Relatos domésticos | Campo sembrado, campo minado

Francy Figueroa Domí­nguez.-

Los paisajes parameros dejan pensando en la libertad. Foto: Francy Figueroa Domí­nguez

En la Semana Santa que recién terminó decidimos emprender viaje por los Andes venezolanos. No fue tarea sencilla salir de la capital, bloqueada con barricadas por doquier, sumergida en los vaivenes de unas protestas que sólo han dejado muertes y destrucción a su paso.

Llegar al páramo merideño siempre es alivio para el alma. Ver tantas montañas sembradas desafiando la verticalidad y a los niños de mejillas rosadas por el frí­o ayuda a la desconexión, funciona perfecto como bálsamo.

Contemplo miles de hectáreas sembradas de ajo, papa, zanahoria, cebollí­n y romero; a los campesinos que las trabajan y sostienen no sólo a sus familias sino la seguridad alimentaria de un paí­s entero y no me imagino las penurias que debieron atravesar para haber llegado hasta allí­.

Nos contaron en el páramo que ahora son los colombianos quienes vienen a trabajar la tierra, se la alquilan a los propietarios merideños y reparten las ganancias al salir la cosecha. Me quedo pensando si será la flojera de esperar la caja del Clap que nos tiene en esta inercia de negarnos a volver a lo primario.

Nos contaron también del alto costo de insumos y fertilizantes, de las invasiones que acechan los terrenos privados y las casas de temporadistas abandonadas, porque sus dueños las construyeron para sus hijos con el sueño de que vivieran en ellas en el futuro cercano y ahora nos cuesta pensar en el futuro, sin atrevernos a lanzar un pronóstico.

Los pequeños abastos andinos eran muy parecidos a la Venezuela de antier. Llenos de productos, casi todos traí­dos por la frontera, a unos precios exorbitantes. Hasta las chucherí­as que ya no se consiguen en las grandes ciudades abundaban en los anaqueles.

Los paisajes parameros me dejaron pensando en la libertad. Esa de la que tanto se habla estos dí­as, pero que cuesta tanto ejercer, en las redes sociales y en la realidad. Me vine convencida que el ejercicio de la libertad es ir a trabajar mientras tú marchas, es ir a la playa mientras tú haces plantón, sin que por eso se me tenga que catalogar de indolente o egoí­sta.

Es el respeto a la libertad del otro y a su naturaleza lo que hará que reconstruyamos el paí­s. Pero del otro lado del muro, y como en las historias de ciencia-ficción, no se ve nada bueno, más que persecución hacia los ideales de quienes alguna vez creyeron en algo, de derecha o de izquierda.

Me quedo nostálgica pensando que lo que se viene es más intolerancia, más radicalismos y más insultos. Me quedo como siempre con algo: la brisa del páramo y las manos laboriosas, la paciencia para esperar la cosecha, el silencio para respetar y reconocer la otredad.

* Francy Figueroa Domí­nguez es la secretaria de la Facultad de Ciencias de la Comunicación e Información de la Universidad Monteávila.

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