Rodolfo Bolívar.-
Somos relacionales, como seres humanos parte de un medio ambiente civilizado necesitamos un entorno confiable para comenzar a caminar nuestros pasos en el propio desarrollo intelectivo y procurar un crecimiento tanto físico como psicológico que nos permita desenvolvernos en una sociedad de personas humanas que se postulen a sí mismas y ante el mundo como la mejor versión de sí mismos.
Esto es posible lograrlo de forma sistemática y armónica por medio de un ambiente familiar sólido, que permita a su vez una educación constante y perseverante en la voluntad, en las virtudes, con una clara jerarquía de valores morales que nos sirven de referencia para poder asumir con entereza nuestro papel inmediato como parte integrante de un mundo caracterizado por la inmediatez, la individuación, la exclusión, la distorsión de la realidad, el materialismo, la globalización, la falta de solidaridad en muchos ámbitos, la imposición de ideas sobre el principio de la vida o su final que generan controversias como el aborto y la eutanasia, una creciente confusión espiritual ante la diversidad de creencias y religiones imperantes cada una de ellas apropiándose de la verdad o del fin último del hombre e incluso sectas en búsqueda de bienestar personal que prometen quimeras de culminación y elevación espiritual del hombre muchas veces renunciando verdaderamente a serlo.
Todo esto, entre muchos otros factores y problemáticas que limitan el ejercicio de la verdadera libertad humana, su dignidad como persona y su sentido de vida, la verdadera trascendencia desde su ser creatura hasta el fin escatológico humano, cara al Dios creador, y esta debe ser nuestra propuesta, desde la persona, la familia, la educación y el trabajo humanos.
Y es la educación integral la base fundamental del desarrollo del ser humano, lo que va desde el nacimiento hasta la muerte; el papel de la educación en la consecución de buenas y mejores sociedades de personas humanas libres, dignas y trascendentes comienza en la familia, el seno familiar es la puerta de entrada al mundo, donde se establecen las primeras relaciones humanas de sociabilidad, donde deben registrarse las primeras experiencias afectivas y darse los primeros pasos en el desarrollo de la personalidad y el carácter, con la formación adecuada del temperamento genético que cada uno de los individuos posee como marca de origen.
Si el ambiente familiar es armónico, con una jerarquía de valores clara y de moralidad suficientemente cimentada en una ética válida y con reconocimiento de nuestra naturaleza humana en libertad, podemos garantizar la formación de personas sanas y dignas, educadas en el logro de conseguir el bien y compartirlo, de fortalecer con esfuerzo sus virtudes y proyectarlas, de aprender que solo con una educación precisa de la voluntad podemos tener la templanza de auto controlarnos, del autodominio de sí que permitirá una verdadera libertad humana más allá de las cadenas impuestas por placeres, ideologías imperantes o la simple tendencia a lo mundano exclusivamente.
Es por ello que la educación integral, como parte necesaria del desarrollo del ser, busca perennemente la perfección de la persona humana, comienza como dijimos en la familia a la cual se suma luego el ambiente escolar-universitario, para proseguir, después de los logros académicos con la actividad profesional, para la cual cada uno esté inclinado en el desenvolvimiento social, siendo siempre la familia la base de la que despegamos y a la que siempre volvemos a reponer combustible para continuar el viaje.
*Rodolfo Bolívar es director de la Escuela de Administración de la Universidad Monteávila