Hugo Bravo Jerónimo.-
Con este artículo finalizamos nuestro recorrido por las cuatro virtudes cardinales clásicas: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Las cuatro virtudes o hábitos operativos fundamentales que protegen y desarrollan la verdadera libertad del ser humano. Hábitos operativos que son consecuencia de la repetición sistemática de actos libres, que al ser desarrollados en la práctica permiten que la persona sea dueña de su destino, y forje el camino que decida para hacer algo que valga la pena con su vida.
Recordemos que el que no es templado (moderado en las pasiones), será llevado por sus deseos y no podrá hacer otra cosa que atenderlos, con lo cual no podrá ser plenamente libre, llegando inclusive a ser esclavo de los mismos. El que no es fuerte (capaz de dominar su ánimo), le derribarán por un lado la pereza o la timidez, y por el otro, el desánimo ante las dificultades. El que no es prudente (posea sabiduría práctica, de lo que corresponde hacer aquí y ahora), no será capaz de discernir lo que conviene en cada caso y, así, darle un norte a la propia vida y desarrollar una actividad coherente. Y el que no ama la justicia (el que no es justo), no podrá orientar su conducta por lo que es mejor, llegando al extremo de retorcerse sobre su propio egoísmo.
De esta manera, las virtudes cardinales protegen la verdadera libertad y le dan fuerza, aunque no bastan. La vida humana se ilumina cuando tiene ideales que la dirigen. Y se hace eficaz con el trabajo continuado y responsable.
Esto puede ser una vocación que se siente desde joven, ya sea que se quiera dedicar a la pintura, la enseñanza, el fútbol o la música. También hay vocaciones de servicio a los demás o a Dios.
Esas llamadas pueden ser muy variadas, porque hay muchas actividades que son bonitas y resultan atractivas. Otras veces, no se siente una vocación especial, o la vida misma no permite tenerla; porque desde joven se tiene obligaciones, ya sea, por dar un ejemplo, sacar adelante una familia o, quizá, sacarse adelante a sí mismo. No todos tienen las mismas oportunidades, y lamentablemente es más frecuente de lo deseado que, los que más oportunidades tienen muchas veces las desperdicien llevando una vida desordenada o invirtiendo el tiempo en actividades que al final del día son inútiles para sí mismos y para la sociedad.
En todo caso, además de todas esas vocaciones profesionales, que son como enamoramientos (nuestra “pasión” de vida), está la vocación de cada uno de ser persona, a realizarse como persona. Realización en la que tiene una parte muy importante el amor humano. Algo que seguramente hemos podido constatar personalmente: ¡cuánto mejora la gente cuando aprende a sacrificarse por las personas que ama o que dependen de él! A esto se une la vocación que todos tenemos de servir a nuestra sociedad, a formar parte activa de los empeños humanos por construir una sociedad más justa, y por difundir y acrecentar los bienes de la cultura, cada uno desde donde puede y desde donde le corresponde.
Tengamos presente que estamos llamados a ser la mejor versión a de nosotros mismos, y esto será posible mediante la creación de los hábitos buenos (virtudes) que forjen nuestro carácter y personalidad. Nunca es tarde para (re)comenzar, todos los días tenemos la oportunidad.
Seamos libres de verdad y asumamos la responsabilidad de nuestro destino. No dejemos que otros o las circunstancias -adversas- de nuestro entorno nos limiten la existencia. Siendo prudentes, justos, fuertes y moderados nos abriremos camino a la excelencia, y ese camino con certeza se nos presentará llenos de oportunidades. No dejemos de intentarlo. Vale la pena.
*Hugo Bravo Jerónimo es profesor de la Universidad Monteávila