Alicia ílamo Bartolomé.-
Aunque respeto -hasta donde es posible- todas las posiciones políticas, no me caen muy bien los extremos, ni los fanáticos: los hago responsables de gran parte de los sinsabores de este mundo. Un ejemplo: la cacareada Revolución Francesa cuyo aporte a nuestra civilización se canta en política, en filosofía, sociología, economía, etc. Muy cierto, ¿pero a qué costo? Al altísimo precio del terror, gran cantidad de sangre derramada y pérdida de muchas vidas. ¿Y a los pocos años, qué? Napoleón coronándose emperador y enlutando con sus guerras a Europa, vuelta a la monarquía y a la tanda de valses en los palacios. ¿Valió la pena?
Lo dudo. Los países nórdicos llegaron a la democracia sin derramamiento de sangre. Lo que sí nos aportó la Revolución Francesa fue eso de izquierda y de derecha. En la asamblea, los radicales, los responsables del período del terror, los que se llenaban la boca con la palabra pueblo, los llamados jacobinos, se colocaban en los escaños de la izquierda; los moderados, los no partidarios de tantas matazones aunque sí de las reivindicaciones de la revolución, los girondinos, ocupaban los escaños de la derecha y de allí esa denominación que nos llega hasta hoy y en la cual no creo.
Personalmente no me ubico en la izquierda, ni en la derecha, ni en el centro. Simplemente soy ciudadana de un país, hoy en crisis. Años atrás estaba en moda ser de izquierda, era la posición progre, la de avanzada, la que salvaría el mundo. Los que no éramos de ese lado, enseguida nos tachaban de derecha y nos querían hacer sentir ciudadanos de segunda categoría. Si se trataba de intelectuales y artistas no simpatizantes con la izquierda, se hacía lo indecible para que no los aplaudieran, no los publicaran ni ganaran premios. Por eso muchos coquetearon con la izquierda marxista, hasta arquitectos. A mí, en un ínfimo concursito de pintura a guache en la entonces Escuela de Arquitectura de la UCV, me negaron el premio por eso, a pesar de la opinión del profesor de la materia, pudo más el grupito comunista de futuros colegas. Y no cuento más desmanes de este tipo. Quiero llegar a otra cosa.
La llamada izquierda política, la radical, marxista y comunista, ha triunfado en muchas partes del mundo y en algunas se ha afincado mucho tiempo. En Rusia y en Cuba ha tenido largo dominio del poder, en Venezuela va por el mismo camino. Pero una cosa es tener el poder y otra muy distinta lograr el desarrollo y progreso del pueblo sobre el cual se ejerce éste, sin que lo pague con mucho dolor y sacrificio.
Conocidas son las grandes hambrunas provocadas en la Unión Soviética por Stalin, diezmaron la población campesina hasta el punto que se dice cobraron más vidas que el terrible Holocausto judío impulsado por Hitler. Conocido es el deterioro económico, científico y cultural de Cuba, que era pionera en el continente en varios de estos campos, perpetrado por Fidel Castro y su radicalismo comunista que acabó con el cultivo de la caña y el primer puesto en el mundo de la isla como productora de azúcar. El pueblo cubano tiene década tras década muriéndose de hambre. Y nosotros en Venezuela ya rebasamos dos de continua destrucción del país en economía, educación, cultura, salud, seguridad, justicia y paz. Venezuela agoniza.
La izquierda puede conquistar el poder de un país y lo ha hecho. En todos los casos se ha podido mantener por menor o mayor tiempo, pero en ninguno ha logrado la felicidad del pueblo bajo su dominio. Por no referirme sino a los tres países que he citado como ejemplo, ¿cuántos millones de rusos, cubanos y venezolanos han emigrado de sus respectivas patrias? Si hubieran tenido la oportunidad de llevar una vida digna y ser felices dentro de éstas, jamás habrían emigrado. Si emigrar es dejar las raíces amadas de terruño y familia, inmigrar es exponerse al rechazo, la incomprensión y la soledad. No es buen negocio emigrar e inmigrar a la fuerza como le ha sucedido a la mayoría de estos exiliados.
Un régimen que no provoca el bienestar de sus gobernados, sino todo lo contrario, no tiene razón de ser. Por eso sostengo y proclamo el gran fracaso de la izquierda.
*Alicia ílamo Bartolomé es decana fundadora de la Universidad Monteávila