María Eugenia Peña de Arias.-
La tecnología también se viste. Esa es justamente la definición de wearables, término que incluye a todos esos dispositivos que podemos llevar no solo con nosotros, sino en nosotros. Relojes inteligentes, zapatos de goma con GPS, lentes de realidad aumentada, pulseras que monitorean nuestros indicadores corporales… No es ciencia ficción, ya están presentes en nuestras vidas.
La promesa de esta tecnología es loable: mejorar la calidad de vida de las personas. Gracias a los wearables se puede conocer en tiempo real el estado de salud, el rendimiento físico de los atletas o los problemas de seguridad que enfrentan trabajadores sometidos a condiciones de alto riesgo como los bomberos. ¿Qué madre no quiere saber si su bebé tiene fiebre sin necesidad de colocarle el termómetro mientras duerme? ¿A quién no le gustaría que su guardarropa fuera versátil hasta el punto de que sus vestidos mutaran en color o longitud?
Las encuestas señalan que estos dispositivos cuentan con una creciente aceptación. Un estudio de Kantar Worldpanel ComTech señala que para diciembre de 2016 casi el 16% de los norteamericanos tenía una pulsera fitness o un reloj inteligente, al igual que el 12% de los británicos y el 8% de los alemanes. Aunque en América Latina no tienen aún esa penetración parece que la tendencia es la incorporación de esta tecnología en todo el mundo, o al menos a eso apuntan las empresas.
Seguramente en este momento una pregunta ronda su mente: ¿y mi privacidad? Efectivamente, los wearables son capaces de almacenar datos personales y trasmitirlos a sus administradores. Posiblemente esta idea le recuerde a las pantallas con las que el Gran Hermano lograba control total de los habitantes de Oceanía en la célebre obra de Orwell, 1984. O puede que la metáfora le resulte muy exagerada. Pero lo cierto es que las pulsaciones del corazón o el ritmo de la bilirrubina “cuando te miro y no me miras” serán menos privados que antes.
Además esa información que damos de nosotros mismos puede ser vendida. Normalmente concedemos permisos cuando instalamos los dispositivos porque no hacerlo implica no poder usarlos o porque no somos conscientes de otorgarlos. A cambio, las empresas nos “regalan” publicidad cada vez más personalizada.
Aún hay un riesgo adicional. Cuando la información que recogen estos dispositivos se publica en las redes sociales, terceros pueden conocer nuestras rutinas, lo que abre una brecha en nuestra seguridad personal.
Para enfrentar estos peligros luce fundamental una alianza entre consumidores alertas y empresas responsables. Pero, como no se puede confiar únicamente en la autorregulación, el próximo año entrará en vigencia la Regulación para protección de datos en todos los países de la Unión Europea.
Más allá de esto, los wearables marcan retos importantes para quienes tienen la comunicación como oficio.  Cada día se producen millones de datos. Una visita al sitio Internet en tiempo real puede dejarnos exhaustos. Cuántas cuentas se están creando en Twitter en este momento, cuántas horas de video se están viendo en YouTube, cuántas búsquedas se están haciendo en Google… A eso habrá que sumar que Pedro rompió su propio récord subiendo a El ívila o que Jaimito ya no tiene fiebre, gracias a Dios.
Los comunicadores tienen ya el enorme reto de ser pertinentes, oportunos y suficientemente seductores para que su información no se pierda; para que nos enteremos de lo que realmente tenemos que saber para vivir en sociedad; para que no ignoremos lo que nos disgusta o lo que no se adapta a nuestras creencias. En pocas palabras, los comunicadores tienen el reto de mantener el mundo ancho y extenso, y no reducirlo a las limitadas dimensiones del Apple Watch.
* María Eugenia Peña de Arias es decana de la Facultad de Ciencias de la Comunicación e Información de la Universidad Monteávila.