El Proteccionismo y sus mitos (III)

economia para la gente

Rafael J. Avila D.-

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En el artí­culo anterior continuamos esta disertación sobre el Proteccionismo, básicamente argumentando a favor del libre intercambio, revisando sus loables consecuencias, y en contra de la autarquí­a y sus terribles resultados. También comenzamos a listar y analizar brevemente una serie de mitos que existen en torno al Proteccionismo, y justifican y fomentan su práctica:

Mito #1: Las importaciones (y los déficits comerciales) son malos; Las exportaciones (y los superávits comerciales) son buenos.

Mito #2: Ser una «nación deudora» es económicamente perjudicial.

Ahora continuaremos nuestras reflexiones en torno a este importante tema.

Mito #3: Las importaciones están destruyendo empleos nacionales.

Como ocurre con todos los mitos que perseveran, éste tiene algo de verdad. Si los consumidores venezolanos compran más un determinado producto exterior que ese mismo producto pero fabricado en Venezuela, podrí­a amenazar algunos empleos nacionales. Los esfuerzos deben ser (y se hacen) para facilitar la transición de los que se quedan temporalmente desempleados, desde los sectores afectados hacia otros en los que puedan emplearse, pero el proteccionismo sólo causarí­a aún más desempleo.

El libre comercio crea empleos al reducir los precios, dejando más dinero en los bolsillos de los consumidores. El aumento del gasto de los consumidores a su vez estimulará la producción y el empleo en toda la economí­a. Por el contrario, los precios más altos en una industria protegida harán que los consumidores reduzcan sus compras, lo que resultará en menos empleo en esa industria.

Además, los bolí­vares que los venezolanos pagan por los bienes de fabricación extranjera son finalmente re-gastados en Venezuela, lo que crea aún más puestos de trabajo. Los extranjeros no tienen ningún uso para los bolí­vares per se: deben gastarlos en Venezuela o venderlos a alguien que lo haga.

El proteccionismo puede «ahorrar» temporalmente trabajos en una industria, pero normalmente destruye aún más trabajos en otras partes. Por ejemplo, debido al proteccionismo en una industria especí­fica, los fabricantes nacionales de algún producto que tenga como materia prima o insumo lo producido en dicha industria, pagarán más por ese insumo o materia prima que los fabricantes extranjeros competidores en ese mismo producto. Precios más altos de estas materias primas o insumos para los productos que los requieran fabricados domésticamente, elevarán los costos a dichos fabricantes nacionales y podrí­an hacerlos despedir trabajadores. Así­, el proteccionismo en una industria crea desempleo en las industrias que “aguas abajo” utilizan los productos de aquella como materias primas o insumos.

Ilustremos esto: supongamos que un gobierno decide proteger la industria de arroz en su paí­s, por ejemplo, cobrando aranceles o colocándole cuotas a la importación de arroz. Esta protección hará que los precios del arroz doméstico sean mayores, lo que encarecerá la producción de cualquier bien que tenga como insumo o materia prima el arroz, por ejemplo, un plato de arroz chino, o un plato de arroz a la marinera, una paella, arroz con coco, etc. Si los restaurantes (productores nacionales) que venden arroz chino, o paella, etc., no pueden trasladar esos mayores costos a los precios de sus productos, entonces habrá stress sobre las ganancias de la empresa, estimulando el despido de trabajadores. Así­, el proteccionismo en una industria (por ejemplo la de arroz) crea desempleo en las industrias que “aguas abajo” utilizan los productos de aquella como materias primas o insumos (por ejemplo los restaurantes). Hay ganadores y perdedores: ganan los industriales protegidos (y los empleados en estas industrias), pierden los consumidores, y los industriales y empleados de las industrias de “aguas abajo”.

Es particularmente revelador que haya estudios de casos que muestran que hay perí­odos en los que a medida que el déficit comercial crece (más importaciones que exportaciones), también aumenta el empleo en la economí­a doméstica. En contraste, podemos ver superávits comerciales (más exportaciones que importaciones) en perí­odos en los que el desempleo aumenta constantemente.

Mito #4: Debido a la competencia internacional, el sector manufacturero del paí­s está disminuyendo.

Los proteccionistas afirman que la economí­a doméstica se «desindustrializa» debido al supuesto fracaso de los fabricantes nacionales compitiendo en los mercados internacionales. Pero la teorí­a de la desindustrialización es un engaño. La producción manufacturera como porcentaje del PIB (Producto Interno Bruto) es independiente de la competencia internacional. Es decir, ese porcentaje puede ser mayor o menor gracias a la competencia internacional, pero no necesariamente menor. Lo que sí­ ocurre es que no necesariamente las mismas fábricas serán siempre las que se mantendrán de pie en la competencia; quiénes vencen o pierden en esta competencia, puede ir cambiando en el tiempo. Hay estudios de casos que muestran que con mayor competencia internacional, hay mayor producción manufacturera y empleo. La composición del empleo y de la producción va cambiando, como siempre sucede en una economí­a dinámica y en crecimiento. El crecimiento económico siempre crea muchas dislocaciones. En general, sin embargo, el sector manufacturero no se «desindustrializa».

Mito #5: Debido a la competencia internacional, muchos puestos de trabajo recién creados son de baja remuneración.

Los proteccionistas afirman que gracias al libre comercio, se pierden buenos empleos en el sector manufacturero a cambio de empleos de baja remuneración en el sector servicios, y que por ello, el comercio internacional «empobrece» al paí­s, siendo necesaria la promoción de legislaciones proteccionistas para frustrar esa tendencia percibida.

Estudios de casos muestran que la realidad es muy diferente a la retórica proteccionista. No necesariamente los nuevos puestos de trabajo creados en perí­odos de libre comercio, son de baja remuneración; de hecho se muestra que tienden a ser de alta remuneración, y sólo en un porcentaje menor son de baja remuneración. Pero el punto es que esto lo determinará la libre competencia, resultando que en aquellos sectores más demandados (que mayor valor agreguen), más productivos, los salarios y beneficios salariales tenderán a ser mejores.

Mito #6: La mano de obra extranjera barata es una ventaja injusta.

Se dice a menudo que si, por ejemplo, los trabajadores de determinada industria foránea reciben un menor pago por hora que los trabajadores en la misma industria doméstica, esta no puede competir. Se supone que la protección es necesaria para que esa industria nacional pueda sobrevivir.

Este argumento puede parecer convincente al principio, pero ignora varios hechos importantes. En primer lugar, si la productividad de los trabajadores locales es más alta que los del exterior (debido a superiores niveles de capital, tecnologí­a y formación), entonces los salarios domésticos más altos no son una desventaja.

Segundo, la idea de que los bajos salarios «explican» los patrones del comercio internacional es ilógica. Si fuera cierto, paí­ses como los EE.UU no exportarí­an casi nada, ya que sus salarios son más altos que en casi todas las partes del mundo. Y así­ ocurrirí­a con todos esos paí­ses de elevados salarios: no exportarí­an casi nada. Lo que determina la ventaja comparativa de una nación en el comercio internacional es la cantidad total de recursos que debe utilizar para producir un bien dado, no sólo la mano de obra.

Un paí­s será exportador de aquello en lo que tenga ventaja comparativa; aquello en lo que tenga un menor costo de oportunidad, un menor sacrificio que hacer para obtener un beneficio. Muchos paí­ses de bajos salarios importan mercancí­as de los EE.UU porque los EE.UU tienen una ventaja comparativa en la producción de esos bienes a pesar de sus salarios más altos. Además, los paí­ses de bajos salarios deben eventualmente importar mercancí­as de los EE.UU porque no hay nada más que puedan hacer con los dólares que reciben de sus ventas a los EE.UU.

Por último, no está claro por qué es «injusto» para los consumidores domésticos disfrutar de bienes de bajo precio y/o de mayor calidad producidos en el extranjero por paí­ses con bajos salarios.

Bueno amigos, dejémoslo en este punto por los momentos. Seguiremos disertando sobre el Proteccionismo en el próximo artí­culo. Entender de economí­a polí­tica, identificar ganadores y perdedores, nos permite entender por qué no cambia y por qué es difí­cil cambiar el statu quo.

*Rafael J. Avila D, Decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila

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