Volver a pensar la Democracia. III

Fernando Vizcaya Carrillo.-

Profundizando, nos encontramos con que en el fondo de esa incapacidad deliberativa, persiste una deficiencia marcada en “no saber escuchar”, es decir, no prestar suficiente atención a las argumentaciones del otro. En el entendido que no se escucha con el oí­do sino con el cerebro, hablamos de un modo de reflexionar sobre lo captado del exterior. El “no saber escuchar” es un obstáculo de mayor importancia que lo que podemos captar conscientemente. Lleva esta dificultad a otra que es el no saber informarse adecuadamente a cada situación.

Esto último no se refiere a la simple captación de información superficial, a la “recogida de datos externos” sino a una disposición interior que lleva al estudio y a la reflexión serena de lo captado. Estas disposiciones o aspectos de la vida personal, se recogen en la formación de una virtud que es la prudencia. Esta es indispensable para poder conocer verdaderamente el entorno donde nos movemos y captar el contexto donde leemos lo que tenemos alrededor y que no es captable empí­ricamente.

El problema lo centramos en la posibilidad de formación de estas tres disposiciones interiores que llevarán a formar una actitud estable en los individuos que conforman un enclave social y que denominaremos ciudadaní­a. Plantearemos un modelo que se puede formar en un sistema escolar, donde se tenga en cuenta la importancia de la participación ciudadana.

Es evidente, en este sentido, que no se producen esas disposiciones en una atmósfera donde no sea posible el intercambio de opiniones, producto de la racionalidad y del pensamiento crí­tico. Si el sistema no induce constantemente estas tres capacidades en los alumnos, las opiniones serán juegos de palabras sin finalidades especí­ficas y, por lo tanto, perderán el sentido rápidamente. Lo sustituirí­a el dogmatismo en las opiniones del más fuerte, que en ese caso son los profesores o directores.

La poca sensibilidad del docente promedio para aprovechar las lecturas, que en muchos casos están en los diseños de asignaturas, y generar en los alumnos diálogos preparados a través del itinerario cronológico del año escolar de diversos aspectos y tópicos, enseñándolos a opinar, argumentando lógicamente, no producen hábitos tendientes a la deliberación en ellos. Si se expresan con frecuencia a través de concursos donde lo fundamental es la pasión por el juego y no la mesura discursiva, no generarán la capacidad requerida para ese intercambio, y al final si no se tiene en cuenta la importancia vital de la lectura, proponiéndoselo como hábito escolar, no se podrá formar tampoco el arte de saber informarse.

El aforismo de Dewey: para generar más democracia a través de la escuela, hay que hacer más democrática a la escuela, requiere un docente “sensibilizado” en estos aspectos, y quizá lo más importante, formado con las disposiciones que generarán hábitos de trabajo, trato estimulante con las demás personas, laboriosidad para perfeccionar su trabajo y su conocimiento cientí­fico y sensibilidad estética para su trabajo docente.

Se concreta de esta manera en la formación intencional de dos disposiciones para la acción en el hombre, que llamaremos justicia, entendida ésta como la actividad racional de compartir bienes con sus semejantes a través de la deliberación y de la interpretación de las diversas leyes y normas sociales de convivencia.  En el fondo, justicia,  es tener conciencia de la otra persona, del prójimo.

Por otra parte, la consecución de otra disposición que permita la convivencia social al saber escuchar y al saber informarse, es decir, el actuar prudente. Concretamente se define la propuesta en las siguientes partes:

La construcción de una teorí­a para la educación, requiere una forma de ver al hombre, que es el sujeto y el objeto de los distintos procesos educativos, es decir, una interpretación antropológica. De esta interpretación se desprende necesariamente un sistema de fines, que constituirá una pedagogí­a relativa a esa visión antropológica. Esta pedagogí­a generará para la práctica, una manera de enseñar, es decir, una teorí­a de la enseñanza que tenga en cuenta los diversos factores de crecimiento en ese individuo.

El sostenimiento de esa teorí­a de la enseñanza requiere de una teorí­a del aprendizaje que responda adecuadamente al respeto debido a esa persona humana y a su dignidad. Entre estas dos categorí­as de pensamiento, surgirá necesariamente un ordenamiento de materias, actividades, actitudes y formas de enfocar el tiempo y los espacios, es decir un diseño curricular adecuado a los alumnos y al proceso de enseñanza.

De esto trataremos en varios de los próximos artí­culos.

* Fernando Vizcaya Carrillo es Decano de la Facultad de Educación de la Universidad Monteávila

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