Sobre el mito llamado The Doors

Fernanda Julio.-

Jim Morrison marcó la historia del rock. Foto: photopin (license)

Un mito constituye un elemento esencial en la vida y cultura de la sociedad y el tema de innumerables creaciones literarias y artí­sticas. G. Sorel dio el nombre de «mito» al ideal que expresa los sentimientos de una colectividad o época y que es capaz de promover una acción común.

La década de 1960 no tiene un único í­cono que lo represente pero si muchos mitos que llenan su historia, entre los programas de Julia Child para las señoras, Andy Warhol y sus exposiciones en New York para intelectuales, The Beatles y Rolling Stones para los ya fanáticos del rock, Twiggy para las jóvenes que la imitaban, el alunizaje, la mí­stica femenina, la guerra de Vietnam, la creación de Clinique, la minifalda de Mary Quant, Le Smoking de Yves Saint Laurent, los vestidos de plástico y metal de Rabanne….

John Desmore, un baterista con inclinación al jazz; Ray Manzarek, un tecladista amante de la música clásica y psicodélica naciente de la época; Robby Krieger, guitarrista apegado a la guitarra clásica; Jim Morrison, un poeta egocéntrico que estudiaba cine…  Y ningún bajista, aunque se rumora que trabajaron con aproximadamente veinte. Ellos constituyeron una banda que en sus inicios no se mostraban auspiciosos pero que luego se transformaron en un mito, cuya influencia sigue viva 50 años después.

«If the doors of perception were cleansed, every thing would appear to man as it is: infinite«. El poema de William Blake dio nombre a la banda: The Doors.

Después de grabar demos (perdidos hasta 1995), presentarse en clubes y ganar fama en la escena underground del rock psicodélico, el 21 de agosto de 1966, Jac Holzman, presidente de Elektra, serí­a uno de los pocos en la historia en presenciar el momento en el que en medio de, quizá, la improvisación Morrison harí­a de The End una de las canciones más controversiales de la historia del rock al cantar un tema tabú que después fue censurado y cuya versión original se pudo escuchar en Apocalypse Now, la pelí­cula de Francis Ford Coppola. Poco tiempo después la agrupación habí­a firmado con el sello disquero de Holzman.

En 1967, después del lanzamiento de su primer álbum, The Doors se puso a la par del resto de las bandas que englobaban el movimiento psicodélico de la época. La música, con tonos barrocos, indí­gena americano, solos de sintetizador, baterí­a contundente o que se limitaba a la escobilla; letras que transmití­an mensajes densos, completos y complicados de entender para las próximas generaciones por el hecho de no vivir en aquel auge. Rasgos definitorios que, junto a la actuación de su cantante y sus puestas en escenas, crearon un estilo dinámico, realmente dramático, fortí­simo, ruidoso y suave.

Incluso antes de no ser invitados a Woodstock en 1969, Morrison no se consideraba hippie. Su problema de alcoholismo y adicción a las drogas conllevarí­a a un camino poco positivo hacia el futuro de la banda. Cuenta la historia que el 2 de marzo del año 1969 nadie sabe exactamente qué paso, solo que Morrison se fue preso de una presentación y que el incidente en Dinner Key Auditorium marcarí­a un antes y un después en la historia de la banda.

La imagen del lí­der se vendí­a aparte de la de la banda, conocido como el Rey Lagarto, el Dios del Rock Orgásmico o Mr. Mojo, mostrando a un rockero sensible pero no por eso menos rebelde. La música de The Doors influencia subliminalmente a la música posterior. Canciones como The End y Light My Fire rompieron la regla o condición tácita de que las canciones no podí­an durar más de dos o tres minutos. Estos conceptos y letras marcaron a bandas como Pink Floyd que, sin The Doors, probablemente no habrí­an hecho un álbum concepto como The Dark Side of the Moon.

Mientras Morrison era el alma, el teclado de Manzarek era el cuerpo de la banda. La ausencia de bajista en vivo produjo que desde el teclado se imitara el sonido del bajo en conciertos. En el estudio trabajaron con Larry Knetchel, Jerry Scheff, Lonny Mack, Patty Hansen, Chet Baker y Harvey Brooks. La mano izquierda de Manzarek era el bajista en vivo de la banda, en complicidad con un Fender Rhodes Piano Bass, recurso utilizado por Jack White en su época con los White Stripes.

Casi 50 años desde su nacimiento el legado de The Doors se ve al desglosar la banda: para entonces los sonidos eran básicos, la guitarra era con plumilla, banda sin bajo no era banda, las letras eran pegajosas… The Doors no cumplí­a esas reglas, las trascendí­a. Su tercer álbum, Waiting for the Sun, muestra una gama de sonidos que el grupo podí­a abarcar, desde sonidos percutivos (Five to One o The Unknown Soldier) a sonidos suaves (Summer’s Almost Gone o Yes, The River Knows). Su previo álbum, Strange Days, toca melodí­as más rockeras acompañadas de letras profundas, que exigen un estudio de quién escucha, atención, ya que absorbe la percepción consiguiendo varias opiniones sobre el significado de las letras.

El resto de la discografí­a se convertirí­a en el respaldo de una leyenda: canciones como Roadhouse Blues, que insinuarí­an el sonido de bandas como Led Zeppelin, o Touch Me, con su impecable sonido instrumental que tanto se utilizarí­a a lo largo de la década de 1970.

La lista de artistas que años después imitarí­an la puesta en escena de la banda no tiene inicio ni fina. Muchos como Axl Rose o Alice Cooper admiten su admiración hacia Mr. Mojo Risin’.

La muerte de Morrison marcó el final de una banda que estaba destinada a su fin. Él mismo habí­a admitido a la prensa su intención de morir para convertir a la banda en mí­tica. Quizá lo planeo, quizá no, pero es seguro que las historias y anécdotas de los cómplices en el camino al éxito de la banda exageran o reducen la realidad del grupo respaldando la idea de G. Sorel, convirtiendo así­ a The Doors en un mito.

* Fernanda Julio es estudiante de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Pluma