Boyhood: La historia de todos

íngel Fernández.-

Boyhood tiene un enfoque en lo mundano. Foto: imdb.com

12 años de grabación fue el tiempo empleado en una de las grandes cintas del siglo XXI, la obra de un Richard Linklater que plasma desde su cosmovisión miles de elementos vistos en entregas como Dazed and Confused, o la posterior comedia estelar Everybody wants some. La visión que transmite el escritor y director en Boyhood tiene un enfoque en lo mundano, pero escarba dentro de este mismo territorio para tocar la fibra emocional de los espectadores a partir de experiencias universales que son cada vez más comunes dentro de nuestro entorno: divorcios, enamoramientos, tí­tulo escolar, drogas, el comienzo de la universidad, charlas incómodas sobre sexo con papá, y muchas otras experiencias que convierten la vida en un viaje único, experiencias que a su vez nos hace más cómplices cercanos que espectadores del crecimiento de Mason.

Esta obra permite apreciar no solo el crecimiento de un elenco que terminó unido como una familia, sino de reflexionar el nuestro a lo largo de los años.

La visión de 12 años

A nivel visual Linklater nos trae de vuelta muchos momentos que de alguna manera forman una dualidad con fragmentos de sus grandes comedias, fiestas y reuniones, así­ como encuentros con sustancias prohibidas como en Dazed and confused, Slacked o la propia Everybody wants some.

Más allá de lo que se demuestra visualmente, no hay mayor proeza en la historia que ver dentro de casi 3 horas de pelí­cula el crecimiento, la vejez, y la madurez de cada uno de los personajes y actores. Padres y madres que engordan o adelgazan y pequeños niños que se dan los “estirones” de la adolescencia, es esa sin dudas una de las mejores experiencias visuales que ofrece esta cinta, experiencia similar a la que ofrece la trilogí­a Before (la cual fue rodada en simultáneo con la propia Boyhood), donde vemos el amor interpretado en tres etapas clave (Amanecer, atardecer y medianoche).

El mundo, el paí­s, la casa: Infancia y pubertad de Mason

Boyhood como guión tiene la cualidad de no haber estado acabado antes del rodaje, pues captura momentos que solo podí­an anexarse en una versión final esperando a que ocurriesen, como la escena de los carteles de Obama para las elecciones, la música que se escucha de fondo en momentos concretos de la cinta, o la conversación sobre lo que pasaba en la guerra de Irak, etc. Fue un guión que se acercaba más a la perfección y a su finalización a medida que los años transcurrí­an.

La pelí­cula representa un universo de unos Estados Unidos que de alguna forma evolucionan en su contexto pero en la esencia de la historia la familia siempre mantiene su espí­ritu, desde 2002 hasta 2014, con todos los obstáculos habidos y por haber.

El ambiente doméstico de Mason de alguna forma representa trabas para lo que quiere lograr en su vida, ve a su hermana como un ser insoportable con el que vivir, así­ como ve a los padrastros que les tocó en la vida como unos monstruos a evadir a toda costa. En cambio, la vida de Mason en escenarios al exterior parece representar una liberación, tiene una novia con la que habla más que con cualquier otra persona en su vida, también tiene amigos y otros no tan amigos que de una forma u otra también influyen negativamente en el crecimiento del protagonista. Como aquellos estudiantes senior que rompen tablas y lanzan sierras mientras acusan la virginidad como una maldición para los más jóvenes.

Los escenarios externos también son una conexión a la relación con papá, que después de años sin verlo no es más sino el personaje que permite a Mason madurar las ideas más profundas de su personalidad, siendo este uno de los catalizadores que construyen de manera redonda al personaje al final de la historia.

Los rostros en Boyhood

Mason: libertad, silencio y rebeldí­a

El protagonista de la historia es un artista por lo que proyectaba desde pequeño. Viví­a con la mirada hacia las nubes desde muy pequeño mientras estaba en el salón de clase, siempre viendo las instituciones, colegios o universidad como una prisión para lo que le pedí­a su mente y alma. Un personaje que dentro de su timidez y actitud irreverente mantuvo viva la llama de la infancia incluso hasta ser ya mayor. Entiende la vida como una experiencia de diversión, pues allí­ cree poder encontrar el mejor lugar para estar, alejado de responsabilidades y ataduras, siempre llevando una melena o peinado estilizado que le hace resaltar de las mayorí­as con mucha distancia, así­ como vestuarios bastante particulares, que no hacen más sino recordarnos las cualidades más especiales de este joven.

El viaje del héroe de Mason termina en un nuevo status quo donde entendemos que básicamente se convirtió en una versión mejorada de su padre, enamorando a Nicole como nueva compañera de clase en la universidad, con un look de barba y peinado que recuerda externamente al propio Hawke en años mozos, incluso aplicando las técnicas de preguntas e interés hacia la chica para engancharla, haciéndolo irónicamente en el mismo lugar donde su padre le enseñó esa metodologí­a de flirteo, aquellas montañas que reflejaban la libertad del protagonista.

Olivia: Maternidad, responsabilidad y soledad

La madre de Mason, y se destaca la maternidad porque cumple fundamentalmente con esa tarea: ve crecer a su hijo y entra en matrimonios y divorcios con hombres que no son los indicados, siempre abanderada de las responsabilidades y la ambición de tener mejores empleos para que sus hijos crezcan en las mejores condiciones de vida. La soledad es el conflicto con el que lucha este personaje primordialmente, pues entiende que después de la maternidad no hay nada más. Ve a Mason marcharse de casa y ella siente que lo siguiente es el funeral, precio que muchas madres pagan cuando se hacen devotas y entregadas a sus mayores tesoros, el amor de madre que solo ellas entienden.

Mason Sr.: El niño eterno, aventurero y sabio

El hombre que volvió a casa para ver a sus muchachos no dejó de ser el inmaduro de siempre, con un Shelby Cobra que lo hace “cool”, y un aspecto siempre juvenil al acercarse a la puerta de Olivia, cargando con una personalidad que durante el filme los hace repudiarse y atraerse al mismo tiempo. Un aventurero amante del campo y de la música, es el personaje que más se conecta con Mason, pues de alguna forma es el gran modelo a seguir del protagonista, cuando la hermana sigue más bien los pasos de Olivia. Su sabidurí­a termina tapando las falencias que representa su estancamiento en la vida profesional, pues es un conocedor de lo que es la verdadera vida, lo que significa la paz y la guerra, entendedor del valor de la juventud, del amor hacia uno mismo por encima de los demás. Es sin dudas el mejor consejero para Mason, reflejo apreciado en el final del camino de esta memorable historia.

El personaje que protagoniza Lorelei Linklater se vio muy apartado, y de alguna manera le restó insignificantemente valor a la historia. Hubiera sido mejor algo más de protagonismo de la hermana, pues se hací­a muy interesante en sus pocas apariciones, pero deja a la audiencia con hambre de más.

La historia que no envejece como nosotros

Boyhood cuenta con un sistema de imágenes que nos catapulta al tema núcleo de este espectacular relato: “el presente siempre es ahora”. El pasado queda para las fotografí­as, aquellas que toma Mason cuando empieza a afanarse por el tema de ser fotógrafo profesional, esos momentos capturados que son solo una parte de lo que son los momentos más importantes de una vida, nada comparable a los que se viven. Sí­mbolos que se combinan como la música y la naturaleza que trae consigo el padre de nuestro héroe no son más sino las estimulantes de esta vida del ahora, sin pensar en el mañana o en lo que ya pasó.

He entendido con el paso del tiempo, y viendo por tercera vez esta gran pelí­cula, que la etapa por la que pasas en tu vida asume un rol importante en lo referente al impacto emocional que te puede generar esta historia. No es solo Boyhood, podrí­a ser Fatherhood, Motherhood, o cualquier tipo de función y momento de la vida con el que nos identificarí­amos para enlazar al sufijo, entendiendo en cualquier fase de nuestro momento en el mundo como sí­mbolo máximo el cielo azul con el que el protagonista vive obsesionado, aquél que termina viendo en un atardecer con una sonrisa en el rostro, a un lado de la enamoradiza Nicole.

Es ese cielo el escenario azul que sobre nuestras cabezas representa la eternidad del presente, donde quiera que estemos parados en la faz de la tierra. La eternidad que no va de la mano con nuestra limitada existencia, por lo cual debemos aprovecharla al máximo, recordando que siempre es hoy.

* íngel Fernández es estudiante de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.

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