Francy Figueroa Domínguez.-
Pensé mucho en cómo iba a titular esta columna de hoy, principalmente porque están tan manoseados los términos “patria” o “lo patrio” que ya en Venezuela empezaron a perder sentido.
El foco de estas líneas quiero que sea la enorme cantidad de souvenirs (franelas, gorras, brazaletes, cadenas con dijes y demás artículos) que se precian de llevar el tricolor nacional. Tanto así, que los más fanáticos optan por usar varias prendas en un mismo atuendo.
Y no, generalizar nunca es bueno. Sin embargo, he visto colegas, ex compañeros de trabajo o conocidos, vestidos de pies a cabeza con esta indumentaria, tanto que los símbolos patrios deslucen y dejan de ser una señal de orgullo.
Si ser venezolano implica que tengo que “gritarlo” en una camiseta, disfrazarme de tricolor o tener una bandera en mi casa; mientras por el otro lado me aprovecho la buena fe de mis compatriotas, entonces no quiero serlo. Al menos no bajo ese concepto.
Yo particularmente no uso nada alusivo a mi venezolanidad. Y para qué, si eso se lleva en las raíces, en los olores y los sabores que nos definen, en la generosidad, en la hospitalidad, en la sonrisa que le damos al desconocido en el Metro cada mañana.
En su artículo de despedida, el periodista Daniel Pardo, quien estuvo por 3 años como corresponsal de BBC en Caracas, afirmaba que extrañaría ese “festín de risas” que caracterizaba a los venezolanos en medio de la desgracia. “Más allá de las penurias que sufre el país, y por muy pesimista que esté, el venezolano anda por la vida regalando gestos fraternales”.
“Es como si en Venezuela la movilidad social estuviera en la cultura; como si el clasismo fuera cuestión de las minorías: acá el chofer es el confidente del jefe y la empleada del servicio, un pilar en las familias de clase media”, continúa el texto de Pardo.
Si yo me voy del país, llevaré como bandera esta inclusión que menciona Pardo. Este afán por verle la cara buena a la crisis, porque después de todo los valores de nuestra gente no pueden estar más deteriorados.
Si yo me voy del país no me tomaré la foto cliché en la Cromointerferencia de Carlos Cruz–Diez, ni subiré fotos de banquetes desmesurados en el nuevo hogar, mientras miles de mis connacionales comen de la basura.
Si llegara a irme -y esta es una posibilidad difícil de descartar para esta generación- me llevo el ánimo de la madre que se traslada desde la ciudad satélite con sus dos chamos a cuestas y aun así sonríe; me llevo las iniciativas de gente valiosa que tiende la mano a quienes lo necesitan.
Me llevo la certeza de que pronto tendremos un país mejor. Y no, tampoco uso el cliché de que tenemos “el mejor país del mundo” que tanto nos ha estancado y tanto daño nos hace. Me quedo con mi gente y su sonrisa permanente, me llevo su optimismo, que aún nos queda, pese a la crisis y su incertidumbre.
* Francy Figueroa Domínguez es la secretaria de la Facultad de Ciencias de la Comunicación e Información de la UMA