Ningún dolor es tan intenso y profundo como aquel que produce la pérdida de una vida. Lamentamos todas las muertes, sobre todo cuando estas no significan la culminación del natural ciclo humano en este mundo sino que son injustamente forzadas por la violencia.
La comunidad umaísta, como toda la comunidad universitaria venezolana, está de luto profundo por el vil homicidio de Juan Pablo Pernalete, joven estudiante de la Universidad Metropolitana. La mano asesina apagó una vida que solo ejercía un derecho: protestar pacíficamente en las calles, alzar su voz para exigir un cambio para Venezuela, que hoy se sumerge en una de las peores crisis de su historia. ¿Es acaso este un motivo para morir?
Su partida se une a la de decenas de venezolanos que han perecido en los últimos días, así como también a la de miles que, durante muchos años, han fallecido en silencio, víctimas de la incontrolable delincuencia o de la lenta mengua de medicinas y alimentos.
La situación es aciaga. En las calles, incluso a altas horas de la noche, los venezolanos son reprimidos por fuerzas gubernamentales que se han desviado de su misión, y hasta por grupos paramilitares que hacen de la violencia su feudo. Cientos de detenidos, muchos de ellos sin guardar los mínimos parámetros del debido proceso, tal como recientemente lo denunció la fiscal general de la República, engrosan una ya larga lista de abusos y violaciones de derechos humanos.
Un país como Venezuela, con su gente noble y tan calurosa, no merece padecer este tormento. Ya basta de represión, de hambre y de pobreza. Ya basta de esta locura asesina que parece no saciarse.
Ya es hora de pensar en el sufrimiento de todos los venezolanos, que solo quieren trabajar, estudiar, formar una familia, crecer en el país que los vio nacer, que solo quieren ser felices en esta tierra. Todos ellos cuentan. Todos nosotros contamos.
Venezuela solo se recuperará cuando se reconozcan los derechos de los ciudadanos, cuando se comprenda que todos deben ser protegidos por las instituciones, que jamás el más débil debe aplastar y burlarse del más débil. Nuestro país crecerá cuando la democracia, que no es solo una idea, se internalice en cada uno de nosotros comprendamos que solo el respeto y el amor es el camino hacia una convivencia pacífica. Cuando la fraternidad ondee en alto junto con la libertad y la igualdad.
Hoy es el momento de pensar con el corazón y sentir con la cabeza. Es el momento de la unidad de todo un país para alzar la voz ante los atropellos, para gritar firme “ya basta”. Y es el momento para que, desde las alturas del poder, al fin, lo escuchen.