Señales de ellas | El olor del polvo

Francisco J. Blanco.-

Esta semana no hay postal en mi escritorio. Foto: Francisco J. Blanco

Esta semana no hay postal en mi escritorio. Esta semana no busqué ninguna señal de ellas… Esta semana me encontré con lo atroz… El olor del polvo.

Yo vivo a 41 kilómetros de la universidad y el martes me fui a media tarde porque en mi pueblo la protesta del dí­a subió de tono, y todas las señales indicaban que habí­a que irse lo antes posible. Dejé todo, me fui.

Pasamos autopistas, ví­as alternas, caminos verdes y faltando 9 kilómetros para llegar a casa nos encontramos una barricada. “Acá trancamos porque nos oponemos al régimen”. Nos regresamos a Caracas para tomar otra ví­a alterna, entramos al pueblo, faltando 5 kilómetros para llegar a casa unos oriundos incendian unos cauchos mientras otros tantos aplauden. De pronto todo me olí­a a polvo… El olor del miedo.

Nos regresamos para tomar otra ví­a alterna, a 2 kilómetros de casa un grupo señores talan dos árboles para bloquear el acceso mientras las señoras los alentaban. Vuelta en “U” y regresar para el tercer camino verde, no puede ser. Salí­ de Caracas a las 3:30 y son las 8:00.

Paramos mi esposa y yo para comer en una “zona franca”. Mientras comemos nos damos cuenta que el lugar estaba lleno de personas, como nosotros, en una especie de limbo y buscando ví­as alternas en un pueblo que solo tiene dos calles. Nos muestran un ví­deo de esa misma tarde en el pueblo, unos muchachos encapuchados robaron un montacargas de una obra para del metro para mover las islas de la carretera y usarlas como barricada mientras otros destrozaban la carcasa de una pasarela. De pronto todo me olí­a a polvo… El olor de la pena.

Es hora de intentar pasar. Cruzamos aquella barricada de los cauchos quemados, contraflujo en subida y curva a la izquierda, cuidado que aquí­ habí­a una, rápido que están montando otra ahí­. “Yo vivo aquí­ mi pana, déjame pasar”. “Dale vale dale…”. A 1 kilómetro de mi casa un grupo de personas nos trancan el paso. “Hasta aquí­, papi…” “Viejo yo vivo ahí­â€¦ déjame pasar pana… yo te lanzo algo pues si va…” “YO NO QUIERO PLATA, YO QUIERO QUE CAIGA EL GOBIERNO” (al tiempo que le daba un golpe al capo del carro). Retroceso para intentar por la otra ví­a. De pronto todo me olí­a a polvo… El olor de la rabia

Un camión cava tumba de golpe una barricada y yo voy tras él, avanzamos 200 metros y se para en seco, da la  vuelta en “U” y me dice que en la siguiente curva hay unos motorizados que están robando. Me regreso y me paro, apago el carro. 10 pm.

Estoy atrapado entre una barricada con gente enardecida y unos hipotéticos ladrones. No sé qué hacer. Veo a mi alrededor y hay una flota completa de moto-taxis sin querer pasar por allí­. Unas mujeres moreteadas llorando en el piso porque las robaron unos chamos más adelante. De la nada pasan un par de policí­as municipales en moto, se escucha el eco seco de los disparos, y uno de los de allí­ me dice “listo gordo… piramos”. Pasamos y veo como un policí­a le pone una sábana a uno de los cuerpos que yací­a justo al lado de otro. De pronto todo me olí­a a polvo… El olor de la muerte.

A 700 metros de casa pagamos para que nos abrieran el paso y tras de  nosotros un camión abierto con un conjunto de samba tocando in situ no pagó nada. 11 pm, llegué a mi casa.

Esa semana me quedé en casa, con una rutina particular de salir a las 8 am porque a las 10 cierran el pueblo.

El ver el desconcierto en los ojos de la gente cuando caminan por la carretera porque no hay transporte público te cuestiona realmente el valor de la tranca como protesta. Entrar en una panaderí­a y ver que ya ni está ese brazo gitano que tienes viendo desde los 13 años porque alguien se lo llevó para comer.

Entré al mercado a ver si podí­a comprar algo de queso, caí­ en cuenta que no tení­a comida suficiente. Luego de 40 minutos esperando entrar me di cuenta que nadie estaba usando los carritos, todos tení­a lo que podí­an tomar en los brazos, defendiéndolo de una ataque que nunca llega… La agoní­a. De pronto todo me olí­a a polvo… El olor de la tristeza.

Esa noche se activaron las alarmas porque hay saqueos en las fábricas que están debajo de la urbanización… Capaz esos bichos suben… Pendiente.

Entré al otro mercado donde se compran los vegetales y las legumbres (no sé la diferencias en realidad). No hay nada: unos cambures, yuca y melón. Cuando estoy intentando pasar la tarjeta el encargado me dice “hijo pásate mañana porque estamos cerrando”. “Berro pana pero son las 8:30, no es a las 10  pues”. “Si, pero mira… Esa tanqueta agarró candela”.

Esa noche llovió. Cuando amaneció nos dijeron que le robaron la baterí­a al camión del vecino.

Esperando que abran la bomba de gasolina veo a un conocido, conversamos, él por ser terrateniente tiene más idea de lo que está pasando ahí­ que yo, que solo voy al pueblo a dormir. “Yo si chamí­n… Yo agarro la camioneta todas las noches y me voy a buscar basura para repartirla a los de las barricadas para quemarla. En eso estamos el vecino tuyo, el que distribuye embutidos y yo”. De pronto todo me olí­a a polvo… El olor de la lástima.

Esa noche saquearon el galpón del vecino, el que distribuye embutidos… A la mañana siguiente fue a ver qué se habí­an llevado, y un par de policí­as municipales en moto estaban picando a la mitad una pieza de jamón arepero.

* Francisco J.  Blanco es profesor de la Universidad Monteávila.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Pluma