Anécdotas de un esbirro: Del pretorianismo y otros demonios (I)

Kelvin Brito.-

Estrada fue el jefe de la Seguridad Nacional. Foto: photopin (license)

A través del proceso de independencia latinoamericana, que empezó a generar guerras intestinas en el siglo XIX, las nuevas naciones obtuvieron logros a mediano y largo plazo; consecuencias positivas –en algunos casos- que solo lo pudieron prever los más visionarios; mientras algunos radicales, al pensar sólo en la inmediatez, lamentaban la ruptura con España e imploraban una vuelta a la colonia.

Los paí­ses liberados se vieron beneficiados con las bondades de la independencia en un proceso paulatino y lleno de dificultades, y que por supuesto tardó décadas en materializarse. Pero también las nuevas repúblicas se vieron aquejadas durante mucho tiempo de aspectos negativos, de impedimentos difí­ciles de superar, consecuencia misma de la emancipación de los territorios. Uno de esos males, acaso el más representativo y el común denominador de algunas repúblicas latinoamericanas, es sin duda el fenómeno del caudillismo.

Venezuela no es la excepción a esta “enfermedad”, ni tampoco escapa al pretorianismo. ¿Pero qué significan ambos términos, í­ntimamente relacionados entre sí­? En primer lugar, el caudillismo está sujeto a la figura de un hombre, al prestigio de un lí­der carismático que cuenta con un apoyo generalizado y que es visto como un semi-dios por el imaginario colectivo; es ese populista que mueve odios y pasiones y que cuenta con un poderí­o militar para llegar al poder y que pretende eternizarse por los siglos de los siglos. Incluso usando para ello, si fuera necesario, su propia familia, tal y como ocurrió con los Monagas.

El segundo término, referido al pretorianismo, alude a la intromisión de los militares en la polí­tica, esto es, la invasión del elemento castrense en la vida civil. Evidentemente en ambos conceptos se resume mucho de la historia republicana venezolana y también la de algunas naciones latinoamericanas. Este tema no es exclusivamente competencia de la Historia, lo podemos palpar hoy en dí­a en nuestro paí­s, y no es de extrañar que los analistas polí­ticos y expertos en actualidad sean personas entendidas en el tema.

Hubo una etapa, y un hecho en particular, que marcó un hito referido más especí­ficamente al pretorianismo en Venezuela, y fue lo ocurrido en las elecciones de diciembre de 1952.

Ese año correspondí­a realizar elecciones y ya algunos militares que estaban en la cúpula polí­tica habí­an hecho de las suyas ilegalizando partidos, como fue la suerte que corrieron el Partido Comunista y Acción Democrática. La campaña de ese año giró principalmente en torno a dos organizaciones: El Frente Electoral Independiente -FEI-, el partido de gobierno cuyo candidato era el general Marcos Pérez Jiménez; y Unión Republicana Democrática -URD-, partido de oposición representado por Jóvito Villalba.

Llega el dí­a de las elecciones y el boletí­n del Consejo Supremo Electoral arroja como ganador al partido de Villalba, lo cual no fue sorpresa para nadie. Lo que sí­ fue una sorpresa fue el desconocimiento de los resultados por parte del gobierno y del Alto Mando Militar, que no dudó en consagrar como presidente de la República a Marcos Pérez Jiménez: un descalabro institucional y que podrí­a ser denominado un auto-golpe de Estado por desconocer la voluntad popular. Y así­ fue como llegó y se mantuvo Marcos Pérez Jiménez, sin tí­teres ni interpuestos, en el poder.

Esta situación, ejemplo gráfico del pretorianismo, la desarrolló Agustí­n Blanco Muñoz en la entrevista que hiciera a Pedro Estrada. Buscando la fuente primaria, el periodista inquirió lo suficiente sobre el tema y esto fue lo que declaró el alto jerarca de la dictadura:

Las Fuerzas Armadas eligieron presidente a Pérez Jiménez

Blanco Muñoz: Por cierto que hay una versión, dada por Héctor Vargas Medina, un oficial retirado, según la cual Pérez Jiménez tuvo tanta habilidad, que no sólo colocó a Suárez (Flamerich) en la presidencia a la muerte de Delgado (Chalbaud), sino que una vez que se producen las elecciones, él es contrario a asumir el gobierno. Vargas cuenta que en ese momento Pérez Jiménez no quiere desconocer los resultados electorales, que se niega a ello. La alta oficialidad entonces le habrí­a pedido que se encargase de la Presidencia. Y que a ese fin hicieron una especie de sondeo de opinión, de votación dentro del seno de las Fuerzas Armadas. Cada quien emitió su opinión y que es así­ como Pérez Jiménez se convierte en presidente: por voluntad de las Fuerzas Armadas.

Pedro Estrada: Eso es cierto. Hubo ese consenso de la oficialidad. Eso lo viví­ yo. Yo estaba presente.

Blanco Muñoz: ¿En ese sentido, no será posible preguntarse por la habilidad y capacidad de Pérez Jiménez, quien supo gobernar un par de años, a través de Suárez Flamerich, y que luego es capaz de hacer esta gran jornada electoral porque sabe justamente que dado su prestigio es más que segura su elección como presidente?

Pedro Estrada: Bueno, no puede descartarse que él esperase este resultado porque es indiscutible que tení­a un gran prestigio. La prueba está en que lo eligen para que sea presidente. Y debo decirte lo siguiente: a las 2 de la mañana, del 2 de diciembre del 52, asistí­ a una reunión en La Planicie. Me habí­a mandado a llamar a la Seguridad Nacional el general Pérez Jiménez. Y me encontré con un consenso general. Es más, en ese momento despachaban hacia el interior al teniente coronel Mármol Luzardo, hermano del doctor Mármol Luzardo, quien fue rector de la Universidad de Mérida, quien fue uno de los emisarios enviados a recoger la opinión de cada uno de los jefes de batallones. Búscatelo, que él te puede contar toda la historia de esas “elecciones” que convirtieron al general Pérez Jiménez en presidente.

Blanco Muñoz, A. (1983). Pedro Estrada habló (Cuarta edición) (págs. 126-127). Caracas: CDCH-UCV-EXPEDIENTE.

* Kelvin Brito es estudiante de Derecho de la Universidad Monteávila.

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