Daniela De Leonardis.- Â
10 de julio de 2017, día de trancazo nacional convocado por la MUD. A la fecha, 23 meses y 10 días para cumplirse dos años desde que Manuel inició el periplo por el sistema judicial venezolano como un procesado político. Casi un mes, 21 días llenos de angustia, incertidumbre y dolor vivió este joven de 20 años, luego de salir de su casa a una manifestación. Jamás pensó que estaría ausente por un tiempo.
El 1 de abril de 2017 Venezuela estalló en protestas contra el gobierno de Nicolás Maduro. Fueron casi cuatro meses de continuos enfrentamientos entre efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana y manifestantes. Según un informe del Foro Penal, solo en el mes de julio se produjeron 1.414 detenciones arbitrarias, entre ellas, Manuel.
1:30 p.m. Bello Campo, municipio Chacao. Manuel se encontraba junto a un grupo de estudiantes sentados en una acera, sin hacer nada. En cuestión de segundos aparecieron efectivos de la GNB en sus motos. Él arrancó a correr y por mala suerte se tropezó y cayó. Los guardias no dudaron en agarrarlo.
Ciego por una camisa que le tapó la cara, sangrando y golpeado lo llevaron hasta las instalaciones de la base aérea La Carlota.
“Estaba mareado de tantos golpes. Éramos como 14 ahí, arrodillados y con la cabeza abajo. Si nos movíamos más de la cuenta nos pegaban´´, dijo.
Un estudio realizado por el Foro Penal permitió establecer la categorización que reciben las personas que son privadas de libertad y el tratamiento que recibirán. De acuerdo con los representantes de esta ong’s hay tres categorías. Manuel entraría en la dos: “Aquellas personas detenidas o condenadas, no por representar una amenaza política individual para el régimen, sino por ser parte de un grupo social al cual es necesario intimidar. En este grupo destacan estudiantes, defensores de derechos humanos, comunicadores, jueces, militares, activistas sociales y políticos, entre otros”.
8:00 p.m. Llegó un camión que los trasladó a Fuerte Tiuna, todos acostados boca abajo como sardinas. Durante el trayecto Manuel trató de instalar una conversación con un guardia. Logró sentarse a su lado. Entre preguntas, el guardia le dijo: “Ustedes queman a mis compañeros”, a lo que Manuel le respondió: “Pero mira cómo ellos me dejaron a mí, por lo que veo aquí nadie es bueno”.
En Fuerte Tiuna los dividieron para ir a diferentes comandos de la Guardia Nacional. Manuel terminó en el de Sabas Nieves.
1:00 a.m. Comando de la GNB en Sabas Nieves. Al llegar, vio que era una simple casa. Había un pequeño cuarto con una reja por la que se asomaban varios hombres. Él mantuvo la calma. Mientras lo revisaban, el guardia con el que instaló conversación durante el trayecto le dijo: “Tranquilo mano, acá no te va a pasar nada”.
El calabozo era un pequeño cuarto en el que se encontraban unos 30 hombres juntos. Con solo un bombillo, sin ventanas y solo una puerta con rejas por la que podían prácticamente respirar. El olor era inimaginable, una mezcla entre sudor, orine y materia fecal.
Manuel acostado en una colchoneta no pegó ojo en toda la noche. Además de la intriga y el no entender qué iba a suceder con él, traía siete perdigones en las costillas. Pasó toda la noche sangrando y con un dolor palpitante.
Denuncias de distintas ong e instancias internacionales reiteran las inadecuadas condiciones de detención que sufren los privados de libertad e incluso llega a la falta de atención médica oportuna.
A las 8 de la mañana del día siguiente, aún sin pegar ojo, lo llamaron para llevarlo a tribunales.
“Llegué y mientras esperaba a que me llamaran para la audiencia, me llevaron a un sótano con varias celdas. Estaban casi todos los presos de todos los penales de Venezuela. Un hacinamiento, era un infierno, fue lo peor de lo que viví. En las celdas había cucarachas y ratas de tamaño de un gato. Estuve todo el día sin tomar una gota de agua”, explicó con cara de asco.
Según registros del Foro Penal, el hacinamiento en las cárceles aumentó ese año  como consecuencia de las detenciones producidas entre los meses abril y agosto.
6:00 p.m. De vuelta al calabozo. Manuel no sabía qué pensar, poco a poco entraba en colapso. Se le salían las lágrimas. “Mientras estás encerrado entre cuatro paredes, con 30 personas a tu lado, debes buscar algo que hacer para no volverte loco. Para matar el tiempo leía libros, jamás los había leído tan rápido”.
Esa noche sí pudo dormir, le dieron un colchón y lo compartió con uno de los que estaba ahí. Fue su amigo durante todos los días, con el que más compartió. Un hombre que ya había pasado 12 años de su vida preso y era reincidente.
Manuel asistió dos días seguidos a los tribunales con la esperanza de que le dijeran que saldría en libertad. Pasaba todo el día en las celdas del sótano esperando oír que lo llamaran por su nombre.
5:00 p.m. De nuevo al calabozo sin respuesta alguna. Así transcurrieron los demás días. No volvió a salir del comando de Sabas Nieves. Podía ver a su familia solo los domingos, visitas de 10 minutos. Comía lo que su mamá le mandaba.
Los detenidos se bañaban en una quebrada que había debajo de la casa. Disponían solo de un minuto y estas eran jornadas de golpes cada vez que salían del improvisado calabozo.
De acuerdo con el informe del Foro Penal, en el trato de los detenidos del 2017 se mantuvo una “reiterada y abusiva violación al debido proceso, ejecutando torturas y tratos crueles e inhumanos contra los mismos”
Pasaron 18 días y milagrosamente en una mañana, alrededor de las 10:00 a.m, lo llamaron y le dijeron: “Mira párate, te vas. Te vinieron a buscar”. Él no sabía qué sentir. No podía creerlo. Los del calabozo celebraron y se despidieron de él.
Acorde al informe del Foro Penal, el 2017 concluyó con 5.475 detenciones arbitrarias desde que empezaron las protestas el 1 de abril. También dejó un número de 214 presos políticos, de los que hoy algunos siguen sin respuesta y tras las rejas.
Actualmente, a casi dos años, Manuel no se ha librado del todo de esa experiencia. No puede salir del país. Posee medidas cautelares y cada dos semanas debe presentarse en los tribunales, entregar su cédula y tomarse una foto.
*Daniela De Leonardis es estudiante de la Universidad Monteávila