Empresas y otras cosas | Para ser mejor ¿qué debo saber? (II)

Hugo Bravo.- 

Los hábitos que destruyen nuestra personalidad son malos, y se les llama vicios. Fotos: WebPhilosophia

Retomando nuestro camino de conocimiento para ser mejor, queremos resaltar que lo distintivo del ser humano, al compararlo con otros tipos de seres como los animales o las plantas, es su inteligencia y su voluntad. De ahí­ que, el ser humano conoce -y reconoce- objetos con su inteligencia y los apetece -o rechaza- con su voluntad. Siendo, estas dos facultades humanas el fundamento de su libre albedrí­o, de su libertad, en la que radica su dignidad como persona.

Los hábitos buenos

Aristóteles, uno de los genios del pensamiento humano, vivió en el siglo IV antes de Cristo, y desde entonces ha marcado los fundamentos del pensamiento occidental. Mucho de lo que aún decimos hoy sobre lo que es la inteligencia y la libertad se basa en lo dicho por él.

En una de sus obras más conocidas, la Ética a Nicómaco, Aristóteles nos explica que la ética es la teorí­a sobre la conducta humana; por lo que en esta obra nos plantea una interrogante, cuya respuesta es trascendental para toda persona: ¿Cuál es la manera más digna de vivir para un ser humano?

Para respondernos, Aristóteles nos habla en primera instancia de los hábitos o costumbres morales y cómo se forman. Luego, sobre las virtudes, o hábitos buenos. Y de ahí­ se extiende a explicar lo que es la justicia; continuando con el conocimiento y la prudencia, hasta llegar a una última parte dedicada a la amistad.

Aristóteles observa que muchos rasgos de las personas se fijan por repetición de actos libres. Los oficios se aprenden adquiriendo con mucha paciencia las habilidades necesarias; por ejemplo, para hacer muebles o dirigir una embarcación. Al principio, las acciones se hacen con torpeza, pero, si se ejercita, pronto se aprende a obrar con eficacia; ya que se ha logrado la habilidad por repetir actos conscientemente bien hechos; y en adelante se hará con menos esfuerzo, como algo natural, con más gusto y con más eficacia. Lo mismo sirve para otras esferas de la vida.

Cuando se pone interés en hacer alguna cosa bien, se mejora poco a poco. Eso son los hábitos. De ahí­ que la persona que pone empeño en ser más valiente lo consigue; y la que pone empeño en concentrarse antes de ponerse a estudiar gana en eficacia.

Los hábitos que mejoran y desarrollan la personalidad son buenos, y se les llama virtudes. En cambio, los hábitos que destruyen nuestra personalidad son malos, y se les llama vicios. Si aprendemos a controlar voluntariamente la bebida, adquirimos dominio sobre nosotros mismos. Es un hábito bueno, una virtud. En cambio, si nos acostumbramos a dejarnos llevar por la bebida, adquirimos un hábito que destruye nuestra personalidad. Es un vicio. Y cada vez que nos dejemos llevar por él, estará más arraigado y nos resultará más difí­cil de superar.

De acuerdo a esto, según Aristóteles, para mejorar hace falta adquirir buenos hábitos y poner la medida de la razón en todo lo que se hace. Tenemos que comer, pero con la medida razonable que descubre la inteligencia. Podemos beber, pero con la medida razonable que descubre la inteligencia. Y lo mismo en cualquier otra cosa. De manera que el hombre bueno es aquel en que predomina la razón y la justicia en todo lo que hace.

El ideal de sabio y las cuatro virtudes

En Grecia un ideal de sabio, era el hombre dedicado a la búsqueda de la sabidurí­a; capaz de dejar aparte otras ocupaciones y otros intereses; capaz de prescindir de la buena vida para llevar una vida buena. Todo por amor a la sabidurí­a. Sabidurí­a que no era pura teorí­a, sino que querí­a ser una manera sabia de vivir.

Los griegos se dieron cuenta de que el ser humano es racional, y que, por eso, debe vivir por encima de sus pasiones, buscando paz con la naturaleza y dentro de la sociedad. Si somos inteligentes y libres, nuestra conducta tiene que estar dominada por la inteligencia y la libertad. Las personas que se dejan llevar por puros impulsos instintivos o por la violencia se comportan como animales, de una manera que es indigna para un ser humano; por lo que es muy triste si se ve a alguien vivir como un animal, dominado por sus impulsos, en lugar de por la razón.

Por lo tanto, de acuerdo a Aristóteles, la manera sabia de vivir se compendió en las virtudes. Principalmente, en las cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza; consideradas las cuatro principales, a pesar de haber muchos más hábitos buenos, que pueden desarrollar la personalidad humana.

Según Platón y Aristóteles, en el alma humana hay cuatro grandes capacidades: por un lado, la inteligencia, que es la principal, y que todos conocemos; y la voluntad, que es la capacidad de decidirse libremente; siendo estas las dos capacidades más altas del alma. Por otro lado, hay dos capacidades o posibilidades de tender hacia algo, dado que tenemos cuerpo, y representan nuestra afectividad. Siendo estas dos capacidades las que se corresponden con los dos caballos que vimos en el carro de Platón; siendo uno el caballo negro que representa el área de los deseos de placer o de satisfacción. Y, siendo el otro, el caballo blanco que representa el área del ánimo o la capacidad de enamorarse de los ideales y de pelear por ellos.

De acuerdo a nuestros filósofos, la virtud propia de la inteligencia para conducir bien el carro del alma es la prudencia. La virtud que perfecciona la voluntad es la justicia. La virtud que gobierna el caballo de los deseos es la templanza o moderación. Y la virtud que gobierna el ánimo para afrontar y resistir las dificultades en la lucha por lo bueno, es la fortaleza.

Estos cuatro hábitos, virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza) son los que principalmente construyen la personalidad humana. Por eso son fundamentales tanto para mejorar personalmente como para la educación. Y en esas cuatro virtudes se compendian los ideales del humanismo clásico y cristiano, que está en la base de nuestra cultura; por lo que, en las próximas semanas hablaremos sobre cada una de ellas.

*Hugo Bravo es profesor de la Universidad Monteávila 

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