Rafael J. Avila D.-
El fenómeno inflacionario está en la raíz de prácticamente todas nuestras quejas e insatisfacciones en cuanto a las relaciones económicas que llevamos con otras personas, con la empresa en la que trabajamos, entre el negocio que dirigimos y sus stakeholders o dolientes, en fin, en la relación entre agentes económicos: personas, empresas y el Estado.
Nos quejamos de elevados precios de bienes y servicios, escasez, desabastecimiento, acaparamiento, especulación, pobreza, crisis económicas, desempleo, escasos salarios, inseguridad, entre tantas otras cosas. Y nos quejamos con razón: estas son todas unas calamidades.
¿Qué es la inflación? ¿Cuáles son sus consecuencias?
Existen dos definiciones de inflación, una más conocida que la otra.
- La primera es la inflación de moneda, que consiste en un aumento de la cantidad de moneda en circulación en la economía, representada por la emisión de deuda de los bancos y por la creación de cuentas corrientes, por la emisión de deuda del Banco Central, o por la simple impresión de moneda. Es un aumento en la oferta de dinero y crédito en la economía. Este es el verdadero origen del problema inflacionario.
- La segunda definición es la inflación de precios. Esta consiste en el aumento general de los precios de los bienes y servicios en la economía. Es la más conocida o popular de las definiciones de inflación, sobrevenida con la modernidad. Sin embargo, es el reflejo del problema, mas no es su causa.
El aumento de la cantidad de moneda en circulación en la economía pone en manos de la ciudadanía más dinero para poder consumir. Esto hace que la demanda sobre bienes y servicios aumente, lo que para una oferta de bienes y servicios más inelástica, y que no puede ajustar su producción instantáneamente a los nuevos niveles de demanda, tiene como efecto un aumento en los precios de los bienes y servicios.
La corrosión de la inflación está justamente en que luego del aumento de los precios en la economía, si nuestros ingresos no han crecido a la misma razón, podremos adquirir menos bienes y servicios, es decir, nuestro poder de compra se ha reducido afectando nuestro nivel de vida. Para verlo con un ejemplo sencillo: si hoy tenemos un ingreso de Bs. 1.000 podremos comprar 100 artículos que tengan un precio de Bs. 10 cada uno. Si en cuestión de un año, por ejemplo, los precios en la economía aumentasen 50%, quiere decir que cada unidad de este artículo ahora cuesta Bs. 15; lo que para un mismo nivel de ingresos de Bs. 1.000, nos permitirá adquirir sólo 67 unidades del referido artículo. Es decir, nuestra capacidad de compra ha caído de 100 unidades a 67, ha mermado, se ha corroído un 33% (un tercio).
Por supuesto que la inflación no nos golpea a todos por igual, porque no todos tenemos la misma cesta de consumo: unas personas dedican más parte de su ingreso al consumo de alimentos, por ejemplo, que otras. Su impacto dependerá de la variación que registren los precios de cada uno de los bienes y servicios que particularmente consumimos.
El fenómeno inflacionario tiene nefastas consecuencias para el ciudadano de a pie. Entre ellas pueden destacarse, inicialmente, la pérdida del poder adquisitivo del dinero. El acaparamiento y la especulación no son causas, son más bien consecuencias de las medidas inflacionarias, que por supuesto empeoran la situación.
El aumento de la cantidad de dinero impreso por el Banco Central, y sin contraprestación en nueva producción, puesto en manos de los ciudadanos, y que termina reflejándose en un aumento general de los precios de bienes y servicios, hace que el poder de compra de la moneda descienda. El valor de una determinada moneda no está en la cantidad de ceros o en el tamaño de la cifra que indique el papel moneda o billete, sino en su capacidad de comprar, de ser canjeado o intercambiado, por una mayor cantidad de bienes o servicios. En la medida en que este poder de canje desciende durante un período, en esa misma medida la moneda en cuestión pierde valor, se hace débil.
Dado esto, los ingresos que recibimos los ciudadanos como contraprestación del servicio que prestamos a la sociedad, el fruto de nuestro trabajo y esfuerzo diario, y los ahorros producto de ese esfuerzo, con el paso del tiempo tienen menor poder de compra, es decir, valen menos. Si esta situación de pérdida del valor de la moneda persiste en el tiempo, la ciudadanía se va empobreciendo materialmente, desciende nuestro nivel de vida, lo que a largo plazo va generando un malestar general tendiendo a conflictos sociales. Más si en el proceso una mayoría se empobrece mientras una minoría se enriquece.
Si existe una expectativa de inflación en la ciudadanía, o si ya se ha materializado el aumento general de los precios, y con ello, la pérdida del poder adquisitivo de la moneda y el consecuente descenso del nivel de vida, los grupos de interés más organizados, como pueden ser los sindicatos de trabajadores, presionarán para obtener de las empresas en las que prestan servicios mayores retribuciones y beneficios salariales, lo que a su vez estimula a la empresa a aumentar los precios de sus productos, lo que por ende encarece la vida de los trabajadores, desencadenándose así un circulo vicioso que podría terminar en una espiral hiperinflacionaria.
Es muy importante que los tomadores de decisiones públicas, los hacedores de políticas públicas, y principalmente la sociedad en general, nosotros los ciudadanos de a pie, reflexionemos sobre el tema de la inflación y tomemos conciencia de lo beneficioso que sería para todos como sociedad que nuestros gobiernos no impulsaran políticas inflacionarias y que los ciudadanos se lo exigiésemos.
Rafael J. ívila D. es decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la UMA.