Historia y libertad | El diario de Victoria de Stefano

Carlos Balladares Castillo.-

El escritor que no escribe no es escritor. Foto: photopin (license)

La editorial El Estilete publicó el año pasado los diarios de 1988 y 1989 de la escritora Victoria de Stefano, los cuales son 100 páginas que se leen con gran placer. Son páginas elegantemente escritas, que me permitieron formar parte de la autora y me identificó con sus anhelos escriturales en medio de diversas responsabilidades docentes y familiares. Victoria es una gran lectora y se puede decir que es un diario literario e í­ntimo. Me trasladó al Sebucán en el cual pasé años importantes de mi niñez, a una Venezuela y Caracas más amable (a pesar del Caracazo) e incluso ordenada. El diario, en comparación con las memorias, te permite conocer mejor a una persona. Vives con ella dí­a a dí­a; te hace parte de sus angustias, anhelos y alegrí­as; y con sus rutinas en el constante deseo – para de Stefano – de dedicar el mayor tiempo posible a la lectura y escritura.

A pesar de la fascinación que la autora posee por los diarios, ella no tení­a esa costumbre y solo la inició como “ejercicio en transición hacia algún nuevo escrito y a tiempos más propicios”, porque le faltaban fuerzas para escribir una novela debido a su dedicación a la docencia, pero no podí­a “caer en el vací­o y la esterilidad, perder la disciplina, el oficio, frustrar las ganas de escribir, abandonar el juego”. El escritor que no escribe no es escritor, parece una perogrullada pero no lo es. Me recuerda cuando percibí­ por primera vez las ganas de escribir para emular de algún modo a las maravillas que leí­a, y al no tener inspiración para crear maravillosas historias me decidí­ llevar un diario y desde ese entonces no lo he abandonado.

En su prólogo, Victoria justifica de esa forma su diario pero pareciera que solo fueron esos dos años, 1988 y 1989, por la forma en que se expresa. Nos dice que siempre le fascinó el diarismo, siendo Kierkegaard, Kafka y Klee sus más grandes exponentes. Pero a lo largo de estos diarios señala otros tales como Pushkin, Gide, Woolf, Mansfield, Pavese, Gombrowicz, Musil, Pessoa, Delacroix, hermanos Goncourt. Y define a todo diario como “una suerte de densificación del alma desde el yo para mí­. (…) es un proceso reflexivo signado por la necesidad de revisar, reformular, repensar los valores en crisis y dar el salto al segundo advenimiento: como un renacer de las cenizas.” Después agrega: “Lo que tienen de particular los diarios es que viven simultáneamente en el presente y en el pasado que guardamos en nuestra falible memoria” y sigue explicando que el autor se delata en lo que oculta. (7 de agosto de 1989, pp. 65-66)

Me fascinan sus permanentes referencias a su pasión lectora-escritora. Es así­ como dice el 23 de junio de 1989, después de señalar que ha quedado exhausta de “corregir montañas de exámenes”, termina su entrada con: “Pronto comienzan las vacaciones. ¡Qué felicidad! No voy a hacer otra cosa más que leer y escribir. Dos meses solo para mí­. Dos meses en estado de gracia” (p. 73). El 4 de noviembre de ese mismo año: “¡Qué felicidad! Son las siete de la mañana. Estoy sola y escribo.” (p. 89). Y en la siguiente entrada, un 7 de noviembre: “Me trajeron a los niños (sus nietos) a las ocho y media de la mañana. Yo estaba escribiendo. Se me fue el alma al piso. Intenté no abrir, hacer la loca, acorazarme. (…) Defiende tu tiempo, tu vida. Pero no tuve el valor ni la fuerza.” (p. 89). Un 23 de abril de 1988: “Cuando me pongo a escribir me olvido de todo” (p. 14).

Los cientí­ficos sociales seguramente querrán conocer sus testimonios sobre ese año terrible de 1989, cuando las utopí­as se quebraron. Para mí­ sus palabras han sido impactantes. 5 de febrero: “De la utopí­a a los crí­menes de la opresión y el terror hay solo un paso. En nombre de la certeza absoluta de una causa grande y por grande justa no se vacila en hacer las guerras y las revoluciones, por esta fe se mata y se enví­a a la muerte” (p. 37). En relación al Caracazo: 2 de marzo de 1989: “(…) a todos nos deja la sensación de algo siniestro, algo que nos desborda, que estaba ahí­ y no veí­amos” (p. 39). Y el 5 de marzo de 1989: “Pobre paí­s, entre todos lo mataron y él solo se murió” (p. 43). Sobre la caí­da del muro de Berlí­n: 10, 11 de noviembre de 1989: “Nadie lo hubiera podido profetizar, ni siquiera imaginar”, y procede a decir una frase de un amigo periodista extranjero que viajaba continuamente a la URSS. al cual le preguntó en 1988 ante los cambios que se estaban generando, y este le respondió: “Con Gorbachov o sin Gorbachov (…) ese régimen nunca va a cambiar. Su burocracia es hermética, impenetrable, los cambios serán tan lentos que tardaremos siglos en percibirlos”. Sin duda una experiencia que nos genera esperanzas ante la situación actual de Venezuela, ante esas voces que son incapaces de ver cambios posibles porque son dominadas por el pesimismo de la triste realidad presente.

De los diarios de Victoria de Stefano puedo dar el brinco a sus novelas, porque me ha dejado la mejor de las impresiones. Sin duda podemos incorporarla a la lista de otros famosos compatriotas que no han temido narrar sus vidas con detalle, y que nos ayudan a recordar tiempos que ya se fueron pero que de algún modo nos formaron y nos identifican. Y también podemos decir de su lectura que la misma fortalece nuestro optimismo. No somos el fracaso que tanto hemos padecido si Venezuela tiene intelectuales con su sensibilidad y maestrí­a, e incluso sí­ fuimos una sociedad mejor en un pasado tan reciente.

* Carlos Balladares Castillo es profesor de la Universidad Monteávila.

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