Alicia ílamo Bartolomé.-
Se había tardado, pero ya está aquí. Le oí decir en un video de una conferencia desde Málaga, a Toni Nadal -tío y entrenador hasta hace poco de Rafael Nadal, el gran tenista mallorquín- que seguían en los primeros puestos del ranking mundial del deporte blanco, los ya mayorcito como Federer, el mismo Nadal, Djokovic, Del Potro…, porque las figuras jóvenes no lograban superarlos a pesar de su gran preparación técnica y por lo mismo. No estaban formados en la artesanía del esfuerzo personal y sostenido, como él había preparado a Rafa, no sólo con un entrenamiento diario y exhaustivo, sino haciéndolo responsable de todos sus pasos en el juego, sin atribuir sus fracasos a causas externas de sí mismo. Para él, los nuevos tenistas tienen demasiada ayuda de las avanzadas tecnologías y poco tesón sencillamente humano, privado y perseverante. Si el tío Toni tenía total razón en sus aseveraciones, no lo sé. Soy espectadora ferviente de ese deporte, nada más, ni ex jugadora ni entrenadora, poco puedo opinar.
Sin embargo, cuando digo que la generación de relevo, del título de este artículo, ya está aquí, es porque lo que he observado en los últimos torneos, sobre todo en el de Barcelona, también conocido y tal vez más, como el del  Conde Godó o sólo Godó, aunque el nombre oficial es Barcelona Open Banc Sabadell. Se juega en el Real Club de Tenis de Barcelona y sobre tierra batida, de ahí que el monarca de este tipo de cancha, Rafa Nadal, sea el máximo ganador de ese torneo: once veces, lo siguen sin acercarse a pisarle los talones, los que lo han ganado tres veces, el español Manuel Orantes, el australiano Roy Emerson y el sueco Mats Wilander; diez que lo han logrado dos veces, entre los cuales destaco al japonés Kei Nishikori, porque, junto a Nadal, tiene que ver con el pase del testigo, que estoy viendo, a esa generación emergente.
El sábado 27 de abril se jugó en Barcelona las semifinales del Godó. A primera hora la justa fue entre el veterano japonés, No. 1 de su país y el mejor tenista asiático de la historia, Kei Nishikori, de 29 años y el joven sorprendente y prometedor ruso Daniil Medvérev, de 23. Después vino el enfrentamiento entre el español mallorquín, No 2 del mundo en este momento -ha sido varias veces el No. 1- Rafael Nadal, de 32 años y el austriaco, príncipe heredero del rey en tierra batida -Nadal- actualmente No. 5 del mundo, Dominic Thiem, de 25. Ambos juegos se realizaron en la cancha Rafa Nadal. Y aquí empezaron las sorpresas y el paso de testigos.
El muchacho ruso venció al veterano japonés en un reñido partido 6-3, 3-6, 7-5. El príncipe venció al rey en su propio trono de tierra batida 6-4-6-4. Según mi apreciación, no fue que Rafa jugó un mal partido, sino que simplemente Dominic jugó un juego perfecto. Nadal carga siempre con su falla al sacar en su servicio, no es un repartidor de aces, generalmente yerra el primer saque y hay días en que comete varias doble faltas, tal hizo en esta semifinal. En cambo Thiem logró cuatro o cinco aces y no recuerdo ninguna doble falta. Fue superior, aunque me duela, porque sigo siendo nadalista. ¿Qué pasó con tu drive y tus tiros cortos en la red, Rafa? No se desató la fiera.
Cambio de edades y de testigos. Medvérev y Thiem competirían al día siguiente, 28 de abril de 2019, en la final por el Trofeo Conde de Godó: una gran copa, tan artística como pesada. Dominic comenzó un poco errático en el primer y se le fue encima Daniil 3-0. De repente el austriaco dio un vuelco y empezó a descontar, empatar y ganar 4-6. En el segundo set el ruso no vio luz, Thiem lo arroyó 0-6 y ganó el partido. Es el nuevo campeón del Barcelona Open de 2019.
Cómo quisiera yo que dirigentes políticos, empresariales y de toda índole supieran entregar el testigo y dar paso a las nuevas generaciones, todo marcharía mejor. Desgraciadamente no es como en el deporte, donde los años y la pérdida de facultades te obligan; aunque no quieras, tienes que dejar la lid y decir adiós a los campeonatos. En otras esferas las personas se aferran a sus posiciones, se enquistan. Un quiste es una anormalidad. Se necesita una operación quirúrgica para salir del mal.
*Alicia ílamo Bartolomé es Decana fundadora de la Universidad Monteávila