Reflexiones universitarias | La Enseñanza de la historia ¿genera ciudadaní­a? (III)

Fernando Vizcaya Carrillo.-

“Se oye hablar a menudo de inmoralidad pública”. Foto: Memoria Mágica

La importancia de la formación ética.

La formación de la estructura ética de la persona está inicialmente en la presentación de modelos a seguir, pero también en el entorno social e incluso el entorno natural. La importancia del estudio de la historia tiene mucho que ver con la identidad nacional y regional.

Sólo puede ser inteligible conocer un hecho social, en la medida en que se conoce su cultura, es decir, la aplicación de los valores válidos para una región en una época. El descuidar este aspecto serí­a fatal para la unificación de los criterios necesarios para un consenso o un disenso en la administración de recursos.

Aquí­ tiene un papel fundamental la escuela. Y allí­, en el centro de enseñanza, los maestros deben tener la formación suficiente como para hacer de la historia, no simplemente una recopilación de datos cronológicos, sino una fuente de reflexión e interpretación de datos para la formación del ciudadano.

Con frecuencia me encuentro en clase o en conversaciones con colegas, o amigos que usan la expresión “sociedad enferma”. Me hace reflexionar esa suerte de lamento social. Recordé un texto de Ortega y Gasset (España Invertebrada) “Y ¿en qué consiste esa enfermedad? Se oye hablar a menudo de inmoralidad pública y se entiende por ella la falta de justicia en los tribunales, la simoní­a en los empleos, el latrocinio en los negocios que dependen del poder público. Yo no dudo que padezcamos una abundante dosis de inmoralidad pública; pero al mismo tiempo creo que un pueblo sin otra enfermedad más honda que esta podrí­a pervivir. Nadie que haya deslizado la vista por la historia universal puede desconocer esto” (Ortega y Gasset 61% ED)

Comencé a reflexionar con los recursos de la academia que son importantes de no perder, en su perspectiva real, la claridad en los conceptos y la necesidad de asentarlos con fuerza teórica, con “argumentos que obligan” como decí­a Maturana en una de sus publicaciones sobre epistemologí­a genética, revisando a Jean Piaget.

Sobre todo, y es un peligro grande, nos podemos acostumbrar a seguir viviendo de una manera ignominiosa, indigna, humillante, como pueblo. Podemos llegar incluso a justificar esos errores, algunos de los cuales son delitos tipificados en nuestros códigos de Derecho.

Y creo que es el sentido de una actividad como esta en la que estamos presentando algunas ideas, ante colegas calificados, es lo que podrí­amos llamar comunidad de saberes. Vuelvo a recurrir a Ortega en  “España Invertebrada”: “Los grupos se integran un Estado viven juntos para algo: son una comunidad de propósitos, de anhelos, de grandes utilidades. No conviven por estar juntos, sino para hacer algo juntos” (29% ED).

Surge necesariamente una pregunta, ¿Somos una comunidad de saberes? ¿Lo constituimos al pensar en la educación de nuestros hijos? ¿Los formamos para poder vivir junto a ellos? Es decir, ¿los hacemos ciudadanos?

A efectos de este rato de conversación, quizá valdrí­a la pena concretar o puntualizar algunos términos que usaremos y así­ entendernos mejor.

*Fernando Vizcaya es decano de la Facultad de Educación de la Universidad Monteávila 

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