Yoselyn Zapata.-
«Un hombre desenfrenado no puede inspirar afecto ni a otro hombre ni a un dios, es insociable y cierra la puerta a la amistad».
Decidí comenzar este artículo con esta frase de Sócrates porque encierra por completo la idea que quiero transmitir.
El hombre es racional no simplemente por el hecho de ser inteligente, sino por tener la capacidad de escuchar de forma simultánea la voz del placer y del deber. La búsqueda del placer está íntimamente ligada a nuestra naturaleza, no hay persona que no lo persiga o que lo aparte de su vida. De hecho este se ve incluido dentro de lo que consideramos felicidad. Tal es la participación del placer en nuestra conducta que lo agradable nos parece bueno y lo penoso malo.
Sin embargo, se debe tener cuidado con esto, porque el placer no es el bien supremo, ya que en muchos casos puede esclavizar hasta al más sabio de los hombres. No se puede catalogar lo placentero como malo o bueno, sencillamente es una tendencia a la que respondemos de manera natural. Se convierte en algo negativo cuando nos lleva a actuar bajo hábitos malos, es decir viciosos. El hombre persigue el placer en mayor medida durante la adolescencia y la juventud, pues son etapas en las que la inmadurez encabeza las principales decisiones de la vida, además de que la sensibilidad y la atracción por satisfacer los deseos está en pleno apogeo.
Las acciones humanas pueden tener un origen virtuoso o vicioso: lo que se debe evitar es complacernos en lo vicioso. El hombre íntegro se complace actuando virtuosamente, así como un chef disfruta de un plato exquisito o un músico se maravilla con una buena melodía. Muchas de las cosas que debemos hacer día a día, que nos dejan recompensas inigualables (el estudio, el trabajo, cuidar a los hijos, leer un buen libro, asear la casa, preparar y dar una clase), no son placenteras, aquello por lo que vale la pena luchar no siempre nos va agradar, pero sí nos llevará a encontrar el bien para nosotros y los demás.
Si bien nos invitaba Horacio a vivir al día y aprovecharlo al máximo con acciones placenteras a través de su carpe diem, el hecho de disfrutar el instante no significa absolutizarlo ni darle prioridad a la intensidad de vivir del placer, más bien el hombre debe utilizar su razón para equilibrar y orientar los deseos, para obrar bien y darle sentido a sus acciones, puesto que el deseo de placer atenta contra la estabilidad entre las dimensiones de la persona, hace que la relación pasión y razón sea inestable.
Es fundamental destacar que no se trata de coartar los deseos, más bien es necesario actuar de acuerdo con los dictámenes de la razón, de manera tal que nuestras acciones sean moderadas y le pongamos un freno a los impulsos instintivos que se despiertan a manos del placer. Siguiendo las palabras de Sócrates, si el hombre se deja llevar únicamente por el placer, y busca satisfacer sus deseos a como dé lugar, terminaría actuando meramente como un animal, dejando de lado su naturaleza social. Así vemos muchas personas que van en contra de la ley y las costumbres por el simple hecho de perseguir una vida placentera.
La clave de usar la conciencia está en la integración inteligente de estas dos partes esenciales de la estructura humana: la razón y el placer. He allí el sentido de obrar de manera virtuosa y no quedarse en el básico instinto de supervivencia, en el cual se fundan la atracción y el deleite de aspectos sensibles de la realidad.
* Yoselyn Zapata es profesora de la Universidad Monteávila.