Anécdotas de un esbirro: Del pretorianismo y otros demonios (II)

Kelvin Brito.-

Isaí­as Medina Angarita fue un militar con pensamiento civil. Foto: Cortesí­a

En una entrega anterior analizamos el alcance del pretorianismo, y propusimos algunos ejemplos al respecto. Y culminamos con la cita respectiva a Pedro Estrada, que deja de manifiesto la flagrancia de los militares como cuerpos beligerantes. Pero aún hace falta hacer algunas acotaciones.

Si algo nos enseña la ciencia del Derecho es que toda norma tiene su excepción. Este principio general no sólo es aplicable a dicha área: en la Historia, e incluso en el caso del pretorianismo, es perfectamente aplicable la regla de la excepción. Porque de no existir salvedades simplemente la realidad discurrirí­a bajo dos esquemas: blanco o negro,  izquierda o derecha, Barcelona o Real Madrid…

La historia venezolana ofrece algunos ejemplos de militares que por motivos incluso ajenos a su voluntad se vieron obligados a participar en polí­tica y dejaron una huella positiva para el devenir histórico: son los casos de Eleazar López Contreras, Isaí­as Medina Angarita y Wolfgang Larrazábal, testigos y actores que encauzaron sus respectivas transiciones de manera satisfactoria.

Lo que se quiere –y requiere- reflexionar es sobre el alcance del concepto de pretorianismo. Eventualmente habrá quien equipare los ejemplos arriba mencionados con el de Pérez Jiménez, pero hay que atender a las circunstancias, a los hechos que se desenvolvieron durante sus administraciones, es decir, las posturas adoptadas por cada uno de ellos, para hacer un análisis más atemperado y cercano a la verdad, fin incuestionable de la Historia.

Lo que sí­ es cuestionable es la arbitrariedad que hubo en las elecciones de 1952. Al respecto, valga otra cita para aclarar lo ocurrido luego de los comicios:

Jóvito Villalba se tiró en manos de los radicales y no quiso negociar con Pérez Jiménez.

Blanco Muñoz: ¿No cree usted que aceptar que las cosas ocurrieron así­, con ese tipo de elección, es aceptar a la vez que hubo fraude y que le fue arrebatado el triunfo a URD?

Pedro Estrada: El hecho de que se hubiese dado el golpe no es una aceptación de fraude. Podí­a haber sido que hubiese habido fraude del lado contrario. La verdad es que esas fueron unas elecciones mal llevadas, mal hechas. Las personas comisionadas para esas elecciones no tení­an absolutamente ninguna práctica, ni las hicieron con ningún entusiasmo. Y claro, ahí­ surgieron todos los partidos de la oposición, que se pusieron de acuerdo. Esa es la realidad. Ahora, la oficialidad no estaba de acuerdo en entregarle el poder a la oposición, y sobre todo a Jóvito. Y ahí­ estuvo el error de Jóvito. Pérez Jiménez hubiese negociado. Y digo negociado, en el sentido de que le hubiera dado cabida dentro del gobierno a Jóvito. Y Jóvito lo hubiese aceptado. Lo que pasa es que Jóvito se tiró en brazos de los radicales del partido y una serie de gente que creí­an que tení­an el poder en la mano. La insolencia y la arrogancia del representante máximo de esa ala radical se ve cuando va al Ministerio del Interior y le dice a Vallenilla Lanz: ustedes son unos usurpadores del poder, porque el poder es nuestro. Eso no lo tolera en ningún paí­s un ministro del Interior. Esa era una provocación antes de tiempo. Entonces, eso es lo que genera esos sucesos. Y el dí­a que entrevistes al general Pérez Jiménez pregúntale si él cree que hubiera podido tomar otro camino, en el sentido de abrir un cauce democrático: si Jóvito hubiese negociado, otra fuera la historia. Pero él pretendió que le entregaran el poder y que saliera todo el mundo.

Extraí­do de: Blanco Muñoz, A. (1983). Pedro Estrada habló (Cuarta edición) (págs. 127-128). Caracas: CDCH-UCV-EXPEDIENTE.

Luego del testimonio de Pedro Estrada muchas cosas que tal vez no estaban claras empiezan a tener sentido: la génesis del liderazgo de Pérez Jiménez, la asunción del mismo al poder y lo que sucedió “a puertas cerradas” para desconocer los resultados electorales. Ésta es apenas una de las formas de manifestación del pretorianismo.

En efecto, ¿no es pretorianismo el asignar militares en cargos eminentemente civiles como un ministerio, por ejemplo? ¿No existen otro tipo de personas altamente capacitadas para ejercer este tipo de funciones? ¿No constituye esto una violación flagrante a la Constitución, cuando la misma dice que el cuerpo castrense debe dedicarse exclusivamente a la seguridad y defensa de la nación?

Lo peor que podrí­a hacer un ciudadano es, más que ignorar, desconocer su propia historia: por algo dicen que quien no conoce su historia está condenado a repetirla. Por tanto, no podemos pretender eliminar tal o cual episodio del pasado por el hecho de ser desfavorable. No se debe tapar con un dedo las 26 Constituciones que hemos tenido, ni tampoco el fenómeno del caudillismo ni del pretorianismo en esta tierra de gracia.

En su lugar se deben recordar, hoy más que nunca, estos sucesos. Y no es por un tema de conciencia o memoria histórica: esto apuntala hacia criterios sociológicos-culturales. Porque esos hechos nos definen como nación, forman parte de nuestra identidad, y el ocultar esos factores es infructuoso pues es algo intrí­nseco, inherente a nuestra condición. Y ya ha quedado demostrado, con ejemplos abundantes, que no se puede abolir la historia por un simple capricho, o siguiendo una determinada lí­nea polí­tico-ideológica.

De manera tal que lo menos que debemos hacer es negar dichos acontecimientos. Debemos mantenerlos vivos ahora más que nunca en esta hora aciaga y menguada de nuestra República para evitarlos y a su vez para comprendernos, para entendernos. En una palabra, para conocernos, que es por cierto, como dijera un filósofo griego de la antigí¼edad, la empresa más difí­cil que un ser humano puede emprender.

* Kelvin Brito es estudiante de Derecho de la Universidad Monteávila.

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