aquí
a tierra extraña donde goce
las libertades de vivir:
sobre los fueros: hombre-humano
los derechos: hombre-civil.
Por adorar mis libertades
esclavo en cadenas caí:
aquí estoy cargado de hierros,
sucio, famélico, cerril,
enchiquerado como un puerco,
hirsuto como un puerco-espín.
Harto en el día de tinieblas
asomo fuera del cubil
bien la cabeza, bien un ojo,
bien la punta de la nariz;
temeroso de un escarmiento,
encorvado, convulso, ruin,
-como ladrón que se robase
sólo el reflejo de un rubí-
por mirar brillando en el patio
el claro sol de mi país.
II
(…) Y
aquí alumbra torvas miserias,
venganzas crueles, odio vil
y un dolor que no acaba nunca
ante otro dolor por venir…
¡Oh la bendita tierra extraña
donde nadie sepa de mí!,
a donde llegue de atorrante
sin ambiciones de Rothschild
con la mediocre burguesía
de que me dejen existir!
Hablaré mal en otro idioma,
comeré bien otros menús,
y alguna tarde arrellanado
en mi sillón de marroquín,
viendo a través de los cristales
un cielo de invierno muy gris,
pensaré en los muertos amados,
en los amigos que perdí,
en aquella a quien quise tanto
con la vesania juvenil
de cuando iluminó mis sueños
! el claro sol de mi país !
(…)
IV
Mis hijos han de ser gimnastas
con el ímpetu varonil
de quien tiene libres los músculos
libres el pensar y el sentir,
pues nacerán en tierra extraña
y no en la tierra en que nací;
y mis nietos, gigantes rubios,
de cutis de cotoperiz,
bíceps y espíritus de atletas
con volubilidad infantil,
puede que sí se me parezcan,
tal vez tengan algo de mí:
la realidad de mis ensueños,
la mentira de mi sufrir.
¡Pero en vano entre sus cabellos
hundiré mi mano febril,
echaré hacia atrás sus cabezas
y buscaré, sin conseguir,
en el fondo de sus miradas
el claro sol de mi país.
V
Y cuando ya, siempre extranjero,
descanse más libre por fin,
y tenga lo que a mí me niegan:
la libertad del buen dormir,
en un cementerio evangélico,
cubierto por el cielo gris,
allá que no hay flores al año
sino una vez, mayo o abril,
a falta de la cruz de té,
del nardo, la rosa o el lys,
colocarán sobre mi tumba,
grabado a rasgos de buril,
un versículo de la Biblia
o algunas coronas de zinc.
Y ya muchos años más tarde,
muy cerca del año 2000,
mis nietos releyendo las fechas
de mi muerte y cuando nací,
repetirán lo que a sus padres
cien veces oyeron decir:
—¡y le darán cierta importancia!—
«el abuelo no era de aquí,
»el abuelo era un exilado,
»el abuelo era un infeliz,
»el abuelo no tuvo patria,
»no tuvo patria… ¡Y ellos sí!
VI
¡Ay, quién sabe si para entonces,
ya cerca del año 2000,
esté alumbrando libertades
el claro sol de mi país!
Ahora el lector puede entender esta forma extraña de escribir, que irradia a la prosa un cierto tic: Es para rendir culto al mensaje, ese mensaje febril, del gran Leoncio Martínez, de inventiva sin fin. ¿Sera que se cumplieron sus profecías para los años dos mil? ¿Debemos reivindicar su pensamiento para el devenir? En este verso, sin mucha pompa en describir, nos hemos identificado todos cuando pensamos en irnos del país.
Para culminar este artículo, solo cinco palabras restan por decir. Son las que inspiraron el mismo, en torno al cual escribí. Frase terminante, fácil de concluir:
Leoncio Martínez, mártir del porvenir.
* Kelvin Brito es estudiante de Derecho de la Universidad Monteávila.
Desde hace un tiempo pensé en escribir sobre la ironÃa que justo en el 2000, las libertades en Venezuela dejaran de ser iluminadas por ese claro sol. Pero su ejemplo nos ha servido para luchar con mayor fuerza contra los nubarrones vergonzosos que lo ocultan momentáneamente y hemos tratado de hacer llegar a las generaciones siguientes los valores que LEO defendió e inculcó al paÃs con su pluma y pensamiento.
En nombre de toda mi familia, gracias por tenerlo presente.
Leoncio MartÃnez Asuaje
Que bueno saber que queda una nueva generacion Martinez capaces de prolongar en el tiempo la memoria de su padre y el pensamiento claro y visionario de una Venezuela Libre. Saludos