El venezolano no vive, sino sobrevive en el paí­s

Paola Rodrí­guez.-

Fotografí­a: Mary Ann González.-

El primer dí­a del apagón desde plaza Venezuela hasta Los Sí­mbolos. Todas las calles estaban llenas de caraqueños caminando para llegar a sus hogares, en los autobuses no cabí­a ni un alma. Al pasar las horas sin comunicación se incrementaba la incertidumbre de lo que sucedí­a realmente en el paí­s.

La señal telefónica estaba completamente caí­da, nadie podí­a comunicarse, informarse o saber cómo estaban sus familiares en el interior o en la capital. Para mí­ personalmente estar incomunicada sin saber qué sucedió con el sistema eléctrico me tení­a en completo colapso, si de algo me habí­a acostumbrado era a estar informada y saber lo que pasaba en el mundo.

Mi familia me decí­a que estaba paranoica, que era una adicta a las redes sociales, pero ¿hasta qué punto tenemos que aguantar estar incomunicados?, quise estudiar Comunicación Social para poder saber cómo atacar la censura que Venezuela vive hoy en dí­a. Me sentí­ vulnerada, me sentí­ encerrada y obligada a escuchar una paz que no querí­a vivir.

Llegó un momento que sacamos el ludo y el monopolio que jamás habí­amos utilizado, a mi abuela tuve que explicarle cómo se jugaba el monopolio y terminó ganándonos a todos los que sí­ sabí­amos jugar, después apareció el dominó y fueron horas y horas de competencia, tanto en pareja como individual.

Llegó un momento que mi abuela me dijo para salir y ver qué podí­amos comprar, qué lugares tení­an luz y cuáles no, pero realmente nosotras querí­amos salir de ese encierro al que estábamos obligadas a adaptarnos.

Las noches sin luz fueron horribles, la calle donde está ubicada mi residencia parecí­a una boca de loco, tan oscura que no se veí­a ni la sombra de un gato pasar. Como vivimos en casa dormimos intermitentemente, pendientes de que no se metieran y robaran, de que pudieran secuestrarnos y que nadie se enterara.

Todos los vecinos se encerraron a partir de las 7 pm y nosotros solo escuchábamos la radio de los carros para ver que decí­an y los únicos circuitos que funcionaban eran los del gobierno, que para recalcar no informaban nada. Entonces mientras pasaban las horas me auto pregunté si de verdad soy una adicta a las redes sociales. Y tuve que responderme en la oscuridad que realmente sí­ lo soy y que es cierto, los psiquiatras y psicólogos que dicen que las personas que viven solas, aisladas del mundo y la sociedad no se les llama persona sino animales.

Pero me pregunté mil veces si el apagón era bueno, para poder estar más integrada a tu familia, de poder comer sin teléfonos en la mano, poder discutir de temas que jamás habí­amos tocado y que tení­amos que reencontrarnos como sociedad.

Entonces las cosas pasan siempre por algo, obligadas o no, siempre el universo te pondrá a analizar las casualidades o causalidades de la vida y que el mundo no es solo tecnologí­a sino también unión, familiar, social y espiritual.

*Paola Rodrí­guez es estudiante de la Universidad Monteávila

*Mary Ann González es estudiante de la Universidad Monteávila

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